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CRÓNICA NEGRA

La vergüenza de España

24 de enero de 2009: unos falsos amigos secuestran a Marta del Castillo; se la llevaron a un lugar ignorado y se supone que abusaron de ella. Un grupo de cuatro adultos serán juzgados por asesinato y violación en un segundo juicio que todavía no tiene fecha. Ahora, desde el pasado día 24, está siendo juzgado por lo mismo el menor conocido como el Cuco, que en el momento de los hechos tenía 15 años.


	24 de enero de 2009: unos falsos amigos secuestran a Marta del Castillo; se la llevaron a un lugar ignorado y se supone que abusaron de ella. Un grupo de cuatro adultos serán juzgados por asesinato y violación en un segundo juicio que todavía no tiene fecha. Ahora, desde el pasado día 24, está siendo juzgado por lo mismo el menor conocido como el Cuco, que en el momento de los hechos tenía 15 años.
Antonio del Castillo, padre de Marta.

A lo largo de la indagación, el menor reconoció en tres ocasiones que había contribuido a deshacerse del cuerpo, para lo que se habría utilizado el coche de su familia. Ahora, enterado de todos los paraguas y protecciones que permite la Ley del Menor, sostiene que es inocente, y que si dijo lo contrario fue por las presiones policiales. Recordemos que las normas de la Ley del Menor ni permiten ni dan ocasión a presiones policiales de ningún tipo.

La ley española es tan buena con los imputados, que les permite incluso que mientan para protegerse. Lo que la ley no hace es encontrar el modo de que el menor o los cuatro mayores presuntamente implicados en este caso digan dónde está el cuerpo de Marta del Castillo, para que termine de una vez la agonía de la familia.

Por si fuera poco, el primer día del juicio aparecieron por la sala los padres del chico, que para evitar la vergüenza pública se velaban con pasamontañas. Con esas veladuras, parecían etarras dando un comunicado. Llevaban la cara cubierta, sí, como si se hubieran echado ceniza sobre el rostro para borrar el dolor y los sinsabores que este hijo que se mete en líos les procura; pero en vez de ocultarse tendrían que haber dado la cara.

El Cuco, cucamente, piensa escapar de esto como su colega el pájaro, que pone los huevos en un sitio y da los gritos en otro. No hay nada que hacer: este menor no atiende a ruegos de padres, consejos de psicólogos o peticiones del oyente. El Cuco hace y deshace, urgido por su necesidad y a la espera de obtener un beneficio en breve.

Todo el Estado de rodillas, en Sevilla, ante unos presuntos implicados en la desaparición de una niña que no piden, ninguno, acogerse al estatus del arrepentido. Lo menos malo es ofrecer el perdón al que delate al resto. Toda España estaría de acuerdo en llorar un poquito para no volver a llorar.

Volvamos a esa pareja perdida, escondida, con la cara tapada, bajo la braga, avergonzada de que el nene pequeño nos ensucie con su caca, nosotros, que fuimos incapaces de enseñarle a que tuviera siempre el culo limpio. Ahora, humildes, las orejas gachas, evitando el cruce de ojos, nos escapamos bajo la fría mirada de los teleobjetivos. Catorce máquinas de retratar pueden contarse en torno a los cráneos envueltos en pasamontañas. La primera vez que los padres de un imputado llevan a hombros la vergüenza para que nadie se quede con sus caras rojas.

No han sido días de gloria, los días de capuchón. Más bien, de máscara de hierro y tapabocas de hombre elefante. La forma de esconder la mayor afrenta y la ironía del que espera que este espectáculo grandilocuente y único se olvide mientras sale el cuco.

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