Pero ni el Gobierno, ni el Parlamento, ni los servicios del Estado ni la judicatura han estado a la altura de sus responsabilidades en lo que a aclarar los atentados respecta. De hecho (...), se ha recurrido a todo precisamente para conseguir que los españoles olvidaran el 11-M, que conocieran el menor número posible de datos, que no preguntaran qué fue lo que pasó.
Aunque todas esas pretensiones han sido en vano, porque algunos medios de comunicación han sabido mantener viva la llama de las investigaciones y la sociedad se ha negado a olvidar.
Dos años y medio después, las investigaciones marchan a mejor ritmo que nunca y algunos poderes públicos, en el mundo judicial y en el político, comienzan a reaccionar, azuzados por un clamor ciudadano que continúa creciendo.
Las presiones para el cierre del sumario
Entre ocultaciones, retrasos, datos falsos, detenciones irrelevantes y obstrucciones de todo tipo, consiguieron que al juez Del Olmo se le fueran pasando los meses sin que las investigaciones avanzaran. Entre otras cosas, porque el propio juez dejó que sucediera así: hubiera podido tomar medidas contra los responsables del obstruccionismo y no lo hizo.
La cascada de detenciones injustificadas terminó en cuanto se cerró la Comisión del 11-M. Ya se había conseguido tener entretenido al juez mientras el tema estuvo vivo de cara a la opinión pública. Una vez conseguido el objetivo, ya no había necesidad de continuar con la pantomima. A partir de ese momento la estrategia varió y se comenzó a presionar al juez Del Olmo para que cerrara la instrucción cuanto antes. Pero con lo que no contaban era con que las investigaciones de los medios independientes avanzaran a la velocidad a la que lo hicieron. Las sucesivas revelaciones de medios como El Mundo, Libertad Digital, Cadena COPE, City FM, Telemadrid... fueron poniendo de manifiesto ante la opinión pública las incongruencias del sumario, sus carencias, las falsificaciones. Y el juez Del Olmo, que ya se había librado de las detenciones absurdas, se vio obligado a empezar a cerrar las vías de agua que se abrían a toda velocidad en el barco de las investigaciones policiales.
Al principio las presiones sobre el juez de los medios defensores de la versión oficial fueron sutiles. Se limitaban a vagos vaticinios donde se predecía lo que el juez Del Olmo iba a hacer. Primero se dijo que la instrucción judicial quedaría cerrada en otoño de 2005. Después se retrasó la fecha a Navidades. En enero de 2006 las alarmas empezaron a sonar y se descargaron diversas andanadas contra el juez desde el periódico El País. Uno de los editoriales que le dedicaron llevaba el sugestivo título de 'Trajeta roja a Del Olmo'. Querían haber cerrado el caso para antes del segundo aniversario de la masacre, pero no lo consiguieron.
Al final, Del Olmo se vio desbordado por las circunstancias, que le obligaron a dictar un chapucero auto de procesamiento en abril de 2006 con el que dar por concluida la investigación oficial. Como puede verse a la luz de las revelaciones periodísticas posteriores, aquel cierre en falso tampoco significó el fin de la investigación del 11-M.
El ninguneo de las víctimas
Todavía no sabemos qué sucedió el 11-M. Pero lo que sí sabemos ya, más allá de toda duda razonable, es que desde la propia mañana de los atentados se puso en marcha una campaña para ocultar a los españoles lo que realmente había pasado. Una campaña que abarcó todos los frentes existentes: el policial, con la colocación de pruebas falsas que alejaran nuestra mirada de los trenes; el judicial, por ejemplo con la neutralización de la jueza Teresa Palacios, que pretendía investigar, ilusa de ella, los sucesos de Leganés; el político, con la presión desde dentro al PP basada en la falsa tesis de la negligencia... Y en esa campaña no podían faltar los intentos de neutralización de aquellos que con más razón, con más emotividad y con más credibilidad podían exigir que se nos dijera toda la verdad: las víctimas.
Los intentos por manipular a las víctimas comenzaron inmediatamente después de los atentados. La campaña de criminalización del PP, a quien se hizo responsable de la masacre, tuvo el efecto de dejar el camino libre para que desde partidos de izquierda se tomara el control inicial de los movimientos asociativos. El intento de control llegó al punto de defenestrar a una presidenta no demasiado dócil, Clara Escribano, de la primera de las asociaciones de víctimas creadas, para sustituirla por otra, Pilar Manjón, justo antes de la comparecencia ante la comisión de investigación parlamentaria.
Pero aquella estrategia sólo funcionó al principio. Porque poco a poco fueron quedando al descubierto, gracias a las investigaciones periodísticas, las falsedades en que la versión oficial estaba basada. Y poco a poco las propias víctimas de aquellos atentados fueron tomando conciencia de hasta qué punto se las había querido utilizar, de hasta qué punto se las pretendía reducir al silencio una vez que se cerró la comisión parlamentaria.
Hoy, la gran mayoría de las víctimas del 11-M están agrupadas en otras dos asociaciones (la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M, dirigida por Ángeles Domínguez, y la AVT, dirigida por Francisco José Alcaraz), que están exigiendo, desde hace ya mucho tiempo, la reapertura de la Comisión 11-M y la realización de una auténtica investigación judicial y policial. Ambas asociaciones han comenzado ya una encarnizada batalla judicial para evitar que el genocidio del 11-M quede impune. Y, le pese a quien le pese, esa batalla la terminarán ganando las víctimas.
"¡Fíate de mí!"
A lo largo de estos dos años y medio de investigaciones he hablado con mucha, con muchísima gente. Unos más interesantes que otros. Algunos con ganas de intoxicar. Otros con fragmentos de información que te ofrecen "por si pueden servir de algo" y entre los cuales se encuentran a veces claves insospechadas.
Pero, de entre todo lo que me han contado a lo largo de estos dos años largos, hay una frase en concreto, tan sólo tres palabras, a la que no paro de darle vueltas. Esa frase surgió en una conversación con un periodista de unos de los medios escritos más críticos con el Gobierno Aznar y más favorables al Partido Socialista. Alguien, por tanto, nada sospechoso para aquellos que defienden la versión oficial de los hechos.
Aquel periodista me contó que, en la mañana del 11-M, recibieron una llamada de uno de sus principales contactos con la Policía. Eran aproximadamente las doce. Aquel contacto le dijo al periodista: "¡Fíate de mí! Ha sido Al Qaeda". Dos horas y media más tarde, hacia las dos y media, aquel contacto volvía a llamar y le comunicaba al periodista que en la furgoneta de Alcalá había una cinta coránica y unos detonadores. No le mencionó ningún resto de explosivo.
A las doce en punto de la mañana todavía no se sabía que en la furgoneta de Alcalá hubiera nada. A las 14.30 quedaba todavía una hora para que se iniciara, según los datos oficiales, la inspección ocular de la furgoneta.
No paro de darle vueltas a esa simple frase ("¡Fíate de mí!") que pronunció aquel policía a las doce de la mañana. A esa hora todavía no se había encontrado nada que apuntara en una dirección que no fuera ETA. ¿Cómo sabía, entonces, aquel policía que había sido Al Qaeda? ¿Es que ya sabía lo que iba a encontrarse después? ¿O es que a las doce de la mañana alguien había tomado ya la decisión de lo que debía encontrarse?
¿Cuántos contactos policiales entraron en acción aquella mañana, para dirigir a los periodistas de los distintos medios? ¿Tomó alguien la decisión de poner en marcha una campaña de intoxicación consciente? Si es así, resulta estremecedor pensar en qué poca gente hace falta para dirigir a la opinión pública de todo un país. Bastan una, dos, tres personas, bien relacionadas con el mundo periodístico, para propalar desde los aparatos del Estado cualquier teoría, acertada o no, bienintencionada o perversa.
Una llamada a una docena de medios de comunicación y a un par de agencias basta para difundir cualquier verdad o cualquier mentira. Lo cual indica hasta qué punto estamos los ciudadanos a merced de cosas que escapan a nuestro control.
Me encantaría saber cómo conocía ese policía a las 14.30 qué cosas se iban a encontrar en la furgoneta de Alcalá. Pero confieso que me preocupa mucho más conocer qué movió a ese policía a decir, a las doce de la mañana, aquel "¡Fíate de mí!".