Las ninfas, además de ser esas señoritas que se ven en los museos posando medio en bolas entre arroyuelos, a menudo perseguidas por unos tipos propensos al rapto y a la siesta llamados faunos, son esos repliegues de mucosa en forma de crestas que cuelgan dentro de los labios mayores, cierran la entrada de la vagina y forman por delante el capuchón del clítoris. Ahora ya casi han perdido ese poético nombre y atienden por otro más técnico: labios menores.
¡Ojo! Los labios menores constituyen un rasgo único y exclusivo de la especie humana. No están presentes en las hembras de los primates, y ni siquiera se corresponden con algún resto neoténico. (Se llama neoténico a un rasgo embrionario que permanece en el individuo adulto. Acordaos de esta palabra, porque la usaremos más veces). Los labios menores son órganos suplementarios, definitivos y exclusivos de las mujeres.
Resulta curioso lo diferentes que son de una mujer a otra. El tono varía del rosa pálido al negro, y pueden ser regulares, irregulares, simétricos, asimétricos, remangados, colgones y muy colgones. Son tan característicos y peculiares de cada mujer como la nariz o la boca. Y eso es lo extraño. ¿Qué diablos hacen estos rasgos de identidad en un sitio tan oculto? Pues ni idea, pero ya dijo Arthur Koesler que la evolución, a veces, parece "un cuento épico narrado por un tartamudo". Curiosas son también las especulaciones sobre los motivos por los que la evolución distinguió a las mujeres con este regalito.
Algunos expertos dicen que los labios menores ayudaban a esparcir el aroma del celo –que lleva oculto varios millones de años–, y otros, que son imprescindibles para disparar el pipí lejos de las piernas cuando se hace de pie. Pero no hay una única postura instintiva y humana para hacer pipí. En algunas tribus lo hacen en cuclillas y en otros de pie. En Europa, actualmente, visitamos al señor Roca, pero en el campo se hizo de pie hasta el siglo pasado. Me cuesta trabajo creer que los genes de las hábiles lanzadoras de chorritos fueran capaces de imponer su equipo, y que este equipo sea el ideal para tales fines. Otras explicaciones me parecen más razonables.
Durante la excitación sexual, la zona vulvar sufre una congestión que endurece e hincha los labios mayores. Los labios menores también se hinchan y son muy sensibles, pero no se abren como los mayores, al separar las piernas, y se comportan como las cortinas almidonadas de mi abuela (¡horror!, ¿he dicho yo eso?), con volantes y puntillas que se resisten a despejar la entrada de la vagina y dificultan una acometida directa y al descuido,como la que realizan los machos de otras especies de primates. La separación de los labios menores forma parte de los rituales preliminares de la penetración, y si el amante es torpe e impaciente puede empujarlos hacia el interior de la vagina, lo cual equivale a entrar con muy mal pie.
Los labios menores constituyen una de esas barreras de cautela diseñadas para evitarel sexo banal y casual y que, por el contrario, lo conducen a la personalización y a la intimidad. Aunque seguro que el encuentro sexual rápido y sencillo de los tiempos cavernícolas no incluía los largos prolegómenos que se consideran necesarios hoy día, se puede rastrear, por los rasgos biológicos, una confrontación entre dos tensiones: por una parte, la desconfianza y la prudencia femeninas, con sus correspondientes obstáculos interpuestos, y, por la otra, la necesidad del varón de franquear dichos obstáculos, lo cual exige cierto brío y constancia, pero también habilidad, delicadeza y tiempo. El resultado, en una pareja en formación, sería un ejercicio de seducción, un regateo que tendría como fin, a medida que se gana la confianza femenina y se consigue la entrega, el surgimiento de un vínculo duradero.
La característica más asombrosa de los labios menores es que son muy elásticos y extensibles, como el chicle o la plastilina. Pero los tirones repetidos les causan una hipertrofia permanente. Hay sociedades en las que, para bien o para mal, se ha prestado una atención especial a los labios menores. El amable copulante me permitirá clasificar estas sociedades en labiófilas y labiófobas, como ya lo hizo el doctor Gerard Zwang. Entre las primeras se encontraban algunas tribus africanas rodesianas, bantúes, swahilis y sobre todo hotentotes, en las que las mujeres, coquetas ellas, se confeccionaban el llamado delantal hotentote o mfuli, que caía muchos centímetros por debajo de la vulva. Las mujeres hotentotes trabajaban desde niñas, y se estiraban los labios para conseguir un bonito faldón que las adornase. Según los antropólogos que visitaron estos pueblos cuando la costumbre estaba vigente, las madres, cuando veían ociosas a sus hijas, les decían: "¿Qué haces ahí? ¡Vete a hacer tu mfuli!". Y las niñas, obedientes, se ayudaban mutuamente a elaborar sus delantales, sin vergüenza ni picardía. Que yo sepa, las mujeres de estas sociedades son las únicas que no tuvieron reparos en vestirse con su propia vulva y emplearla como órgano de exhibición y cortejo.
Ese atrevimiento puede parecer un golpe bajo para la supervivencia de una cultura –recordemos que la promiscuidad no se promociona bien a largo plazo–, pero el delantal hotentote quizá fue un rasgo de cautela mayor aún que el que la naturaleza tenía previsto al inventar los labios menores, porque, de hecho, no impidió una gestión del sexo alejada de la promiscuidad. Dado que los hotentotes eran polígamos, es posible que el delantal actuara a modo de cinturón de castidad, porque no debía ser fácil para los solteros excedentes montárselo a toda velocidad con una esposa adúltera abriéndose paso a través de ese impedimento.
El segundo grupo, el labiófobo, está integrado por las tribus que repudian los labios menores y que son partidarias de eliminarlos totalmente durante los lamentables rituales de ablación e infibulación.
Los misioneros y demás gentes bienintencionadas se escandalizaron profundamente de la conducta de las tribus labiófilas que, salvo por su dudoso buen gusto y extravagancia, no se metían con nadie, y se pusieron tan pesados que consiguieron que el delantal hotentote pasara de moda. Ojalá pudiéramos decir lo mismo de la ablación, que parece que no escandalizó tanto y sigue estando vigente de un extremo a otro de África.
¡Ojo! Los labios menores constituyen un rasgo único y exclusivo de la especie humana. No están presentes en las hembras de los primates, y ni siquiera se corresponden con algún resto neoténico. (Se llama neoténico a un rasgo embrionario que permanece en el individuo adulto. Acordaos de esta palabra, porque la usaremos más veces). Los labios menores son órganos suplementarios, definitivos y exclusivos de las mujeres.
Resulta curioso lo diferentes que son de una mujer a otra. El tono varía del rosa pálido al negro, y pueden ser regulares, irregulares, simétricos, asimétricos, remangados, colgones y muy colgones. Son tan característicos y peculiares de cada mujer como la nariz o la boca. Y eso es lo extraño. ¿Qué diablos hacen estos rasgos de identidad en un sitio tan oculto? Pues ni idea, pero ya dijo Arthur Koesler que la evolución, a veces, parece "un cuento épico narrado por un tartamudo". Curiosas son también las especulaciones sobre los motivos por los que la evolución distinguió a las mujeres con este regalito.
Algunos expertos dicen que los labios menores ayudaban a esparcir el aroma del celo –que lleva oculto varios millones de años–, y otros, que son imprescindibles para disparar el pipí lejos de las piernas cuando se hace de pie. Pero no hay una única postura instintiva y humana para hacer pipí. En algunas tribus lo hacen en cuclillas y en otros de pie. En Europa, actualmente, visitamos al señor Roca, pero en el campo se hizo de pie hasta el siglo pasado. Me cuesta trabajo creer que los genes de las hábiles lanzadoras de chorritos fueran capaces de imponer su equipo, y que este equipo sea el ideal para tales fines. Otras explicaciones me parecen más razonables.
Durante la excitación sexual, la zona vulvar sufre una congestión que endurece e hincha los labios mayores. Los labios menores también se hinchan y son muy sensibles, pero no se abren como los mayores, al separar las piernas, y se comportan como las cortinas almidonadas de mi abuela (¡horror!, ¿he dicho yo eso?), con volantes y puntillas que se resisten a despejar la entrada de la vagina y dificultan una acometida directa y al descuido,como la que realizan los machos de otras especies de primates. La separación de los labios menores forma parte de los rituales preliminares de la penetración, y si el amante es torpe e impaciente puede empujarlos hacia el interior de la vagina, lo cual equivale a entrar con muy mal pie.
Los labios menores constituyen una de esas barreras de cautela diseñadas para evitarel sexo banal y casual y que, por el contrario, lo conducen a la personalización y a la intimidad. Aunque seguro que el encuentro sexual rápido y sencillo de los tiempos cavernícolas no incluía los largos prolegómenos que se consideran necesarios hoy día, se puede rastrear, por los rasgos biológicos, una confrontación entre dos tensiones: por una parte, la desconfianza y la prudencia femeninas, con sus correspondientes obstáculos interpuestos, y, por la otra, la necesidad del varón de franquear dichos obstáculos, lo cual exige cierto brío y constancia, pero también habilidad, delicadeza y tiempo. El resultado, en una pareja en formación, sería un ejercicio de seducción, un regateo que tendría como fin, a medida que se gana la confianza femenina y se consigue la entrega, el surgimiento de un vínculo duradero.
La característica más asombrosa de los labios menores es que son muy elásticos y extensibles, como el chicle o la plastilina. Pero los tirones repetidos les causan una hipertrofia permanente. Hay sociedades en las que, para bien o para mal, se ha prestado una atención especial a los labios menores. El amable copulante me permitirá clasificar estas sociedades en labiófilas y labiófobas, como ya lo hizo el doctor Gerard Zwang. Entre las primeras se encontraban algunas tribus africanas rodesianas, bantúes, swahilis y sobre todo hotentotes, en las que las mujeres, coquetas ellas, se confeccionaban el llamado delantal hotentote o mfuli, que caía muchos centímetros por debajo de la vulva. Las mujeres hotentotes trabajaban desde niñas, y se estiraban los labios para conseguir un bonito faldón que las adornase. Según los antropólogos que visitaron estos pueblos cuando la costumbre estaba vigente, las madres, cuando veían ociosas a sus hijas, les decían: "¿Qué haces ahí? ¡Vete a hacer tu mfuli!". Y las niñas, obedientes, se ayudaban mutuamente a elaborar sus delantales, sin vergüenza ni picardía. Que yo sepa, las mujeres de estas sociedades son las únicas que no tuvieron reparos en vestirse con su propia vulva y emplearla como órgano de exhibición y cortejo.
Ese atrevimiento puede parecer un golpe bajo para la supervivencia de una cultura –recordemos que la promiscuidad no se promociona bien a largo plazo–, pero el delantal hotentote quizá fue un rasgo de cautela mayor aún que el que la naturaleza tenía previsto al inventar los labios menores, porque, de hecho, no impidió una gestión del sexo alejada de la promiscuidad. Dado que los hotentotes eran polígamos, es posible que el delantal actuara a modo de cinturón de castidad, porque no debía ser fácil para los solteros excedentes montárselo a toda velocidad con una esposa adúltera abriéndose paso a través de ese impedimento.
El segundo grupo, el labiófobo, está integrado por las tribus que repudian los labios menores y que son partidarias de eliminarlos totalmente durante los lamentables rituales de ablación e infibulación.
Los misioneros y demás gentes bienintencionadas se escandalizaron profundamente de la conducta de las tribus labiófilas que, salvo por su dudoso buen gusto y extravagancia, no se metían con nadie, y se pusieron tan pesados que consiguieron que el delantal hotentote pasara de moda. Ojalá pudiéramos decir lo mismo de la ablación, que parece que no escandalizó tanto y sigue estando vigente de un extremo a otro de África.