Rivero se mostró en esta ocasión algo más explícito sobre la "cuestión cubana" que en ocasiones anteriores, y dijo cosas tan comprometidas como interesantes sobre la isla prisión. Por ejemplo, ustedes habrán oído decir que en Cuba el racismo ha sido superado ampliamente, sobre todo si lo comparamos con los Estados Unidos. Y así es, al menos en las cárceles, donde la integración de los negros (incluyendo en esta categoría a mestizos y tornatrases) en la población reclusa es de un 87%, nada menos. Sin embargo, el ejército –muy numeroso– y las altas instancias gubernamentales se muestran algo más reacias que las cárceles al contar con esa etnia para los "órganos decisorios": sólo hay tres generales negros, y dos en el Comité Ejecutivo del Partido único.
Rivero también contó que en Cuba, cuando alguien sale de prisión, se dice que "cambió de cárcel", porque de la celda no hace sino caer en la prisión que compone la isla entera. Al parecer, se ha creado un nuevo ministerio que parece una invención de Orwell: el Ministerio de la Lucha por las Ideas; aunque tal vez sea en contra, no recuerdo bien, pero es exactamente lo mismo. En cuanto a la otra lucha, la que se libra por el poder, se lleva a cabo entre tres grupos bien delimitados: el Gobierno, propiamente dicho, el grupo de apoyo al Comandante y los jóvenes palmeros castristas, más conocidos como "los talibanes". Me pregunto, con sincera curiosidad, si Andrés Sorel, en su libro sobre el futuro de Cuba, habrá tenido en cuenta estos datos.
Este fue el único acto al que asistí en Madrid, pues al día siguiente dirigí mis pasos a Santander, donde la Fundación Marcelino Botín me había invitado a participar en una mesa redonda sobre Concha Espina. Era un acto más de los que se estaban celebrando esos días para conmemorar el quincuagésimo aniversario de su muerte, que dicho sea de paso, y mejorando lo presente, ha pasado prácticamente inadvertido. Concha Espina, escritora combativa y "concienciada", acabó siendo muy popular en vida; sus libros eran muy leídos –en particular sus novelas de amor–, y traducidos casi al momento a los idiomas más importantes del momento. Llegó a ser candidata en tres ocasiones consecutivas al premio Nobel (1926, 1927 y 1928), y el primer año perdió por un voto.
Literariamente, se situó en la estela de doña Emilia Pardo Bazán, con la que tiene paralelismos interesantes, tanto en su vida como en su obra. Ambas nacieron en una provincia muy singularizada (Galicia, doña Emilia; Santander, doña Concha), pertenecían a clases privilegiadas, fueron niñas inquietas y autodidactas, se casaron muy jóvenes, se separaron en contra de la opinión del momento y mantuvieron su independencia a ultranza. Se puede decir que ambas "aparcaron" a sus respectivos maridos: la mayor dejó a don José Quiroga en sus propiedades coruñesas, ejerciendo de hidalgo integrista; la segunda fue un poco más atrevida, pues consiguió que su marido, don Ramón de la Serna, se marchara a trabajar a México.
A ambas se les negó la entrada en la Academia Española, a pesar de sus indudables méritos. Ambas fueron también madres (doña Concha y don Ramón dieron lugar a varias generaciones de periodistas y escritores), y vivieron intensamente su femineidad. Protagonizaron un feminismo evidente y eficaz, sin llegar a ser ninguna de las dos militantes, y cuando en 1921 murió doña Emilia se puede decir que doña Concha ocupó su lugar en ese puesto que los críticos nos obstinamos en crear de la nada para explicar determinados fenómenos, recurso inexacto pero eficaz como hipótesis de trabajo.
Ese feminismo es el que explicaría la decisión de Concha Espina, la cual había saludado con gran alegría el advenimiento de la II República, de hacerse pocos años después falangista (concretamente de la Sección Femenina), partido nacionalsocialista pero que preconizaba la liberación de la mujer, cosa que no gustaba mucho a la Iglesia, dicho sea de paso. Posteriormente declinó su entusiasmo por la causa, lo que habla a su favor; pero, con ese sólo acto político cometido en su vida, se ha labrado de forma duradera un lugar en las tinieblas exteriores de la historia de la literatura española.
Pues de eso y de otras cosas hablamos en aquella animada mesa redonda, moderada por Carmen Iglesias, que, en su calidad de historiadora, situó el contexto histórico en que se movió la escritora (1873, Restauración monárquica; 1898, desastre colonial; 1923, Dictadura de Primo de Rivera; 1931, Segunda República; 1936-39, guerra civil). Mercedes García Mendoza (catedrática de Literatura y ex presidenta del Ateneo de Santander) se centró en su vida, marcada por la voluntad y el trabajo, y una servidora en su obra, intentado elaborar de paso una teoría bastante cuestionable sobre la existencia de cierta "filiación" femenina en la literatura española, cosa que me sorprendió incluso a mí misma, sobre todo al caer en la cuenta (por eso la elaboré) de determinadas coincidencias entre las escritoras de mi lista, que cronológicamente estaría compuesta por Fernán Caballero, Carolina Colorado, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rosalía de Castro, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Concha Espina, Victor Catalá, Mercedes Fórmica, María Luz Morales, Carmen Laforet, Mercedes Salisachs, Elena Quiroga, Ana María Matutes y Carmen Martín Gaite.
La cosa no quedó aquí, porque había un cuarto invitado: el escritor santanderino Álvaro Pombo, que interpretó maravillosamente bien su papel de Álvaro Pombo. Su intervención arrancó las carcajadas siempre necesarias en este tipo de actos, sobre todo cuando trazó un divertido retrato de la afición santanderina, y norteña, a las genealogías y los blasones. Esperemos que esta revisitación a la vida y obra de la autora de La esfinge maragata sirva de algo, aunque sólo sea para levantar la losa de silencio que la rodeaba hasta ahora.
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