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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

La píldora azul

Queridos copulantes: La erección consiste en la dilatación de los vasos sanguíneos que conducen la sangre a los cuerpos cavernosos del pene, donde queda retenida, hasta la eyaculación, mediante la compresión de los vasos constrictores.


	Queridos copulantes: La erección consiste en la dilatación de los vasos sanguíneos que conducen la sangre a los cuerpos cavernosos del pene, donde queda retenida, hasta la eyaculación, mediante la compresión de los vasos constrictores.

El pene tiende a fallar igual que la fontanería en una casa antigua, cuando las cañerías están viejas y cegadas. Este tipo de impotencia es propio de la edad avanzada y tan natural como una papada colgona. Lo que pasa es que se encaja mal porque el hombre madurito mantiene el deseo sexual aunque no mantenga la potencia. Ya lo dice ese famoso y ordinario refrán: "El querer y no poder es más viejo que el peer". Pocos hombres saben reconocer el declive de su vida sexual con el sentido del humor que manifestaba el señor duque Henri D'Aumale, que solía decir:

Cuando era joven acostumbraba tener cuatro miembros flexibles y uno rígido. Ahora tengo cuatro miembros rígidos y uno demasiado flexible.

Además de las averías del sistema hidráulico, los niveles de testosterona van disminuyendo con los años y un hombre de 75 tiene en circulación justo la mitad de hormonas que uno de 25. Cuando se llega a los setenta, entre el 70 y el 80 por ciento de los hombres son incapaces de tener una erección completa. Para las mujeres el sexo suele caducar mucho antes. Así es la vida y hay que ser fuertes.

Los varones nunca han sido dados a consultar sus problemas sexuales, por pudor y porque no los consideraban competencia del médico. Pero a veces se ponían morados de afrodisíacos, y de hecho los problemas de erección siempre han sido un chollo para los curanderos y charlatanes. Desde la antigüedad circularon ungüentos elaborados con hierbas y órganos de animales, que unas veces se untaban en las partes pudendas y otras se bebían en forma de pócimas asquerosas, entre cuyos ingredientes no faltaban los venenos. Cuando se descubrió la electricidad se aplicó la terapia galvánica, o sea, que encima te freían el pene a calambres. Además, para los casos imposibles estaba la mecanoterapia, consistente en ajustar al pene siniestros aparatos ortopédicos que permitían la penetración por las bravas. ¡Qué afán!

Naturalmente, las grandes empresas farmacéuticas modernas, que no son tontas, se dieron cuenta de que había negocio para aquel que supiera llenar ese hueco del mercado. Pero primero había que crear una gran demanda: fomentar el inconformismo sexual, desvincular la impotencia de la ancianidad y llevar al varón a confiar en la solución médica capaz de devolverle lo que le pertenecía por naturaleza. La idea era que sólo los ignorantes dejaban de luchar por mejorar sus vidas sexuales. El término impotencia debía ser eliminado y sustituido por algo nuevo y con buena imagen: lo que tenían los caballeros no era impotencia, sino disfunción eréctil. Un problema vascular que había que dejar en manos de urólogos y cardiólogos.

Cuando la empresa Pfizer lanzó la Viagra, a mucha gente le sentó fatal que, habiendo tantas patologías sin medicamentos, porque no son rentables, se dedicaran tantos recursos para solucionar algo que ni siquiera era una enfermedad. Pero la empresa dio una versión más oportuna y conveniente. Resulta que sus investigadores estaban haciendo pruebas con una sustancia llamada citrato de sildenafilo que podía mejorar el flujo sanguíneo de los enfermos cardiacos, y aunque los ensayos fracasaron para ese fin, los pacientes afirmaron que tenían erecciones y se negaron a devolver las píldoras, incluso trataron de robarlas (los muy pillines). Así que se le dio otro hervor y surgió, casi sin querer, la Viagra, el producto farmacéutico más vendido de la historia.

La campaña de publicidad estuvo bien diseñada. Se buscó una imagen de seriedad científica y se insistió en que Viagra no era un afrodisiaco. No se podía decir que, realmente, mejorase la salud, porque lo cierto es que vive más un casto fraile que un mujeriego, pero se podía decir eso de que el sexo es vida, como si la impotencia no lo fuera también. Buscando una buena imagen, se quiso presentar la Viagra como una panacea para el matrimonio y la familia. Pero las pastillas no vienen, precisamente, para solucionar problemas de fertilidad. La publicidad quizá deja entrever la posibilidad de satisfacer a la esposa... Seguramente no a la primera esposa, para la cual, más que una satisfacción, es un problema, porque el marido se encuentra ante un nuevo horizonte, donde toma forma el sueño de una segunda juventud al lado de una maciza.

El hecho es que la Viagra viene a desequilibrar, más que antes, las estrategias de ambos sexos y permite a los varones dejar exhaustas y aburridas a dos o tres esposas consecutivas. Como se supone que las mujeres deben estar a la altura del nuevo patrón sexual masculino, los laboratorios ya han descubierto una nueva enfermedad para ellas: la disfunción sexual femenina, que pretende ser el equivalente de la disfunción eréctil. Basándose en las encuestas que dicen que la tercera parte de las mujeres tiene problemas con el deseo sexual y la cuarta parte presenta serias dificultades para alcanzar el orgasmo, ya hay una docena de compañías farmacéuticas interesadas en hacerles comprender que, aunque no se den cuenta, viven en la indigencia sexual.

Para redimirlas, los equipos de urólogos, ginecólogos y cardiólogos trabajan sobre el supuesto de que estas pacientes tienen problemas que hay que solucionar con vasodilatadores, testosterona y estimulantes cerebrales. No será fácil que funcione una píldora para mujeres, porque su sexualidad es mucho más complicada que la de los hombres, pero ya han creado una demanda.

Son muchos los detractores de la Viagra. Muchas mujeres piensan que eso de que te fornique una píldora es un contradiós, y los terapeutas sexuales insisten en que la píldora azul no mejora la satisfacción sexual porque sólo hace posible la mecánica del coito. Pero la Viagra tiene cosas positivas. Por ejemplo, los rinocerontes podrán disfrutar en paz de sus cuernos, que se creían afrodisíacos, y a lo mejor ya no se extinguen.

Por otra parte, hay varones que estiman en tal medida sus erecciones que, por muy enfermos o pobres que sean, en el fondo, su deseo ferviente es que el pene sea el último de sus órganos en fallar. Y oye, muchos lo han conseguido y se han quedado como pajaritos, poniendo los huevos en nido extraño, para consternación de sus familias, que han tenido que comerse el marrón. Descansen en paz (sus familias).

No sólo los impotentes usan Viagra. Muchos homosexuales son buenos clientes porque el esfínter anal requiere, para ser penetrado, una vigorosa erección. También la toman muchos jóvenes solteros heterosexuales porque llevan una vida nocturna en exceso movidita y desconfían de su capacidad. Incluso los afroamericanos, que otrora eran los reyes del mambo, con sus míticas dimensiones y su recia pujanza, se han picado y la toman porque sienten que los blancos hacen trampa y han dicho que o jugamos todos o rompemos el balón.

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