La ciudad de la Dolce Vita

Siempre odié a Gregory Peck por llevar a Audrey Hepburn en Vespa por Roma. Nunca la musa me cogió por la cintura, y nunca he podido conducir un "motorino" por la Via del Foro hasta el Coliseo. Hay cosas que ya no tienen solución; otras son, por ahora, una asignatura pendiente.

 

Si a Roma se le conoce como la Ciudad Eterna será por algo. Son tantas las cosas que hay que ver y disfrutar que el tiempo discurre demasiado rápido. Puede que no sea la capital de la nueva Europa, pero nadie le puede quitar el cargo honorífico de "pilar de la cultura occidental".

 

Y es que Roma atesora huellas imborrables de todos los periodos de la historia.

Fundada hace más de 2.700 años, siempre ha ejercido una poderosa influencia

en el resto del mundo. De ahí que no resulte extraño que su historia, cuyo legado puede contemplarse por doquier, resulte al visitante un tanto abrumadora. Sin embargo, conviene tomarse las cosas con calma y seleccionar en una primera visita.

 

Con pocos días de visita, haría bien en limitar su recorrido a las zonas más céntricas. Un buen comienzo, si desea ver la Roma antigua, sería recorrer el Foro. Merece especial atención el Arco de Septimio Severo, uno de los monumentos mejor conservados, que sirve de puerta de entrada desde el Largo Romúlo e Remo. El Arco de Constantino, el mercado de Trajano y las ruinas abovedadas de la basílica de Constantino son otros atractivos...

 

A pesar de la sobrepoblación de legionarios disfrazados, que miran de reojo el canalillo de las turistas, impresiona quedarse a lo pies del Coliseo. Construido en el 72 d.C. por Vespasiano, todavía se imagina uno las luchas de gladiadores y cristianos contra los leones.

 

Roma se descubre andando. Por eso, ante cualquier "piazza" hay que hacer una parada. La Navona es una joya del Barroco. El principal centro de atención es la Fuente de los Ríos –obra de Bernini–, aunque tampoco desentonan los surtidores de Neptuno y el Moro. En otra de las plazas de la ciudad, la del Gesú, se levanta la majestuosa iglesia del mismo nombre, la primera de los jesuitas en la Ciudad Eterna.

 

Después del duro invierno hay guardar un rato para disfrutar de la animación de la Piazza di Spagna. Su escalinata es el punto de encuentro de los jóvenes romanos y de los turistas. Rodeados por un esplendoroso conjunto arquitectónico y escultórico del siglo XVIII, Roma, aquí, nos entrará por los ojos.

 

Y después, a echar una moneda en la famosa Fontana di Trevi para que se cumpla nuestro deseo de volver a "la Ciudad".

 

Otra parada obligada es el Vaticano. Estamos en el centro de la fe católica, pero también ante uno de los conjuntos monumentales más impresionantes del mundo. Fue el Papa Julio II quien, en 1506, puso la primera piedra de la Basílica. La impresionante cúpula de San Pedro, proyectada por Miguel Ángel, con 132 metros de altura, llama poderosamente la atención. En el interior del templo se pueden admirar obras como la Pietà de Miguel Ángel y el Baldaquino de Bernini.

 

Roma, además de arte, tiene otro gran atractivo: las tiendas. Las más interesantes se encuentran en el casco viejo, de forma que no resulta muy complicado combinar las visitas turísticas con las compras. Los amantes de las antigüedades lo pasarán en grande curioseando en los establecimientos de Via dei Coronari, al noroeste de Piazza Navona, donde los anticuarios han reemplazado a los vendedores de 'coronari' o rosarios.

 

En el Campo de Fiori la ciudad abandona su fina compostura y muestra su cara más bohemia y populosa. Aquí, al igual que en el barrio del Trastevere, se encuentran los restaurantes, cafés y pizzerías más interesantes. Al andar por sus calles empedradas se tiene la sensación de estar en una película de Sofía Loren, con la ropa colgando al sol en las ventanas. Por desgracia, la gran señora nunca está cerca de nosotros.