Las explicaciones son múltiples y no se excluyen entre ellas, sino que van completando un panorama del socialismo español que, por cierto, no llama al optimismo. La primera, obvia, es la incompetencia de José Luis Rodríguez Zapatero en materia de política exterior. El recurso a la sonrisa perpetua y a la palabrería hueca ha funcionado aceptablemente bien entre nuestros compatriotas, pero cuando uno cruza la frontera cae en el ridículo. Si la economía se aprendía en dos tardes, parece que la diplomacia se le ha atragantado al alumno-presidente. A los habituales "amigos" del Gobierno, Castro, Chávez y Morales, habrá que añadir ahora al jeque Nasralá, el líder de Hezbolá. Como el lector habrá podido adivinar, con estos amigos somos la envidia del resto de países europeos.
Tampoco ha ayudado el endiosamiento de quien se cree, por encima de los vulgares compromisos de la realpolitik, llamado a hacer historia. Rodríguez Zapatero, progenitor de la Alianza de Civilizaciones y autoproclamado pacificador de España, no soporta que la realidad contradiga sus veleidades. Cuando ésta se empeña en no seguir sus dictados, sencillamente la ignora; sus amigos de los medios ya se encargan de maquillarla debidamente para evitarle disgustos. Pero nuevamente esta estrategia resulta fallida cuando adquiere una dimensión internacional: ni los políticos ni la prensa del resto del mundo está por la labor de reírle las gracias a nuestro jefe de Gobierno.
La concepción partidista del Estado no es ajena a la metedura de pata. Si hasta ahora creíamos que el hecho de representar al Estado implicaba, especialmente en materia internacional, la asunción de una postura consensuada que variaba sólo ligeramente con el color del partido en el poder, para el nuevo socialismo de Rodríguez Zapatero esta noción está trasnochada. Para nuestros dirigentes socialistas, el acceso al Ejecutivo y al aparato del Estado no es más que la continuación de la política de oposición por otros medios. No se comportan, pues, como actores responsables ante todos los españoles, también ante aquellos que no les han votado, sino como una facción que accede a un importante presupuesto y que no varía un ápice su estrategia de agitación que le ha llevado al poder.
El sentido de Estado ha desaparecido del vocabulario socialista. Las manifestaciones convocadas contra la acción "desproporcionada" israelí lo confirman. Las opiniones personales filopalestinas del ministro Moratinos han intensificado esta tendencia.
Pero no todo se explica por el modo de hacer política de Rodríguez Zapatero y del actual partido socialista. Hay algo más profundo y enraizado en la izquierda española que la aboca irremisiblemente a los brazos del islamismo. Me limitaré a señalar dos motivos que me parecen suficientemente explicativos de esta querencia.
En primer lugar, no muy alejado en el tiempo, hemos de recordar el mito de la lucha anticolonialista, a la que la izquierda occidental se apuntó con entusiasmo en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado. Fracasado el marxismo en Occidente con una clase oprimida cada vez más satisfecha con su utilitario y su apartamento en la playa, la izquierda marxista encontró en la lucha de los movimientos anticolonialistas contra las metrópolis europeas la nueva oposición en la que basar su mística. Cerrando los ojos a las múltiples contradicciones en que incurría, la izquierda asumió como propio, además de la efigie del Che, el pañuelo palestino, símbolo de la lucha contra el opresor israelí (que además era blanco y militarista). El socialismo sentimental de Rodríguez Zapatero no puede renunciar a los símbolos de los que se ha nutrido, y la kefia palestina, por muy desafortunado que sea, es uno de ellos.
Vayamos al segundo asunto. Esta vez nos debemos remontar a los orígenes del Islam, porque la doctrina de Mahoma es, al igual que el marxismo, un mesianismo secular e intrahistórico. Mahoma, muy influido por las sectas judeocristianas aún pujantes en su época, asume el mensaje de un reino de Dios aquí y ahora e instaurado por la fuerza militar. Será un reino de liberación en el que los pobres (de ahí el nombre de ebionitas) ya no serán humillados; en el que, como ya apreciara Toynbee, los pueblos orientales serán liberados del yugo occidental y helenista.
Mahoma asume este discurso y, con un genio militar y político fuera de lo común, decide llevarlo a la práctica con gran éxito. Este lenguaje liberacionista, especialmente intenso en el Islam chiita, pervive hasta hoy porque es una de las ideas-fuerza nucleares del Islam. Un ejemplo nos ayudará a comprender este fenómeno:
"Debéis aseguraros que aquellos elegidos como presidentes del Estado islámico o como diputados del Parlamento sean individuos que hayan sentido y experimentado la situación de los desposeídos y oprimidos y estén preocupados por el bienestar de los pobres, y no que representen al grupo de los capitalistas, terratenientes y aristócratas, que están sumergidos en los placeres sensuales y no pueden, por lo tanto, sentir la amargura, el hambre y el dolor de los desposeídos y descalzos".
Este discurso del ayatolá Jomeini rezuma dialéctica de clases y, de no ser por su alusión al "Estado islámico", cuadraría a la perfección en boca de cualquier líder comunista. Desde esta perspectiva entendemos, pues, la íntima afinidad entre el Islam y otros intentos de establecer mesianismos seculares, desde el marxismo hasta la Teología de la Liberación. Por eso no nos extraña que muchos militantes socialistas panarabistas de los años 70 se hayan pasado al islamismo radical, ni que el terrorista comunista Carlos haya encontrado en el Islam su refugio intelectual y vital.
Por eso tampoco nos extrañan las simpatías de nuestros dirigentes socialistas: la afinidad entre la izquierda y el Islam es, desde esta perspectiva, estructural y constituyente.
Jorge Soley Climent, de la Universidad Abat Oliba CEU.
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