Los policías del Cuerpo Nacional y los agentes de la Guardia Civil demandarán este sábado, a las doce horas y en la madrileña Glorieta de Rubén Darío, una subida salarial que les iguale a los policías autonómicos. En los tiempos felices, es decir, hace solo unos meses, el Gobierno socialista, que manejaba un superávit de millones de euros –ahora, y por arte de birlibirloque, estamos en déficit–, no estimó conveniente hacer honor a la palabra dada y revisar los sueldos por categorías de los agentes.
Es una vergüenza que exista un desnivel millonario entre lo que gana un agente de la policía autonómica de Cataluña y lo que gana un nacional, pero más vergonzoso, agraviante e injusto es que en los últimos cuatro años, años sin crisis, de derroche a troche y moche, no se hayan acordado de resolver esta situación. Pérez Rubalcaba puede presumir de haber sido el único ministro de Interior que ha puesto de acuerdo a los cuatro sindicatos policiales: SUP, CEP, UFP y SPP. Todos están contra él.
En este país, donde la patria es un coñazo, y probablemente lo sean también la prevención y la seguridad de los ciudadanos, ni los políticos del poder ni los de la oposición han tenido la voluntad de mejorar la situación de los guardianes de la ley. Fiados en que los policías españoles, por deber y responsabilidad, siempre responden, les han ido dando largas, hasta que la situación se ha hecho vergonzosamente insoportable.
Los policías han aguantado a puro huevo el tirón de la delincuencia, cortos de salario, agraviados por la racanería de las dietas. Algunos se han dejado la vida en el envite; todos, la piel. Quienes sabemos cómo se manejan las unidades policiales y la entrega de la Guardia Civil sabemos de los altos merecimientos de sus integrantes y de la justicia de sus peticiones. En esta ocasión es el Ministerio del Interior, y muy especialmente Rubalcaba, quien, preso de su política errática, no da su brazo a torcer.
Con el fin de disminuir el impacto de la que se prevé primera macromanifestación de agentes en la capital del reino, el poder ha presionado a la Guardia Civil, cuya singularidad hace que sus miembros no tengan la facilidad de maniobra que los demás funcionarios. Con todo, es tal el clima de hartazgo e insatisfacción, que es posible que muchos guardias hagan oídos sordos y se presenten en la convocatoria, aunque se hayan visto obligadas a retirarse las asociaciones de la Guardia Civil, AUGC y UGC. Eso sí, quienes se presenten lo harán, previsiblemente, sin uniforme.
El tira y afloja sobre los salarios es algo que solivianta las conciencias. Si en el año 2005 un agente de la escala básica ganaba unos 5.000 euros menos que un mosso d'esquadra, en los últimos tres años la brecha es ya de 13.500 euros al año.
Las promesas y esperanzas de reconsiderar la situación se han disuelto como un azucarillo. Todos los años emigran policías desde Madrid a otros lugares donde el sueldo rinda más. No tiene explicación que durante los primeros cuatro años de Gobierno de Zapatero no se haya aprovechado el ciclo económico próspero para igualar las retribuciones. La economía crecía por encima del 4%, pero nadie se ocupó de la patata caliente, tal vez por desdén o por prepotencia.
La delegada del Gobierno en Madrid, Soledad Mestre, daba cuenta hace unos días de las conclusiones de la Junta de Seguridad subrayando que habían disminuido los pequeños delitos y las faltas... y rehusando poner el acento en la espectacular subida de los crímenes más graves, con 55 asesinatos en lo que va de año. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, asistía hierático a la perorata de la delegada del Gobierno, que descontaba crímenes con argumentos peregrinos. "Si es porque no se ha tomado la medicación, no vale", decía. "Si la maltratada no denuncia, no se puede prevenir", decía.
Total, que la seguridad ciudadana es cosa de criminales que cumplen la norma. Y sin embargo el Madrid del alcalde Gallardón huele a pis en las esquinas: los delincuentes orinan sobre el sueño olímpico son su minga dominga sin cortarse ni con un cristal. Si el Madrid de Álvarez del Manzano, aquel alcalde de derechas, olía a tulipanes y se preciaba de sus fuentes y su limpieza, el de Gallardón huele a sesión cutre del cine Carretas, mientras en parques y jardines se abren las flores rojas del asesinato; y cada vez hay más mafia, más mujeres asesinadas, más robos y ajustes de cuentas.
Ha anochecido sobre la ciudad, y según se sale de Ambiciones, en la Cibeles, a derecha o izquierda crece el trabajo para la policía nacional, la policía coñazo, a la que no se sabe bien por qué no quieren pagarle lo que es justo.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.