Una de las artistas premiadas en la gala de los Premios Max confesó en la intimidad a los chicos de la prensa que le hubiese gustado decir algo ante esa pareja de hecho que forman la subvencionadora de Cultura y el todopoderoso señor de la SGAE. Pero que su novio le recomendó, no hay nada como un compañero prudente y sensato: "Chica, tú en política no te metas".
Y la cómica, como la puta de Sartre, fue respetuosa. No le dijo a la ministra que le gustaría no tener que pasar por la piedra del monopolio de la gestión de los derechos de autor que gestiona la SGAE. De la misma opinión que la actriz es la Comisión Nacional de la Competencia que sí se atreve a denunciar la manera en la que organización de la que es capo Teddy Bautista detenta (detentar: dícese del que ejerce el poder ilegítimamente) la facultad de obligar a todo artista a pasar por el aro de la SGAE o a morirse de hambre y del asco.
En esta ocasión la gala se celebró en Córdoba, para promocionar la candidatura de la ciudad a Capital Europea de la Cultura en 2016. Antonio Gala, el intelectual folclórico y orgánico de la ciudad, fue el encargado de reivindicar el galardón para el marco incomparable de la Mezquita, el Guadalquivir y demás palabrería pseudocultural. Lo de las capitales culturales es a la cultura lo que la música militar a la música. El público bambalinero, cortés pero indifirente, aplaudió como si la gala hubiera sido en San Sebastián o cualquiera de las otras aspirantes. Por ellos, como si la capitalidad cultural se la conceden a Stalingrado. Siempre que con el dinero estatal se programe teatro, mucho teatro...
El autor y director de la gala fue Juan Carlos Rubio, que escenificó una ingenua representación para Natalia Millán, Fernando Tejero, Toni Cantó, Ángel Ruiz y Chema Noci, que combinaron, en un espectáculo muy inocente, canciones y humor. En este caso el poder es de la casa, y no se trata de molestarlo con representaciones que puedan herir su maltrecha sensibilidad. Álex de la Iglesia, que se pucho chulo, cortés pero chulo, duró dos días.
Fueron premiados con largeza los kamikazes que pusieron en marcha La función por hacer, de la que les hablé en les hablé en Libertad Digital. Con largueza y con justicia: mejor dirección, espectáculo, adaptación, actor y actriz de reparto, diseño de luz y empresario El montaje de Miguel del Arco y Aitor Tejada brilla por su inteligencia y profesionalidad. Una obra que ha llegado al público por su humildad y verdad. Teatro de la palabra a pelo, sin máscaras pseudoautorales ni filosofías baratas deconstruccionistas. Los que decretaron la muerte del autor y la muerte del teatro y de toda represetanción con significado están muertos. Que se pudran en su infierno.
Entre el resto de ganadores destaca Glengarry Glen Rose, la inmortal obra de Mamet que con tan gran acierto llevó a la gran pantalla James Foley y que Carlos Hipólito borda junto al resto del equipo en el papel que entonces realizó Jack Lemmon. También triunfó el espectáculo musical Pegados.
Adoptando un punto de vista materialista, un análisis marxista de la condiciones materiales de producción (no es broma aunque lo parezca), hay dos elementos en la infraestructura socioeconómica que favorecen la emergencia del talento en esta edad de plata que está viviendo el teatro español. Por un lado, no hay forma de descargarse las obras de teatro. Su atraso tecnológico, esa manía reaccionaria por los átomos en lugar de los bites, les da una paradójica ventaja a la hora de conseguir que la gente salga de sus casas y se separe de las multipantallas que los tienen hipnotizados (televisión, ipad, smarphone, notebook, laptop). En Series Yonkis no hay la pestaña "Obras de Teatro". En segundo lugar, los agentes de la cultura en España no pueden vivir, no pueden ni imaginarlo, lejos del calor del dinero del Estado a través de sus mil manifestaciones (Estado cental, autonómico, ayuntamientos, diputaciones...). Y dado que montar una obra de teatro es mucho más barato que producir una película, pues resulta mucho más cómodo para la teta estatal, sobre todo en momentos de crisis, dedicar recursos a los cómicos del teatro, que al fin y al cabo son unos muertos de hambre que se conforman con cualquier cosa, en vez de a las estrellas, estrellitas y estrellados del mundillo del cine, que van de stars hollywoodienses aunque solo los conozcan las chonis de los suburbios y las pijas que compraban Superpop.
De ahí que aprovecharon sus minutillos de gloria delante del micro para recordar a los amos, con todo respeto eso sí, que por Dios que les paguen lo que les deben (Miguel del Arco, dirigiéndose a los Ayuntamientos), que aunque son pobres y se conforman con un bocata de chopped ellos también necesitan su calderilla para la escenografía y tal, que no todo va a ser minimalismo y arte povero. Y que a ellos también les gusta el jamón ibérico, aunque sea un bocata al mes. Hubo un par de alcaldes en la gala, de Córdoba y de Aguimes (Canarias), que aseguraron que sus ayuntamientos sí pagan. El canario, además, ganador del Premio Iberoamericano a las Artes Escénicas, se marcó un discursito reivindicativo del teatro como agitador de conciencias y de defensa de los derechos sociales. Es decir, el teatro al servicio de los intereses ideológicos de este señor. Los ayuntamientos de derecha, o bien son mucho más respetuosos, o bien están acomplejados frente al chantaje cultural que les hace la izquierda habitual.
El lastre del teatro español es que siga con esa dependencia ciega de la teta del Estado y todavía con reflejos condicionados de sumisión a los dictados de lo políticamente correcto envueltos en una ruptura formal que es más aparente que real. Por ejemplo, los últimos espectáculos fracasados, en su querer y no poder, de Animalario (Penumbra o la enésima puesta en cuestión pinteriana de la familia burguesa) o Blanca Portillo (La avería, una obra mal planteada por Dürrenmant y peor dirigida por la estupenda actriz). Lo que les lleva a la parálisis, la politización y el victimismo, las claves de lo que Robert Hughes denunció como "la cultura de la queja". Pero el premio a Miguel del Arco, un tipo deslumbrante en lo teatral y en lo empresarial, ahora con su nuevo éxito (Veraneantes, en el Teatro de la Abadía en Madrid) y con La función por hacer,que volverá a los teatros españoles gracias al espaldarazo recibido, marca un sendero de éxito, en la calidad y la cantidad, para el teatro español.
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