En los últimos tiempos Irán se ha convertido en el estandarte de todas las causas anti-sistema. Carrillo sueña con una revolución islamo-socialista que borre al capitalismo de la faz de la Tierra y Hugo Chávez se abraza a Ahmadineyad como si fuera su hermano. Algunos miembros del establishment también simpatizan con ellos. Felipe González acude a visitar a los ayatolás y varios empresarios europeos se forran a cuenta del programa nuclear persa. El pasado mes de marzo, el director de El País deleitó a sus lectores con una jugosa entrevista en la que el presidente de Irán era retratado de forma implícitamente elogiosa.
El miércoles 17 de diciembre, la universidad San Pablo CEU abrió de forma secreta sus puertas al viceministro de asuntos exteriores de Irán, invitado a España por el ministro Moratinos. Esta vez la institución de los propagandistas católicos optó por no difundir la noticia ni repartió invitaciones a troche y moche, como suele hacer. Mis fuentes en aquella casa me han contado que el acontecimiento se llevó a cabo de forma discretísima, la asistencia al mismo fue estrictamente controlada y muchos estudiantes y profesores se enteraron por Infomedio o por los blogs que se hicieron eco de los insultos y amenazas que los miembros de la asociación Colegas habían recibido de algunos alumnos de esa universidad, quienes, como diría mi abuela, deberían lavarse la boca –y el alma– con jabón. Al menos uno de los elegidos para acudir al acto fue conminado por las autoridades académicas a no hablar con la prensa ni difundir las palabras del político iraní. Al final decidió no presentarse. Las exigencias de los organizadores le parecieron inaceptables.
Ninguno de los que suelen hacerse eco de los actos del CEU se interesó por la noticia. Supongo que si la conferencia se hubiese dictado en la Carlos III con Peces Barba como anfitrión tampoco habrían dicho nada, porque ellos nunca aplicarían una doble vara de medir, como la que dicen han usado contra el juez Calamita, el señor que según sus propias declaraciones entorpeció la adopción de una niña por una señora, no una pareja, porque no le gustaron las conclusiones del informe. Así que inició investigaciones extraordinarias con el objetivo de obtener una base legal para una cuestión de inconstitucional contra una ley a la que se opone.
Tanto él como la madre biológica de la niña, cuya esposa era la adoptante, reconocen que había un vacío legal. El desacuerdo estribaba en cómo resolver el problema. Para la madre y los redactores del informe, puesto que la adopción del hijo de un cónyuge por el otro es un procedimiento común, y que el principio de la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo es la igualdad, el juez debería tratar el caso como otro cualquiera. Sin embargo, Calamita optó por no tomar en cuenta su opinión, estableció una diferencia a fin de cuestionar la constitucionalidad del matrimonio gay y lesbiano y, mientras tanto, nombró un defensor judicial para la niña alegando que los intereses de madre e hija eran contrapuestos, arrebatando de hecho la patria potestad a la progenitora.
La sentencia del TSJ de Murcia sostiene que el juez actuó con malicia y homofobia, una circunstancia agravante desde la reforma del Código Penal de 1995. Calamita dice que ha sido objeto de una persecución político-religiosa.
Hasta aquí, los hechos. Mi opinión es que si su conciencia le obligaba a actuar contra la ley, podría haber escrito un artículo, firmado algún manifiesto o recurrido a cualquier otra modalidad de protesta permitida por la legislación. Utilizar a una niña con fines políticos usando para ello la fuerza del Estado, llegando a cuestionar la idoneidad de su propia madre, es una barbaridad. Es probable que la intención de Susana Meseguer al permitir la adopción de su hija por su pareja fuera simplemente asegurarse de que, en caso de muerte o incapacidad, la niña, concebida por inseminación artificial, quedase en manos de la persona más adecuada. ¿Acaso sabe don Fernando de lo que son capaces las hembras de los mamíferos para proteger a sus crías?
Y hablando de ignorancia, el pasado fin de semana se produjo la primera celebración pública de la Navidad en Bagdad. Un grupo de personas llevó a cabo una representación del nacimiento de Jesús al aire libre, un hecho que no tiene por qué ofender a nadie. Prestar unos metros cuadrados para que algunos ciudadanos de distintas religiones expresen, mediante la Navidad, su deseo de paz y de tolerancia no me parece mal, y aunque así fuera, no soy quien para pedir su prohibición. En eso consiste la libertad de expresión.
Lo que sí puedo hacer es imaginar lo que sería de los cristianos iraquíes si los terroristas que actúan a sueldo del Gobierno del señor Safari consiguieran sus objetivos. Ojalá los responsables públicos y privados de la matinée persa en el CEU lo hubieran hecho también. Nadie está libre de pecado. A propósito, no sé qué pensará Inma Castilla de Cortázar, decana de la facultad de Medicina de esa universidad y presidenta sub iúdice de Foro Ermua, porque comparados con los iraníes, Otegui y los suyos se me antojan niños de pecho. Me lo comentaba el otro día una persona que acababa de compartir mesa con ella: "Si me llego a enterar de los del iraní antes, vaya que si se lo pregunto".
La banalización del mal y el relativismo son el cáncer de Occidente. Nazis, asesinos y cómplices del terror lo parecen menos según dónde estén, qué casa visiten o qué página web les permita evacuar sus excrecencias. El maquiavelismo no conoce límites. Hace años que los científicos demostraron que el tiempo es un concepto relativo. Quizá fuera por eso que Einstein se resistiera a aceptar los agujeros negros, esos lugares donde tiempo y espacio se retuercen de forma casi incomprensible para la mente humana.
No sé si las ideas serán una especie de quinta dimensión independiente de las leyes conocidas de la física, pero si algo tengo claro es que el exterminio de los judíos, el asesinato de homosexuales, la discriminación de la mujer y la financiación de bandas de asesinos dedicados a lanzar bombas y misiles contra la población civil de países extranjeros son actos despreciables e inmunes a la acción de la gravedad de la corrección política, venga de donde venga. Y sus defensores y atenuadores de cualquier tipo, unos inmorales a los que no tengo otro remedio que llamar hijos de dios, aunque no me lo parezcan.
Me importa un rábano quién les acoja y en nombre de qué principios se les brinde hospitalidad, o se les aplauda en un partido de fútbol, como el que pretendía celebrar la federación vasca de fútbol. Me da lo mismo que el aquelarre se celebre en un estadio o en un campus universitario, el pecado es el mismo. Si no lo dijera, simplemente estaría traicionando mis principios, esos que algunos han abandonado en pro de causas que nunca serán las mías.
El miércoles 17 de diciembre, la universidad San Pablo CEU abrió de forma secreta sus puertas al viceministro de asuntos exteriores de Irán, invitado a España por el ministro Moratinos. Esta vez la institución de los propagandistas católicos optó por no difundir la noticia ni repartió invitaciones a troche y moche, como suele hacer. Mis fuentes en aquella casa me han contado que el acontecimiento se llevó a cabo de forma discretísima, la asistencia al mismo fue estrictamente controlada y muchos estudiantes y profesores se enteraron por Infomedio o por los blogs que se hicieron eco de los insultos y amenazas que los miembros de la asociación Colegas habían recibido de algunos alumnos de esa universidad, quienes, como diría mi abuela, deberían lavarse la boca –y el alma– con jabón. Al menos uno de los elegidos para acudir al acto fue conminado por las autoridades académicas a no hablar con la prensa ni difundir las palabras del político iraní. Al final decidió no presentarse. Las exigencias de los organizadores le parecieron inaceptables.
Ninguno de los que suelen hacerse eco de los actos del CEU se interesó por la noticia. Supongo que si la conferencia se hubiese dictado en la Carlos III con Peces Barba como anfitrión tampoco habrían dicho nada, porque ellos nunca aplicarían una doble vara de medir, como la que dicen han usado contra el juez Calamita, el señor que según sus propias declaraciones entorpeció la adopción de una niña por una señora, no una pareja, porque no le gustaron las conclusiones del informe. Así que inició investigaciones extraordinarias con el objetivo de obtener una base legal para una cuestión de inconstitucional contra una ley a la que se opone.
Tanto él como la madre biológica de la niña, cuya esposa era la adoptante, reconocen que había un vacío legal. El desacuerdo estribaba en cómo resolver el problema. Para la madre y los redactores del informe, puesto que la adopción del hijo de un cónyuge por el otro es un procedimiento común, y que el principio de la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo es la igualdad, el juez debería tratar el caso como otro cualquiera. Sin embargo, Calamita optó por no tomar en cuenta su opinión, estableció una diferencia a fin de cuestionar la constitucionalidad del matrimonio gay y lesbiano y, mientras tanto, nombró un defensor judicial para la niña alegando que los intereses de madre e hija eran contrapuestos, arrebatando de hecho la patria potestad a la progenitora.
La sentencia del TSJ de Murcia sostiene que el juez actuó con malicia y homofobia, una circunstancia agravante desde la reforma del Código Penal de 1995. Calamita dice que ha sido objeto de una persecución político-religiosa.
Hasta aquí, los hechos. Mi opinión es que si su conciencia le obligaba a actuar contra la ley, podría haber escrito un artículo, firmado algún manifiesto o recurrido a cualquier otra modalidad de protesta permitida por la legislación. Utilizar a una niña con fines políticos usando para ello la fuerza del Estado, llegando a cuestionar la idoneidad de su propia madre, es una barbaridad. Es probable que la intención de Susana Meseguer al permitir la adopción de su hija por su pareja fuera simplemente asegurarse de que, en caso de muerte o incapacidad, la niña, concebida por inseminación artificial, quedase en manos de la persona más adecuada. ¿Acaso sabe don Fernando de lo que son capaces las hembras de los mamíferos para proteger a sus crías?
Y hablando de ignorancia, el pasado fin de semana se produjo la primera celebración pública de la Navidad en Bagdad. Un grupo de personas llevó a cabo una representación del nacimiento de Jesús al aire libre, un hecho que no tiene por qué ofender a nadie. Prestar unos metros cuadrados para que algunos ciudadanos de distintas religiones expresen, mediante la Navidad, su deseo de paz y de tolerancia no me parece mal, y aunque así fuera, no soy quien para pedir su prohibición. En eso consiste la libertad de expresión.
Lo que sí puedo hacer es imaginar lo que sería de los cristianos iraquíes si los terroristas que actúan a sueldo del Gobierno del señor Safari consiguieran sus objetivos. Ojalá los responsables públicos y privados de la matinée persa en el CEU lo hubieran hecho también. Nadie está libre de pecado. A propósito, no sé qué pensará Inma Castilla de Cortázar, decana de la facultad de Medicina de esa universidad y presidenta sub iúdice de Foro Ermua, porque comparados con los iraníes, Otegui y los suyos se me antojan niños de pecho. Me lo comentaba el otro día una persona que acababa de compartir mesa con ella: "Si me llego a enterar de los del iraní antes, vaya que si se lo pregunto".
La banalización del mal y el relativismo son el cáncer de Occidente. Nazis, asesinos y cómplices del terror lo parecen menos según dónde estén, qué casa visiten o qué página web les permita evacuar sus excrecencias. El maquiavelismo no conoce límites. Hace años que los científicos demostraron que el tiempo es un concepto relativo. Quizá fuera por eso que Einstein se resistiera a aceptar los agujeros negros, esos lugares donde tiempo y espacio se retuercen de forma casi incomprensible para la mente humana.
No sé si las ideas serán una especie de quinta dimensión independiente de las leyes conocidas de la física, pero si algo tengo claro es que el exterminio de los judíos, el asesinato de homosexuales, la discriminación de la mujer y la financiación de bandas de asesinos dedicados a lanzar bombas y misiles contra la población civil de países extranjeros son actos despreciables e inmunes a la acción de la gravedad de la corrección política, venga de donde venga. Y sus defensores y atenuadores de cualquier tipo, unos inmorales a los que no tengo otro remedio que llamar hijos de dios, aunque no me lo parezcan.
Me importa un rábano quién les acoja y en nombre de qué principios se les brinde hospitalidad, o se les aplauda en un partido de fútbol, como el que pretendía celebrar la federación vasca de fútbol. Me da lo mismo que el aquelarre se celebre en un estadio o en un campus universitario, el pecado es el mismo. Si no lo dijera, simplemente estaría traicionando mis principios, esos que algunos han abandonado en pro de causas que nunca serán las mías.
Con el juicio que juzgáis, seréis juzgados (Mateo 7:2).
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