¿Que qué dijo el muy bocazas? Minuto 34:40
Yo entiendo a Hitler, aunque sé que hizo cosas equivocadas, por supuesto... Solo estoy diciendo que entiendo al hombre, no es lo que llamaría un buen tipo pero siento compasión por él.
Es una frase ambigua y compleja de un tipo dotado con un sentido del humor negro y escatológico en un ambiente en el que todo el mundo, desde sus actores y actrices hasta los periodistas, le ríe cada una de las gracietas; y el tipo llega a creerse Lenny Bruce o Larry David. Además, como me dijo mi amigo y mejor crítico de cine Álvaro Arroba mientras comentábamos la película vía WhatsApp:
Recuerda que dijo cosas muy interesantes antes de cagarla con Hitler, pero nadie se acuerda de ellas. Como que es una peli de plástico y que posiblemente sea una mierda. Para mí esa distancia y esa ironía la hacen grandes. (Reproducido sin permiso del autor)
Se puede interpretar como una comprensión existencialista de la mente torturada, retorcida e irracionalista del Führer genocida. Lo que no sería de extrañar conociendo la querencia del director danés por las mentes desequilibradas, aquellas que se tiran de cabeza al océano encrespado de la locura. ¡Sus películas se llaman cosas como Rompiendo las olas, Bailando en la oscuridad o Anticristo! Y lleva tatuado en los nudillos de su mano derecha la palabra Fuck... Quien quiera ver películas edificantes, tranquilizadoras y normalizadas, que vaya a ver las de Amenábar. Sin embargo, los idiotas (¡así se llama otra de sus peliculas!), los filisteos, los descerebrados prefirieron armar un escándalo forzando una versión filonazi de sus declaraciones. De repente, el abismo que hay entre comprender y justificar fue cancelado por un batallón de periodistas encantados de hacer un gran carnaval sensacionalista en el que sacrificar a LVT.
Su película no fue desalojada de la competición oficial, pero estaba claro desde el escándalo suscitado que Melancholia iba a salir por la puerta de atrás (salvo su intérprete principal). Y es que para comprenderla debemos paradójicamente tomar en serio la boutade hitleriana de Trier, en el sentido de que el danés interioriza en la película un estado mental de romanticismo irracionalista que tendría su última expresión en la figura tragicómica, ese Alberich que se creía Parsifal, de Adolf Hitler. Melancholia es una película transida toda ella del ethos de decadente romanticismo de la música de Richard Wagner, el genio musical caracterizado por su nacionalismo furibundo y su antisemitismo feroz y que se convertiría en uno de los iconos de esa Alemania de ópera a la vez sublime y grotesca que eligió a Hitler, a Heidegger, a Heisenberg como sus directores artísticos, asumiendo que eran ellos o el caos, ellos o la aniquilación, ellos o la nada, pero finalmente ellos mismos se revelaron el caos surgiendo de la aniquilación para hacer emerger la nada.
La película consta de tres partes. Una obertura wagneriana en la que se nos presentan los personajes: la desequilibrada y ciclotímica Justine (Kirsten Dunst) y el planeta Melancholia, aproximadamente del tamaño de la Tierra y que en su paseo galáctico nos va a rozar la atmósfera. Tras esta musical introducción, la segunda parte consiste en la boda de Justine. Se podría decir, parafraseando a Tolstoi, que todas las bodas felices se parecen pero que las infelices son desgraciadas en su propia manera... Y ésta resulta ser muy diferente y, por tanto, infeliz y desgraciada. A raudales. La tercera parte, titulada Claire por la hermana de Justine, interpretada por Charlotte Gainsbourgh, trata del acercamiento de Melancholia a la Tierra, con Justine, Clarice, el marido de ésta y el hijo de ambos temiendo lo único que aterraba a los galos de la irreductible aldea: que el cielo se desplomase sobre sus cabezas.
El artista Lars von Trier ha sublimado la potencia de Thanatos del romanticismo alemán que encontró su más última y más acabada expresión en ese barítono del Mal que era Hitler –como había predicho Nietzsche, el filósofo antiwagneriano por excelencia– en una extraordinaria aparición de un Eros cosmológico que hubiera entusiasmado a los surrealistas. Desde lo del toro enamorado de la luna no se había oído hablar de un amor fou tan imposible entre un habitante de la Tierra y un planeta rondón.
Como es una película que se basa en estados de ánimo, no resulta de fácil visionado. Se suceden las acciones aparentemente caprichosas y arbitrarias. La parte de Justine tiene un aire a lo Cassavetes, con los nervios y la sensibilidad de la novia en la boda a flor de piel y todos los invitados al borde de un ataque de nervios. La parte de Claire, sin embargo, cambia por completo de registro, girando hacia un apocalipsis de corte tarkovskiano. Una extraña y hermosísima combinación de Solaris y Sacrificio, en la que un planeta se enamora de la desnudez de Justine, a la que contempla extasiado una noche de mágico erotismo. Sí, me han leído bien, un planeta se enamora de Justine y decide hacerla suya. Y el caso es que la chica presentía que entre el planeta y ella había algo, desde la primera vez que lo contempla al llegar a la boda o más tarde, cuando sale a orinar al campo de golf y en cuclillas observa extasiada al gigante rojo que se acerca. Hay más lirismo cosmológico en esa secuencia que en toda la parafernalia místico-panteísta de El árbol de la vida.
No es de extrañar, por tanto, que el silencioso y formalito Terrence Malick haya vencido al logorreico y procaz director danés, cuya Melancholia se estrenará en España el 4 de noviembre, Golem mediante. Aunque de todas formas mi favorita de todas las presentadas al Festival de Cannes de este año sigue siendo La piel que habito, de Almódovar. Dentro de poco les comentaré Habemus Papam de Nanni Moretti, también presentada en Cannes y que abrirá la próxima Seminci, y Drive con Ryan Gosling.
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