En El nombre de la rosa, el venerable aunque irascible hermano Jorge advertía a los bibliotecarios: "Un monje no debería reír. Sólo los tontos transforman su voz en risas". Pero, como le recordaba el franciscano Guillermo de Baskerville, incluso Aristóteles dedicó el segundo libro de la Poética al humor, ese "instrumento de la verdad".
Mucho de franciscano tenía Frank Capra, un bondadoso y brillante cineasta cuyo nombre ha quedado como sinónimo de comedia blanda, con gorriones que convencen a las aves depredadoras de que es más razonable seguir la dieta vegetariana. Anacrónicas y desfasadas en un mundo cada vez más interconectado, globalizado y sin raíces, las pequeñas comunidades de Capra se convertían en baluartes de los valores conservadores contra el huracán de la liberalización de las costumbres y el avance irrefrenable de la civilización tecnológica.
Igualmente anacrónica y desfasada es la comunidad de familiares, amigos y vecinos que nos presenta Michael Gondry en Rebobine, por favor, cuyo título alude a las películas en VHS y a la manía de los que las alquilaban de no rebobinarlas antes de devolverlas, lo que suponía una molestia para los videoclubs.
Mike (Def Dos) y Jerry (Jack Black) atienden (el primero) y frecuentan (el segundo) uno de los últimos establecimientos de este tipo. A la amenaza de lo digital, el DVD e internet se suma el próximo derribo del edificio que alberga su videoclub –que alimenta la leyenda de que ahí vivió Fats Weller, el ídolo jazzístico del propietario, Mr. Fletcher (Danny Glover)–, para dejar sitio a un moderno bloque de apartamentos.
Mientras el Sr. Fletcher se dedica a espiar (con la intención de emular) una tienda de alquiler de DVD, Jerry, accidentalmente cargado de electromagnetismo, borra el contenido de las cintas del videoclub. Horrorizados, Mike y Jerry, con la inestimable ayuda de Alma (Melonie Diaz), deciden volver a filmar ellos mismos, en plan casero, todo lo que han borrado, empezando por Los Cazafantasmas y pasando por 2001 o El rey león. O sea, como si Mel Brooks se las hubiese tenido que apañar con una cámara doméstica y unos cuantos amigotes.
Ante su sorpresa, sus versiones chapuceras cosechan un gran éxito (pero quizá no haya razón para tal sorpresa: ahí está Youtube, donde arrasan los vídeos caseros). Las suecadas –se supone que son películas importadas de Suecia– combinan el encanto de lo artesanal con el reconocimiento de las imágenes convertidas en memoria colectiva. Y la evidencia del engaño queda compensada por la brutalidad de las parodias y la anestesia inducida por la diversión de las imágenes. Quizá sólo sea una casualidad, pero la aparición de Mia Farrow como la viejecita que cae primero bajo el embrujo de la imitación nos trae a la memoria, precisamente, a la Farrow de La rosa púrpura de El Cairo, una mujer machacada por la vida que encontraba en el cine una salida opiácea a sus frustraciones.
Los divertidos gags de la grabación de las suecadas, donde Black da un nuevo recital de su extrovertida forma de interpretación, se terminan cuando aparece Sigourney Weaver en plan Teddy Bautista, o sea, como representante de la industria, que los amenaza con una multa millonaria por haber atentado contra los derechos de autor, intelectuales y sentimentales. Sólo podrán librarse del multón poniendo fin al plagio recreativo y destruyendo los vídeos piratas.
Pero, y aquí la película da un giro hacia el cuento de hadas a lo Capra, los incipientes cineastas han adquirido la madurez, técnica y moral, necesaria para rodar su propia película, una película que ponga en imágenes su identidad y preserve sus recuerdos y su dignidad. Realizarán, pues, un biopic del idolatrado Fats Weller. Lo que da lugar para alguna que otra andanada más contra lo políticamente correcto, como cuando Black aparece pintado de negro para interpretar al pianista de jazz, ante la mirada entre atónita e indignada de sus colaboradores negros. Black, entonces, dice que de acuerdo, que no es negro, pero que en cambio está gordo...
En el último número de la versión española de Cahiers du Cinèma, uno de los protagonistas cinematográficos de Mayo del 68, Jean-Henry Roger, recuerda la contradicción que se daba entre los realizadores revolucionarios y su público objetivo, que les pedía un cine de trinchera que aquéllos, tan concienciados, no estaban dispuestos a ofrecer, por precaución ante la demagogia ideológica y la pobreza estilística. Como sugirió Truffaut a Godard, si no hubieran estado tan atentos a sus ombligos de narcisistas maoístas quizá hubiesen conseguido hacer algo como Gondry, igualmente inoperante pero al menos no tan melancólicamente patético.
Este video paradiso, en el que la ñoñería de Tornatore ha sido sustituida por el alegre desparpajo de Black, supone una reivindicación del "Hágaselo usted mismo" y de la democratización de la cultura, así como un ataque subliminal, que hubiera encantado a Hayek, contra las patentes y los derechos de propiedad intelectual, por su condición de frenos a la innovación.
En la web de Rebobine, por favor están todas las películas suecadas. Quizá le sirvan para emprender su pequeña revuelta cinematográfica...
REBOBINE, POR FAVOR (Estados Unidos, 2008; 101 minutos). Dirección y guión: Michael Gondry. Fotografía: Ellen Kuras. Intérpretes: Jack Black, Mod Def, Danny Glover, Mia Farrow, Melonie Diaz. Música: Jean-Michel Bernard. Calificación: 7/10 (Cinéfila).
Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.