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DRAGONES Y MAZMORRAS

La mies es mucha

Como todos los años por estas fechas, llueva o no, se ha celebrado la Asamblea General de Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos), ese invento que, tacita a tacita, está consiguiendo llevar a cabo una tarea que, en sus inicios, no parecía muy alejada de la de intentar contar la arena de la playa.

Como todos los años por estas fechas, llueva o no, se ha celebrado la Asamblea General de Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos), ese invento que, tacita a tacita, está consiguiendo llevar a cabo una tarea que, en sus inicios, no parecía muy alejada de la de intentar contar la arena de la playa.
El que prácticamente se haya logrado (o se haya establecido un sistema de recuento relativamente satisfactorio) es otro triunfo de la tenacidad humana, del hombre sobre la Bestia (referencia simbólica al mal, lo que explico para laicos y otros insumisos), que justifica nuestro paso sobre la tierra. Para quienes no sepan de qué hablo, me referiré brevemente a los objetivos de esa institución, de la que todo autor que se precie (y para esto último sólo se precisa figurar en el repertorio del ISBN) debería tener conocimiento.
 
Cedro se creó en 1988, siendo ministro de Cultura el socialista Javier Solana, con el loable propósito de que los autores de libros, y también los editores, no se vieran perjudicados por el hecho de que los posibles lectores de sus obras las fotocopiaran, parcial o totalmente, en lugar de comprarlas, como sería deseable. La asociación se concibió, conforme estaba previsto en la Ley de Propiedad Intelectual 22/1987, como una entidad gestora de derechos de propiedad intelectual de los autores, de sus derechohabientes y de los editores de libros.
 
Dicho esto, las objeciones que se pueden hacer a esta medida nos las hemos formulado todos, por la activa y por la pasiva, en particular en lo que respecta a la arbitrariedad del sistema de reparto, más que a su oportunidad, que a los autores nos parece acertadísima.
 
A partir de ese momento los copisteros vieron recortadas sus ganancias a favor de Cedro. También las instituciones fotocopiantes (bibliotecas, universidades, etcétera) tuvieron que pasar por el aro de los cánones y las licencias. Durante estos 17 años el sistema se ha ido perfeccionando, hasta llegar a un punto en que incluso las fotocopiadoras privadas han sido gravadas con un canon que revierte en Cedro, que se convierte así en una eficaz máquina recaudadora.
 
Hasta aquí, grosso modo, el sistema de recolección. Pero ¿y el de reparto? Esa es la madre del cordero, y de momento se aplica una estimación porcentual por autor, según el número de obras y su grado de autoría (autor-autor, coautor, prologuista, traductor, editor, etcétera). Este proceder no satisface a nadie; me refiero a nadie que no sea medianamente humilde y no al que no le parezca un milagro cobrar al menos los 60 euros anuales que le corresponden por el mero hecho de estar registrado en Cedro como autor. Aunque el verdadero milagro es que la gente entienda que fotocopiar un libro sin pagar por la autoría del mismo es una apropiación indebida de los derechos que legítimamente revierten sobre los autores.
 
Dado que el razonamiento del común de los mortales es totalmente inverso: "¡Qué suerte tiene ese autor de que yo le quiera fotocopiar!", ese ejercicio de civismo me parece tan arduo como el de intentar convencer a los transeúntes de que no tienen que cruzar un semáforo en rojo aunque "no venga nadie", o a los papás de que no fumen en la cara de sus niños. Tiene que ver con esa especie de soberbia española que intentan hacernos pasar por individualismo insobornable. Y lo es, si entendemos el egoísmo como una de sus manifestaciones. Tampoco los autores están exentos de soberbia (de la que, dicho sea de paso, no hay que renegar del todo), y por ello algunos consideran este reparto sumamente injusto, porque lo que ellos escriben es infinitamente más importante para la supervivencia del género humano que lo que publican los demás.
 
¿Por qué –se pregunta el ensayista de turno, que tal vez ha compuesto él mismo sus obras a base de fotocopias o de negros– he de cobrar yo la misma cantidad que un novelista cualquiera o, peor aún, que un poetastro de tercerilla que encima disfruta escribiendo? Y aquí empieza la famosa envidia desigualitaria. Por eso, ahora el debate se centra en las materias, y en la Asamblea han asegurado que la Junta Directiva está estudiando cuáles son las más fotocopiables.
 
Otro problema, que a mí me parece muy importante, es el originado por los derechos de los autores que no son miembros de Cedro. Este asunto está en vías de solución, ya que todo autor que se identifique como tal puede reclamar a Cedro sus derechos. Al parecer, cada vez son más los que acuden a recoger lo que les corresponde y, como es natural, acaban haciéndose miembros. Para terminar, les diré que en el año 2004 se recaudaron 19,01 millones euros, de los cuales 14,07 se distribuyeron entre los titulares de derechos. El resto es para afrontar los indispensables gastos de administración, así como la parte que, por ley, se tiene que destinar a recursos sociales y culturales.
 
Las principales beneficiarias de estos últimos son las asociaciones de autores y editores, que ven así patrocinadas sus conferencias y congresos. Se da el caso, además, de que son dichas asociaciones las que presentan los candidatos a la Junta Directiva de Cedro, lo cual hace que haya muy poca movilidad en la misma, pues cualquiera diría que algunos juntistas, como los viejos sindicalistas, viven de eso.
 
No estaría de más que la Asamblea, además de soberana, fuera también un poquito más democrática, sobre todo cuando hay tanto dinero de por medio.
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