En las elecciones gallegas del domingo los ciudadanos tienen que elegir entre tres candidatos principales, dos de los cuales parten con la ventaja de que han dispuesto de cuatro años y más de cuarenta mil millones de euros para comprar voluntades y votos utilizando las técnicas más añejas del caciquismo, a pesar de que tanto PSOE como BNG se presentan como protagonistas del progreso más radical.
Es dudoso que exista algún gallego al que no le haya tocado siquiera la pedrea en el festival redistributivo al que toda administración pública dedica sus esfuerzos para garantizar la reelección de sus titulares en la siguiente cita con las urnas. Los más avispados habrán sabido orientar sus actividades de forma que el dinero de todos sus paisanos fluya con mayor intensidad hacia sus bolsillos, porque en la corrupción sistemática que imponen las modernas partitocracias lo principal es identificar en qué dirección sopla el viento político, para adaptar el velamen con la suficiente antelación.
Las comunidades autónomas, por su cercanía a los contribuyentes, realizan esta labor de soborno institucional con mayor eficacia que el estado central, cuyos recursos rara vez llegan directamente a los beneficiarios. De esta manera, en las campañas autonómicas los partidos políticos no suelen utilizar los mensajes ampulosos y los conceptos generales que esgrimen cuando compiten por ocupar el gobierno central, sino que, por el contrario, dedican sus mayores esfuerzos a exacerbar la avaricia del ciudadano con la ficción de que va a resultar más beneficiado que su vecino en la redistribución de la riqueza que van a llevar a cabo si ganan los comicios.
Los nacionalsocialistas conocen de sobra el mecanismo que opera en el subconsciente del ciudadano y la forma de corromper cualquier escrúpulo moral que pueda actuar de barrera en el proceso. Además, no tienen inconveniente en defender esta idea de corrupción masiva de la moral cívica robando a muchos para repartir entre pocos; en el trayecto, por cierto, suele desaparecer cerca de un cincuenta por ciento, destinado a pagar los sueldos de una administración autonómica disparatada más la cuota de corrupción partidista, que, como es bien sabido, oscila entre el tres y el veinte por ciento, según los territorios.
La comunidad gallega (o Nación de Breogán, como quiere llamarla el flamante ministro de Justicia), ya que hablamos de este ejemplo, ha dado muestras de que ha sido gobernada los últimos cuatro años por unos señores que desempeñan su trabajo con gran eficacia y que, además, han protagonizado un importante sprint a pocas semanas de las elecciones, en las que se juegan su futuro laboral. El pasado mes de noviembre Touriño, el decorador feng shui, y Quintana, el avezado grumete, destinaron diecinueve millones de euros a contratar a dos mil personas a dedo; el proceso de selección consistía, básicamente, en una llamada del cacique local, lo que no está nada mal para unos partidos que blasonan de haber acabado con prácticas ancestrales como ésa.
En el centro-reformismo, por el contrario, aún existe cierto pudor a la hora de manejar los fondos públicos, de tal forma que cuando gobierna sólo beneficia a los enemigos, no sea que alguien ponga en duda su exquisita ecuanimidad, concepto que en términos progresistas significa, simplemente: "Todo para nosotros si no quieres que te llamemos fascista".
En todo caso, si me guardan el secreto les confesaré que, de ser gallego, votaría por el PP. No porque tenga la esperanza de que Núñez Feijóo vaya a protagonizar un cambio trascendental en clave nacional española, o a desparasitar todas las instituciones públicas de sanguijuelas nacionalsocialistas reduciendo su peso a la mitad, sino porque, tradicionalmente, la derecha roba menos que el nacionalismo y el socialismo, y todavía mucho menos si estos dos últimos van unidos, como ocurre en Cataluña, Galicia y probablemente también en Vascongadas a partir del lunes.
Se trata simplemente de una cuestión de interés particular. Dado que usted probablemente no pertenece a ningún lobby integrado en la defensa del hecho nacional ni a la federación de gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, metrosexuales y amigos de los madelman, no es probable que se vaya a ver beneficiado de forma sustancial por el hecho redistributivo, que en el estado autonómico multiplica por varios factores respecto al que ejerce el gobierno central. Por tanto, entiendo que la gente productiva prefiera votar al que menos va a meterle la mano en el bolsillo, y ese partido, especialmente en Galicia, vistos los disparates de rico cateto de Touriño y el grumete Quintana, es el PP de Núñez Feijóo. El lunes seguimos hablando.
Es dudoso que exista algún gallego al que no le haya tocado siquiera la pedrea en el festival redistributivo al que toda administración pública dedica sus esfuerzos para garantizar la reelección de sus titulares en la siguiente cita con las urnas. Los más avispados habrán sabido orientar sus actividades de forma que el dinero de todos sus paisanos fluya con mayor intensidad hacia sus bolsillos, porque en la corrupción sistemática que imponen las modernas partitocracias lo principal es identificar en qué dirección sopla el viento político, para adaptar el velamen con la suficiente antelación.
Las comunidades autónomas, por su cercanía a los contribuyentes, realizan esta labor de soborno institucional con mayor eficacia que el estado central, cuyos recursos rara vez llegan directamente a los beneficiarios. De esta manera, en las campañas autonómicas los partidos políticos no suelen utilizar los mensajes ampulosos y los conceptos generales que esgrimen cuando compiten por ocupar el gobierno central, sino que, por el contrario, dedican sus mayores esfuerzos a exacerbar la avaricia del ciudadano con la ficción de que va a resultar más beneficiado que su vecino en la redistribución de la riqueza que van a llevar a cabo si ganan los comicios.
Los nacionalsocialistas conocen de sobra el mecanismo que opera en el subconsciente del ciudadano y la forma de corromper cualquier escrúpulo moral que pueda actuar de barrera en el proceso. Además, no tienen inconveniente en defender esta idea de corrupción masiva de la moral cívica robando a muchos para repartir entre pocos; en el trayecto, por cierto, suele desaparecer cerca de un cincuenta por ciento, destinado a pagar los sueldos de una administración autonómica disparatada más la cuota de corrupción partidista, que, como es bien sabido, oscila entre el tres y el veinte por ciento, según los territorios.
La comunidad gallega (o Nación de Breogán, como quiere llamarla el flamante ministro de Justicia), ya que hablamos de este ejemplo, ha dado muestras de que ha sido gobernada los últimos cuatro años por unos señores que desempeñan su trabajo con gran eficacia y que, además, han protagonizado un importante sprint a pocas semanas de las elecciones, en las que se juegan su futuro laboral. El pasado mes de noviembre Touriño, el decorador feng shui, y Quintana, el avezado grumete, destinaron diecinueve millones de euros a contratar a dos mil personas a dedo; el proceso de selección consistía, básicamente, en una llamada del cacique local, lo que no está nada mal para unos partidos que blasonan de haber acabado con prácticas ancestrales como ésa.
En el centro-reformismo, por el contrario, aún existe cierto pudor a la hora de manejar los fondos públicos, de tal forma que cuando gobierna sólo beneficia a los enemigos, no sea que alguien ponga en duda su exquisita ecuanimidad, concepto que en términos progresistas significa, simplemente: "Todo para nosotros si no quieres que te llamemos fascista".
En todo caso, si me guardan el secreto les confesaré que, de ser gallego, votaría por el PP. No porque tenga la esperanza de que Núñez Feijóo vaya a protagonizar un cambio trascendental en clave nacional española, o a desparasitar todas las instituciones públicas de sanguijuelas nacionalsocialistas reduciendo su peso a la mitad, sino porque, tradicionalmente, la derecha roba menos que el nacionalismo y el socialismo, y todavía mucho menos si estos dos últimos van unidos, como ocurre en Cataluña, Galicia y probablemente también en Vascongadas a partir del lunes.
Se trata simplemente de una cuestión de interés particular. Dado que usted probablemente no pertenece a ningún lobby integrado en la defensa del hecho nacional ni a la federación de gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, metrosexuales y amigos de los madelman, no es probable que se vaya a ver beneficiado de forma sustancial por el hecho redistributivo, que en el estado autonómico multiplica por varios factores respecto al que ejerce el gobierno central. Por tanto, entiendo que la gente productiva prefiera votar al que menos va a meterle la mano en el bolsillo, y ese partido, especialmente en Galicia, vistos los disparates de rico cateto de Touriño y el grumete Quintana, es el PP de Núñez Feijóo. El lunes seguimos hablando.