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CRÓNICA NEGRA

La emboscada de Fago

Le esperaban tras una curva. Volvía de Jaca por el camino de Majones. Miguel Grima, el alcalde, a bordo de su Mercedes viejo, quizá pensara que tal vez tendría que tener miedo del aire o de la soledad, allí en la montaña. Le habían manipulado los frenos y metido el recelo en el cuerpo, haciéndole sentir que el poder paga peaje.

Le esperaban tras una curva. Volvía de Jaca por el camino de Majones. Miguel Grima, el alcalde, a bordo de su Mercedes viejo, quizá pensara que tal vez tendría que tener miedo del aire o de la soledad, allí en la montaña. Le habían manipulado los frenos y metido el recelo en el cuerpo, haciéndole sentir que el poder paga peaje.
Manuel Grima.
Le hicieron lo que a Prim en la calle del Turco: emboscada y trabucazo. De una forma ruin, un tipo mezquino le disparó con munición de postas, practicándole un ojal en el pecho de los que no se pueden cerrar ni con nueve botones. Ni siquiera tuvo tiempo de pensar en despedirse. La sangre le saltaba a borbotones por los agujeros de la camisa.

Miguel Grima había descubierto Fago de la mano de Santiago Mainar, que más tarde se declararía autor del asesinato, aunque andando el tiempo diría digo donde dijo Diego. Mainar es un intelectual de la montaña, un solitario ilustrado, un Marcelino Menéndez y Pelayo de aliento de oso y olor a ganado. Tiene una biblioteca donde reina Shakespeare, con Lady Macbeth y Otelo, el negro celoso. Es amante del retiro, la meditación y la reflexión. Tiene ideas políticas y un afán de martirologio social, puesto que afirma que se entregó a la hoguera para salvar al resto del pueblo.

Durante el juicio tuvo un lapsus linguae que tal vez le marcó en exceso: cuando le preguntaron como salió del vehículo de Grima, dijo que lo hizo de esa manera tan suya, aunque en seguida rectificó, denunciando que lo iban a liar. Santiago tenía plomo en las manos, según la prueba de la parafina; y es curioso, porque él no tiene escopeta. También había rastros de su ADN dentro del vehículo que se llevaron de la escena del crimen; había gotas de su sangre y de su saliva. Los policías de la científica no saben qué pudo estar haciendo allí; se explican las epiteliales de las que extrajeron el perfil, pero los fluidos son de un ser agitado: muy valiente o muy asustado. Alguien que va repartiendo sangre y baba como un poseso. ¿Por qué iba Mainar a conducir el vehículo del alcalde, al que no tragaba?

Santiago Mainar.Ahora explica que tuvo que quitarlo de en medio para pasar a su finca, pero cuando se autoinculpó todo giraba en torno al mal gobierno, según él, del municipio; es decir, que por encima de todo lo que había era un enfrentamiento sobre la orientación política. De una manera poco equívoca, nos encontramos ante un magnicidio. Eso sí: no en la Puerta del Sol, como cuando Canalejas, ni en la Puerta de Alcalá, como con Dato, sino en Fago, el pueblo con menos territorio del mapa. Canalejas estaba mirando las novedades en la librería San Martín cuando le dieron para el pelo, y Dato iba en su coche cuando le adelantó una moto con sidecar que le llenó de plomo; como el de las manos de Mainar.

La cuestión es que el poder puede llegar a ser ominoso en todas partes, deseado y rechazado como una pelota de ping pong. A Miguel Grima sus amigos no pudieron protegerlo, su partido no pudo ponerle una coraza y su carne trémula recibió la perdigonada como una pieza de caza mayor. En Fago se fraguó un crimen político, con el silencio de los corderos y la maldad de las hienas. ¿Lo hizo el hombre que se sienta en el banquillo? La justicia tendrá que probarlo, pese a su confesión y a las imputaciones realizadas, porque la justicia precisa de dobles certezas. Una por los cobardes y otra por el pueblo ahíto de valor.

La montaña llena la cabeza loca de cierzo. Aprieta fuerte el corazón. Los montañeses son gente valiente, arriesgada, que nunca mata por la espalda. Estos que mataron a Grima por sorpresa, tras una trampa para alcaldes, en un paraje solitario, sabiéndole desarmado, no son gente del lugar sino venida de fuera. La montaña acoge a todos y pone de relieve lo mejor de cada uno. En algunos, lo mejor es también lo peor.

La hombría de bien no está en los libros, sino sobre la roca pelada, en el frío invernal, respirando fuerte como una vieja locomotora de vapor; donde se ponen a prueba los hombres, frente a frente. Siempre hay alguno que corre a por una escopeta, la carga como para matar elefantes y espera a que el adversario le dé la espalda. Son gente ruin que viene haciendo política como un reguero de sangre en medio de la historia.
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