Israel es el país que, hace unos años, presentó a una bellísima transexual, llamada Dana Internacional, al concurso de Eurovisión. Y ganó. Lo cual es de agradecer desde el punto de vista de la normalización de todas las posibilidades sexuales; que no opciones, como suelen malnombrarse, porque nadie elige su deseo: casi me atrevería a decir que es elegido por él.
Pero la corrección política, es decir, la política a secas, lo deforma todo en la mejor tradición del esperpento. La revolución sexual de las últimas décadas se está pudriendo a toda velocidad. Y no por casualidad.
La incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, que tan poco tiene que ver con su liberación, aceleró su ingreso en la política. Pero no lo hizo de la manera más adecuada, sino mediante la corporativización de la sexualidad, el mismo camino por el que se liberaron todas las formas imaginables de la sexualidad. Esto llevó a la cuota y otras barbaridades muy bien aceptadas por los socialistas de todos los partidos.
De modo que tenemos ilustrísimas representantes en el Parlamento e ilustrísimas ministras escogidas para su papel por ser mujeres y, de acuerdo con el criterio de muchas votantas, que diría la Aído, para que actúen en su nombre en tanto que mujeres, cuando las votadas en cuestión no van a ir al Congreso a ocuparse de las féminas, sino de la congelación salarial o el recorte de las pensiones.
Otro tanto sucede con el movimiento gay, en el cual existen más variaciones ideológicas que sexuales, pero cuyos organizadores –ni siquiera dirigentes ni representantes– dan por supuesto que ser gay es ser progre, con todo lo que ello implica a día de hoy, incluido el proarabismo y el antisemitismo en su omnipresente disfraz de antisionismo. De modo que los organizadores del Orgullo Gay tienen autoridad, me parece que conferida por el señor alcalde esta villa y corte de Madrid, entusiasta de los festejos y cuya aportación al conflicto palestino se pudo leer esta semana en El País (no sin alipori o vergüenza ajena), y por el diputado psoero Pedro Zerolo. Autoridad para decidir quién viene y quién no. Hace dos o tres años tuvieron que quitarse de encima a los sadomasoquistas y a los paidófilos, que querían manifestarse, convencidos de que sus respectivas opciones sexuales son tan legítimas como cualquier otra. Realmente, no era de recibo.
(Permítaseme una digresión a propósito del señor alcalde, que se pasó la primera mitad de su artículo explicando sus amistosos lazos de siempre con el pueblo judío, evidentemente desde el lugar del no judío. ¿Pero acaso no se reclama este gran melómano pariente o descendiente o no sé bien qué de Isaac Albéniz, igual que su prima Cecilia ex Sarkozy? ¿Y acaso ser un Albéniz no implica, a gusto o a disgusto, ser judío?).
Pues bien: resulta que los turcos, que se alejan de Occidente a dos mil nudos por hora, iniciaron hace unos días la provocación a Israel intentando romper el bloqueo que este país y su vecino Egipto mantienen sobre la franja de Gaza. Lo hicieron de la mano de su aliado preferencial de este momento, los iraníes, que son los que van a continuar el juego. (¡Y sigue Turquía en la OTAN!). Los iraníes –si mal no recuerdo de los pies de esas fotos espeluznantes de homosexuales ahorcados con cuerdas atadas a unas grúas, como si a mayor altura se muriera más– no gustan de los homosexuales. El Islam en general no gusta de los homosexuales, pero los que en pleno siglo XXI ejercen con más boato su homofobia son los iraníes. Y no precisamente los israelíes. Los españoles veríamos aún con cierto rubor que nuestro enviado o enviada a Eurovisión fuese transexual.
Pero el progresismo da lugar a muy extraños compañeros de cama, y nunca mejor dicho. Juan Goytisolo encontró en el modernísimo Marruecos un hogar en el que vivir libremente su sexualidad, y es un convencido islamofílico que hasta fue a rendir homenaje personal, junto a Saramago y otros figuras, al provecto Arafat de los últimos días.
Yo confiaba en que la liberación gay generase más libertad en el conjunto social, pero no fue así. Al contrario: a los organizadores no se les ocurrió mejor cosa que reivindicar para sí mismos la más burguesa de las instituciones, el matrimonio; véase Engels, a quien ninguno de estos señores que hoy prohíben desfilar en su fiesta la carroza israelí ha leído ni por las tapas. Bueno, el día del juicio final de Occidente, que está cerca, los musulmanes no les preguntarán si han leído a Engels, sino qué han hecho con su cuerpo. Y después buscarán de dónde colgarlos.
Es todo coherente: si usted dice que su sexualidad es una opción, terminará casado.
Tenían toda la razón los Padres de la Iglesia y los monjes ascetas, aunque ellos lo expresaran en otros términos: la ideología es más poderosa que el sexo. Sospecho que también lo es el dinero, y estoy a punto de creer que casi cualquier cosa es más importante que el sexo, incluidas las fobias étnicas. Aquí y ahora, el antisemitismo es más poderoso que el sexo. El antisemitismo de los organizadores, que no el de los ingenuos participantes, felices de estar en su salsa una vez al año y no pocos de ellos, judíos.
Aviso a mis amigos gays y lesbianas, incluidos los que en los últimos años han venido de otros países al Orgullo Gay de Madrid, toda una referencia: si vuelven, van a participar de una de las celebraciones más reaccionarias de cuantas puedan imaginar, incluidas las paradas de camisa azul y brazo derecho en alto.
Y al que me diga que la mariquita de aspecto virilísimo y barba cerrada (tanto, que me pareció un infiltrado de la mezquita), con kefiá al cuello, a la que vi en la tele anunciando que los homosexuales israelíes se quedaban sin festejo tiene algo que ver con el progreso, la libertad y el ejercicio de la propia sexualidad, le recomendaré un buen psiquiatra.
vazquezrial@gmail.com
www.vazquezrial.com
Pero la corrección política, es decir, la política a secas, lo deforma todo en la mejor tradición del esperpento. La revolución sexual de las últimas décadas se está pudriendo a toda velocidad. Y no por casualidad.
La incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, que tan poco tiene que ver con su liberación, aceleró su ingreso en la política. Pero no lo hizo de la manera más adecuada, sino mediante la corporativización de la sexualidad, el mismo camino por el que se liberaron todas las formas imaginables de la sexualidad. Esto llevó a la cuota y otras barbaridades muy bien aceptadas por los socialistas de todos los partidos.
De modo que tenemos ilustrísimas representantes en el Parlamento e ilustrísimas ministras escogidas para su papel por ser mujeres y, de acuerdo con el criterio de muchas votantas, que diría la Aído, para que actúen en su nombre en tanto que mujeres, cuando las votadas en cuestión no van a ir al Congreso a ocuparse de las féminas, sino de la congelación salarial o el recorte de las pensiones.
Otro tanto sucede con el movimiento gay, en el cual existen más variaciones ideológicas que sexuales, pero cuyos organizadores –ni siquiera dirigentes ni representantes– dan por supuesto que ser gay es ser progre, con todo lo que ello implica a día de hoy, incluido el proarabismo y el antisemitismo en su omnipresente disfraz de antisionismo. De modo que los organizadores del Orgullo Gay tienen autoridad, me parece que conferida por el señor alcalde esta villa y corte de Madrid, entusiasta de los festejos y cuya aportación al conflicto palestino se pudo leer esta semana en El País (no sin alipori o vergüenza ajena), y por el diputado psoero Pedro Zerolo. Autoridad para decidir quién viene y quién no. Hace dos o tres años tuvieron que quitarse de encima a los sadomasoquistas y a los paidófilos, que querían manifestarse, convencidos de que sus respectivas opciones sexuales son tan legítimas como cualquier otra. Realmente, no era de recibo.
(Permítaseme una digresión a propósito del señor alcalde, que se pasó la primera mitad de su artículo explicando sus amistosos lazos de siempre con el pueblo judío, evidentemente desde el lugar del no judío. ¿Pero acaso no se reclama este gran melómano pariente o descendiente o no sé bien qué de Isaac Albéniz, igual que su prima Cecilia ex Sarkozy? ¿Y acaso ser un Albéniz no implica, a gusto o a disgusto, ser judío?).
Pues bien: resulta que los turcos, que se alejan de Occidente a dos mil nudos por hora, iniciaron hace unos días la provocación a Israel intentando romper el bloqueo que este país y su vecino Egipto mantienen sobre la franja de Gaza. Lo hicieron de la mano de su aliado preferencial de este momento, los iraníes, que son los que van a continuar el juego. (¡Y sigue Turquía en la OTAN!). Los iraníes –si mal no recuerdo de los pies de esas fotos espeluznantes de homosexuales ahorcados con cuerdas atadas a unas grúas, como si a mayor altura se muriera más– no gustan de los homosexuales. El Islam en general no gusta de los homosexuales, pero los que en pleno siglo XXI ejercen con más boato su homofobia son los iraníes. Y no precisamente los israelíes. Los españoles veríamos aún con cierto rubor que nuestro enviado o enviada a Eurovisión fuese transexual.
Pero el progresismo da lugar a muy extraños compañeros de cama, y nunca mejor dicho. Juan Goytisolo encontró en el modernísimo Marruecos un hogar en el que vivir libremente su sexualidad, y es un convencido islamofílico que hasta fue a rendir homenaje personal, junto a Saramago y otros figuras, al provecto Arafat de los últimos días.
Yo confiaba en que la liberación gay generase más libertad en el conjunto social, pero no fue así. Al contrario: a los organizadores no se les ocurrió mejor cosa que reivindicar para sí mismos la más burguesa de las instituciones, el matrimonio; véase Engels, a quien ninguno de estos señores que hoy prohíben desfilar en su fiesta la carroza israelí ha leído ni por las tapas. Bueno, el día del juicio final de Occidente, que está cerca, los musulmanes no les preguntarán si han leído a Engels, sino qué han hecho con su cuerpo. Y después buscarán de dónde colgarlos.
Es todo coherente: si usted dice que su sexualidad es una opción, terminará casado.
Tenían toda la razón los Padres de la Iglesia y los monjes ascetas, aunque ellos lo expresaran en otros términos: la ideología es más poderosa que el sexo. Sospecho que también lo es el dinero, y estoy a punto de creer que casi cualquier cosa es más importante que el sexo, incluidas las fobias étnicas. Aquí y ahora, el antisemitismo es más poderoso que el sexo. El antisemitismo de los organizadores, que no el de los ingenuos participantes, felices de estar en su salsa una vez al año y no pocos de ellos, judíos.
Aviso a mis amigos gays y lesbianas, incluidos los que en los últimos años han venido de otros países al Orgullo Gay de Madrid, toda una referencia: si vuelven, van a participar de una de las celebraciones más reaccionarias de cuantas puedan imaginar, incluidas las paradas de camisa azul y brazo derecho en alto.
Y al que me diga que la mariquita de aspecto virilísimo y barba cerrada (tanto, que me pareció un infiltrado de la mezquita), con kefiá al cuello, a la que vi en la tele anunciando que los homosexuales israelíes se quedaban sin festejo tiene algo que ver con el progreso, la libertad y el ejercicio de la propia sexualidad, le recomendaré un buen psiquiatra.
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