Ni los escritores más exquisitos, los estetas más refinados escapan a dicha influencia. Otra cosa es que sepan o no compaginarla con la capacidad de detenerse y de perderse, en detalles que podrían considerarse superfluos pero que, muchas veces, contienen ellos solos toda la tragedia del momento. Pienso en Proust, en cómo incorpora la polémica política suscitada por el affaire Dreyfus a su obra sin que la narración pierda un ápice de su ritmo poético ni sus palabras se devalúen por ello.
Los ejemplos en la literatura universal, son numerosos, y no entiendo que haya que volverse ramplón o callarse porque están pasando cosas terribles a nuestro alrededor, o mirar a otro lado y tocar simplemente el violín. Por eso la postura del Goncourt frente a Houellebecq es especialmente cobarde. Lo que hace Houellebecq, lo que hace Proust (sin pretender en absoluto hermanarlos, pues Houellebecq pertenece a otra filiación literaria), eso sí que es comprometerse con su época.
Este exordio viene a cuento precisamente de Marcel Proust y de otros premios muy diferentes a aquellos que nos han ocupado estos últimos días. Me refiero a los premios de traducción, que suelen ser premios a la constancia y a la virtud literaria. Tal vez recuerden que la semana pasada mencionaba yo, también a propósito del compromiso, la obra Contra Sainte-Beuve, que a pesar de su condición de fragmentaria e incompleta es indispensable para entender un montón de cosas al respecto del mundo de la crítica y de la opinión.
También mencioné la calidad de la traducción, a cargo de Silvia Acierno y Julio Baquero Cruz, para la editorial Langre (El Escorial), una de esas cada vez más numerosas iniciativas de calidad que emprenden ciertos héroes, en el sentido en que Juan Ramón Jiménez llamaba héroes (Héroes de tres mundos) a todos los que se dedicaban en España a escribir, traducir, pintar, investigar, etc.
Pues bien, Silvia y Julio son funcionarios, según creo, en un organismo internacional, en Luxemburgo, y autores también de la completísima introducción en la que se traza la historia del texto, aclarándose así algunas de las confusiones al respecto. Además, al ser bilingüe, esta edición va proclamando todo el tiempo la excelencia de la traducción, porque no hay escollo del texto original que estos traductores no salven honrosamente, ni dificultades del lenguaje proustiano que no solucionen, a veces de manera asombrosamente sencilla.
No es la primera vez que lo hacen, también la editorial madrileña El Funambulista (aplíquese lo dicho más arriba sobre la otra) les ha publicado la traducción de algunos relatos inéditos del mismo autor, en un librito titulado El indiferente y otros relatos. Como dice la propia editorial, "toda la sensibilidad de Proust en la distancia corta". Pues bien, Silvia Acierno y Julio Baquero Torres han recibido por ello el premio de traducción del francés al español Stendhal 2005.
Y ya que estoy con estos premios no quiero dejar de mencionar el premio de traducción Ángel Crespo, que se otorga un año a las traducciones al catalán y otro a las traducciones al castellano. Esta vez ha sido al catalán, y lo ha ganado Olivia de Miguel (que también traduce habitualmente al castellano, gracias a ese bilingüismo que confiemos nunca se pierda, pues si se pierde, malo para los traductores de esa comunidad autónoma española) por su traducción de la obra de G. K. Chesterton (quien, a propósito, escribió jugosas páginas contra el nacionalismo, el regionalismo y el localismo) Autobiografía, publicada por la editorial, también bilingüe, El Acantilado.
Otro de los acontecimientos literarios de la semana ha sido la presentación pública de la obra de Carmen Iglesias El pensamiento de Montesquieu, publicada por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores y uno de los pocos a los que he asistido, pues estaba yo muy poco "salonera" últimamente. Como saben, los salones de nuestra moderna sociedad ni siquiera son ya los cafés, sino los así llamados "espacios culturales", cada vez más abundantes en todas las ciudades. El del Círculo de Lectores, en la calle O'Donnell de Madrid, está frecuentado sobre todo por socios del mismo, que suele ser un público muy diferente al que normalmente asiste al otro Círculo madrileño, el de Bellas Artes, y no digamos a la Residencia de Estudiantes o al Ateneo.
Ese otro público, más especializado, que apareció por ahí, tenía más que ver en este caso con el mundo académico y universitario, al que pertenece la autora, que con el propiamente editorial o periodístico. Acompañaban a Carmen tres personas muy afectas a su obra y a su persona: Gonzalo Anes, Carlos Castilla del Pino y Javier Muguerza, con lo cual había un panorama muy completo que hubiera complacido a Montesquieu, tan atento a conciliar la filosofía con la ciencia y la historiografía.
Como dijo Joan Tarrida, presidente del Círculo de Lectores (esperaría no equivocarme, porque he perdido mis notas), es la manera que tiene esa editorial de sumarse al homenaje al barón de Montesquieu (1689-1775), con ocasión de los 250 años de su muerte, cuya obra, en palabras de su magnífica intérprete, es decir de Carmen Iglesias, "es, entre otras cosas, una vacuna contra todo totalitarismo". Ahora, que lo lean.
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