Tiene gracia que trate de vendernos su profesión aquí, donde somos especialistas en maquillar fiambres. Ayer mismo, sin ir más lejos, el exministro del Interior Llamadme Alfredo –yo le llamo ya "exministro", desde que se nominó candidato– dio lustre a la campaña por un turismo seguro, que es el muerto de todos los años, pero que él vendió como nuevo. Le quedó más lindo que un San Luis.
Empaquetó las recetas de Fraga cuando ministro –¡que nadie pierda de vista su maleta!–, dio un par de cifras con empolvados de la señorita Pepis y las televisiones que le respaldan lo dieron por bueno: este año, gracias a Llamadme Alfredo la campaña de desprestigio internacional morirá antes de nacer en el vientre de los tabloides británicos. Seguro que nadie dirá nada de los descuideros y sirleros que roban a los turistas en la Piel de Toro.
La tanatopraxia es una cosa con la que se tropezó Llamadme Alfredo cuando, como portavoz del felipismo, tenía que decir la verdad sobre aquellos muertos del GAL, una cosa muy triste de supuestos etarras asesinados por sicarios a los que vaya usted a saber qué desalmado fue capaz de pagar. Total, que Llamadme Alfredo extraía la sangre del circuito venoso y ponía en su lugar el bálsamo de González, impidiendo que los muertos reventaran y se extendiera el horror, aunque no podía evitar que los Consejos de Ministros olieran un poco a muerto.
Hacía su trabajo con todo el corazón para que la piel del cadáver se conservara fina y los parientes de Batasuna pudieran darle el último beso. De hecho lo único que fue rematadamente mal de los GAL fue aquello del secuestro, en el que el atacado por error quedó vivo y casi la lía. Pero los muertos no, hombre. Los muertos quedaban repeinados, perfiladitos, rejuvenecidos, como si todos los cuerpos fueran bellos: nadie parecía feo, ni gordo, ni flaco. Y eso que eran muertos de encargo, que siempre están de peor humor. Reavivar muertos para que no causen mal efecto es una política difícil.
Decorar víctimas de etarras era una rutina que apenas precisaba del kit del perfecto funerario: rímel, algo de pintura de labios, rouge para los pómulos y unas tijeras.
Cuando el 11- M, Llamadme Alfredo organizó un operativo bestial en el que doscientos muertos resultaron un pretexto para unas elecciones traumáticas en las que perdieron los que pensaban ganar, se eternizaron las investigaciones y un engrudo cósmico mantuvo pegados a jueces, desactivadores de explosivos y policías. Todavía dura la mentira aquella de que los yihadistas sacan a los muertos y los queman para vengarse. Y todo en un pispás y dos sms: pásalo. España se merece un Gobierno que no le mienta. Con ello se da paso justo a todo lo contrario: ¿de dónde salieron los presuntos yihadistas?, ¿cuál fue el explosivo del atentado?, ¿por qué nunca antes ni después un grupo parecido ha tirado ni un petardo? "¡Aquí huele a muerto!".
La tanatopraxia le fue convirtiendo cada vez más en un hombre influyente. Además, su sabiduría creció y se hizo fuerte, porque ahora también trata a los zombis, los muertos vivientes. Alguien debería decirle que le cambie el gesto a ZP, porque se le ha quedado fijo y delata su actual estado. El otro día se quedó enganchado en una cortina del Congreso.
Ni Monceau, el hombre cuyas manos arreglaron los destrozos de la princesa de Gales, ni Pedro Ara, el tanatólogo español que hizo el embalsamado de Eva Perón, pueden medirse con Llamadme Alfredo, que deja los muertos del Gobierno más guapos que cuando vivos. Mira a Pepiño, que sin gafas y operado de los ojos parece un galán de una película de contrabando gallego; o Chacón, que se quedó muerta el otro día cuando la obligaron a renunciar a las primarias y sonríe como si en vez de estar muerta estuviera solo dormida.
La tanatopraxia es una ciencia que ayuda a los familiares –y por extensión a todo el mundo– a aceptar mejor la muerte. Un tipo con buenas manos, sin miedo, es capaz de revitalizar los gestos, poner paz en un rostro, ocultar una señal o una herida de bomba. Luego se les pone un tratamiento que permite retrasar la biología natural, con lo que no hay lugar a la sorpresa ni a los malos olores.
Llamadme Alfredo puede llegar a ser tan bueno en lo suyo que quizá logre con su ciencia poblar el partido de cuerpos incorruptos: de momento vuelven al primer plano algunos liquidados, como Caldera y Valenciano, los dos más guapos que cuando vivos, dónde va a parar.