La lealtad a las ideas que representa un líder político no está jamás garantizada en este microcosmos, aunque en un momento dado sus integrantes hayan parecido pugnar como locos por ver quién le hace más la pelota y protagonizado escenas de adhesión inquebrantable como no se recordaban por estos pagos desde los tiempos del caudillo de España por la gracia de Dios.
Las campañas electorales que el artisteo ha servido en bandeja a Zapatero no eran garantía de que iba a contar con su favor por siempre jamás, al contrario de lo que un personaje tan dado a la ensoñación como El Pasmo Leonés podría haber supuesto. Los obreros de la cultura son progres porque lo exige el guión, y se declaran de izquierdas porque no entienden la realidad y... porque si dijeran lo contrario tendrían problemas para trabajar. Su concepto utilitario de la política no les permite abrazarse a un cadáver político como Zapatero, sino que, por el contrario, les estimula a soltar el lastre que ellos solitos se echaron sobre sí mismos, con aquellas escenas de arrobo colectivo que tantas horas de risa nos proporcionaron.
Ahora pretenden hacernos creer que las célebres imágenes en las que se les veía hacer el gesto de la ceja, prietas las filas, no eran una muestra de apoyo al Gran Hombre de Estado, sino un episodio contagioso de párkinson agudo, que provocaba que sus deditos se posaran involuntariamente en el arco superciliar en cuanto una cámara aparecía en lontananza.
Para hacerle la gracia a Zapatero en la última campaña electoral, se declararon todos ellos "partidarios de la alegría". Ahora reconocen que tal vez se pasaron de frenada, porque alegría, lo que se dice alegría, el leonés ha proporcionado bien poca.
En fin, que Zapatero ya puede ir descontando de la nómina de sus fieles a nuestros genios de las artes escénicas y colocarlos en la lista de traidores, junto con los sindicatos, los empresarios de las renovables y parte del proletariado: todos ellos le llevaron al poder porque les prometió que defendería su derecho a vaciar los bolsillos ajenos sin tocar los privilegios que se habían ganado a golpe de consigna.
"La gente de la cultura", como a estos proletarios de la subvención les gusta que les llamemos, no tenía por qué significarse de forma tan obscena con un político, por más radical, sectario y alocado que se presentara. Sabido es que los artistas han tenido muy pocos motivos de queja cuando ha gobernado la derecha, porque la subvención al progre es deporte muy practicado por los políticos centro-reformistas de toda clase y condición. Pero ocurre que vieron en Zapatero a un personaje de su mismo nivel intelectual, capaz de repetir las mismas chorradas que ellos manejan de forma cotidiana en sus análisis económicos, políticos y sociales, pero añadiendo el marchamo de autoridad que le confiere su condición de presidente del gobierno de un país desarrollado como lo era España hace unos años; y, claro, la locura se desató por completo.
Ahora ha llegado el momento de recoger el hilo de la cometa, porque a Zapatero ya sólo le aguanta Sonsoles. El desastre que está protagonizando está llegando al extremo de hacer peligrar la redistribución de riqueza de la que vive la mayor parte de nuestros obreros de la cultura, especialmente los del gremio audiovisual, que a estos efectos siempre ha sido el más beneficiado. Y eso sí que no. Una cosa es tocarse la ceja o hacer un videoclip para defender la memoria histórica decretada por Zapatero, y otra que se les castigue a vivir del dinero que el público paga voluntariamente por ver sus obras maestras.
De momento, ya han dicho que aquello de la ceja fue una chiquillada; pero sobre lo de pedir perdón a los clientes potenciales que se sintieron ofendidos por sus diatribas contra la derecha cavernícola, de momento no se han pronunciado.
Las campañas electorales que el artisteo ha servido en bandeja a Zapatero no eran garantía de que iba a contar con su favor por siempre jamás, al contrario de lo que un personaje tan dado a la ensoñación como El Pasmo Leonés podría haber supuesto. Los obreros de la cultura son progres porque lo exige el guión, y se declaran de izquierdas porque no entienden la realidad y... porque si dijeran lo contrario tendrían problemas para trabajar. Su concepto utilitario de la política no les permite abrazarse a un cadáver político como Zapatero, sino que, por el contrario, les estimula a soltar el lastre que ellos solitos se echaron sobre sí mismos, con aquellas escenas de arrobo colectivo que tantas horas de risa nos proporcionaron.
Ahora pretenden hacernos creer que las célebres imágenes en las que se les veía hacer el gesto de la ceja, prietas las filas, no eran una muestra de apoyo al Gran Hombre de Estado, sino un episodio contagioso de párkinson agudo, que provocaba que sus deditos se posaran involuntariamente en el arco superciliar en cuanto una cámara aparecía en lontananza.
Para hacerle la gracia a Zapatero en la última campaña electoral, se declararon todos ellos "partidarios de la alegría". Ahora reconocen que tal vez se pasaron de frenada, porque alegría, lo que se dice alegría, el leonés ha proporcionado bien poca.
En fin, que Zapatero ya puede ir descontando de la nómina de sus fieles a nuestros genios de las artes escénicas y colocarlos en la lista de traidores, junto con los sindicatos, los empresarios de las renovables y parte del proletariado: todos ellos le llevaron al poder porque les prometió que defendería su derecho a vaciar los bolsillos ajenos sin tocar los privilegios que se habían ganado a golpe de consigna.
"La gente de la cultura", como a estos proletarios de la subvención les gusta que les llamemos, no tenía por qué significarse de forma tan obscena con un político, por más radical, sectario y alocado que se presentara. Sabido es que los artistas han tenido muy pocos motivos de queja cuando ha gobernado la derecha, porque la subvención al progre es deporte muy practicado por los políticos centro-reformistas de toda clase y condición. Pero ocurre que vieron en Zapatero a un personaje de su mismo nivel intelectual, capaz de repetir las mismas chorradas que ellos manejan de forma cotidiana en sus análisis económicos, políticos y sociales, pero añadiendo el marchamo de autoridad que le confiere su condición de presidente del gobierno de un país desarrollado como lo era España hace unos años; y, claro, la locura se desató por completo.
Ahora ha llegado el momento de recoger el hilo de la cometa, porque a Zapatero ya sólo le aguanta Sonsoles. El desastre que está protagonizando está llegando al extremo de hacer peligrar la redistribución de riqueza de la que vive la mayor parte de nuestros obreros de la cultura, especialmente los del gremio audiovisual, que a estos efectos siempre ha sido el más beneficiado. Y eso sí que no. Una cosa es tocarse la ceja o hacer un videoclip para defender la memoria histórica decretada por Zapatero, y otra que se les castigue a vivir del dinero que el público paga voluntariamente por ver sus obras maestras.
De momento, ya han dicho que aquello de la ceja fue una chiquillada; pero sobre lo de pedir perdón a los clientes potenciales que se sintieron ofendidos por sus diatribas contra la derecha cavernícola, de momento no se han pronunciado.