Un equipo de científicos japoneses y estadounidenses ha logrado por primera vez obtener células madre, capaces de convertirse potencialmente en cualquier tejido, a partir de la piel de una mujer de 36 años y el tejido conectivo de un varón de 69. El proceso es fácil de explicar y muy difícil de lograr. Cuando un espermatozoide y un óvulo se encuentran, inmediatamente después de la fertilización comienza una mágica cascada de divisiones celulares. El material nacido de esta fusión, el embrión, se divide en 2, en 4, en 16 partes, camino de su conversión en un feto.
Durante ese proceso de división, las células del embrión aún no están diferenciadas. No han sido programadas para una misión concreta: unas podrán terminar siendo cardioblastos; otras, células epiteliales; otras, neuronas; otras estarán encargadas del control de la insulina en el páncreas o se convertirán en receptoras de fotones en la retina… pero todavía no lo saben.
La biomedicina siempre ha soñado con lograr reproducir en el laboratorio ese estado virginal de la célula. La idea es apasionante: si pudiéramos cultivar células madre pluripotentes a nuestro antojo, tendríamos la oportunidad de programarlas para que cumplieran misiones determinadas. Por ejemplo, sería posible generar una legión de células destinadas a reparar el tejido cardiaco dañado tras un infarto, o a procesar insulina en el páncreas de un diabético.
Hasta ahora, muchos laboratorios han trabajado en la obtención de estas células madre por la vía más rápida: utilizando embriones sobrantes de la fecundación in vitro para extraerlas directamente en su estado primigenio. Obviamente, esta idea tiene unas dramáticas consecuencias éticas. Para obtener esas células es necesario matar al embrión humano, en primer lugar. Pero, lo que es más cuestionable, para generar suficiente material con vistas al uso terapéutico es imprescindible clonar en grandes cantidades el material embrionario. Esto es inevitable porque, por un lado, con los restos de embriones de las clínicas de fertilización in vitro no hay suficiente materia prima: sólo sirven para la investigación; por el otro, los embriones sobrantes congelados tienden a perder calidad con el paso del tiempo y a inutilizarse como material terapéutico.
Se mire como se mire, la línea de investigación con embriones conduce a la clonación terapéutica.
En este contexto, otros investigadores han apostado por buscar un camino más largo pero más inocuo. Se trata de revertir el desarrollo de una célula ya adulta y, como si se tratara de una cinta de vídeo que se rebobina, hacerla retroceder a su estado pluripotencial. Y eso es lo que se ha conseguido esta semana, a partir de células adultas de la piel de la mujer de 36 años y del tejido conectivo del hombre de 69.
Para ello, los científicos han tenido que introducir en estas células ya desarrolladas cuatro genes que se sabe están implicados en la diferenciación celular embrionaria. Pero ¿cómo se introducen? Pues, aunque parezca ciencia ficción, se utilizan como mensajeros virus generados en el laboratorio, que infectan la célula y sirven de vectores de introducción de dichos genes en el ADN celular. De ese modo, las células adultas se han convertido de nuevo en células madre con capacidad de ser programadas para dar lugar a cualquiera de los 220 tipos de célula que hay en un organismo humano.
La noticia no es sólo esperanzadora por las aplicaciones terapéuticas que lleva consigo, sino porque parece zanjar la polémica ética en torno a las células madre.
Hace unos meses, cuando fue anunciado el nombre de Bernat Soria como nuevo titular de Sanidad, comenté en estás páginas los temores de buena parte de la comunidad científica sobre la pasión de aquél por las investigaciones embrionarias. No fuimos pocos los que solicitamos cierta cautela al Ministerio, en virtud de dos realidades: 1) el uso de células embrionarias atenta directamente contra las creencias de millones de españoles, nos gusten más o menos; 2) existen más posibilidades de éxito clínico con células adultas que con células de embriones.
De hecho, el experto en biología molecular César Nombela declaró el 10 de octubre, en el programa Vive la Ciencia de LDTV: "La ciencia va por donde va y, por mucho que los políticos se empeñen en lo contrario, la investigación con células de adulto tiene muchas más posibilidades de éxito que la embrionaria". ¿Por qué empeñarse en defender una línea que atenta contra las convicciones morales de muchos españoles que y, además, está menos avanzada?
La actualidad ha tenido la última palabra. La voz de los científicos, por una vez, ha sonado más alta que la de los políticos. Ya hay menos dudas sobre cuál es el camino que elegir. Aún así, desde el Ministerio se ha vuelto a tratar de manipular políticamente el asunto. Bernat Soria ha afirmado: "Esta investigación no hubiera sido posible con el PP en el Gobierno". Pretende apropiarse así de un avance que, según sus palabras, ha llegado gracias a la experiencia previa con embriones.
Las declaraciones del ministro no dejan de ser ambiguas: por un lado asegura que modificará la Ley de Investigación Biomédica, para que se adapte al hallazgo, pero por otro se empeña en mantener la esperanza en la clonación terapéutica (y quien dice la esperanza, dice su empeño en que sea legal).
Una vez más, el problema escapa a la objetividad científica. Empecinarse con el apoyo a la investigación embrionaria no sólo supone despreciar las convicciones de buena parte de la ciudadanía, sino que obligará a dividir nuestros recursos investigadores (que no están para derrochar, por cierto) entre una línea eficaz, éticamente inocua y clínicamente avanzada y otra sobre la que todavía sobrevuelan muchas dudas. El político Soria ha de mirarse en el espejo del científico Soria. ¿Quién creen que va a ganar?
JORGE ALCALDE dirige el programa de LIBERTAD DIGITAL TV VIVE LA CIENCIA.