Al día siguiente L'Humanité publicaba un comunicado del Secretariado, el Buró Político y el Comité Central del Partido Comunista Francés en el que se condenaba fulminantemente el dibujo: era una insultante y soez caricatura del Genial Guía de los Pueblos; y se condenaba asimismo a Aragón y a la redacción del semanario, por haberlo publicado; y se exigía la destrucción de ese número blasfematorio y el arrepentimiento público de los culpables.
Ocurrió lo que debía ocurrir: Aragón y sus colaboradores se prosternaron. El culo orientado no hacia La Meca sino hacia Moscú, pidieron mil veces perdón, intentaron disculparse torpemente, invocando la emoción por la muerte del heredero de Marx y Lenin, las prisas, misteriosos vapores calenturientos, etcétera. La vergüenza total, en suma.
Yo entonces tenía 26 años, era lector de Les Lettres Françaises y daba mis primeros pasos en la militancia del fascismo rojipardo. Vi, pues, ese número especial con el dibujo de Picasso, antes de su destrucción, y me extrañó la violencia de la reacción del PCF. No consideraba que el retrato de Picasso fuera insultante, en absoluto; al revés. Pero me decía, para disculparme, que existía un abismo entre ese dibujo, en el que Picasso seguía siendo Picasso, aunque no de lo mejor, y los cromos de la iconografía realista-socialista a la que estaban archiacostumbrados los militantes obreros, analfabetos en cuestiones artísticas. No veía, no quise ver, la bestial demostración de totalitarismo por parte de la dirección del PCF, arrinconando el problema en el marco de la insuficiente educación artística del proletariado...
Me pregunto si vale la pena señalar que Aragón y sus colaboradores tuvieron la inmensa suerte de vivir en una democracia burguesa que aborrecían, porque de haber ocurrido algo semejante en cualquier país comunista hubieran sido fulminantemente destituidos de sus cargos, encarcelados o deportados, y en ciertos de esos países, en ciertas épocas, fusilados.
Doy este ejemplo nimio de intolerancia totalitaria –abundan muchos peores, y El libro negro del comunismo se queda corto calculando en 100 millones la cifra de sus víctimas– porque, evidentemente, una "caricatura" recuerda otras, y sobre todo para señalar que en la marabunta de comentarios, miedos, indignaciones y majaderías que han desencadenado las famosas (cada vez más) caricaturas del Profeta, prácticamente todos, incluso protestando contra el actual fanatismo islámico, se creen obligados a recordar la intolerancia y la Inquisición de la Iglesia Católica en tiempos pasados, pero nadie recuerda el mucho más reciente fanatismo comunista.
El análisis de los fenómenos religiosos, de los fenómenos políticos que utilizan las religiones, la simbiosis entre ambos fenómenos y la cuestión central del poder, se merece, sin lugar a dudas, serios estudios que superan este breve comentario; me limitaré, pues, a afirmar que lo que el propio comunismo en crisis ha calificado de "culto a la personalidad" tiene, efectivamente, mucho de culto religioso fanático, y que un dibujo, una foto o una frase que no entraban en la ortodoxia del poder comunista, tratándose de Lenin, Stalin, Mao, Hoxha, Kim il Sung, incluso Castro o Ceacescu, etcétera, eran consideradas blasfemias que se merecían los peores castigos, incluida la muerte. Lo mismo ocurrió, y se nos recuerda todos los días, con la Iglesia Católica, y ocurre con el Islam. Los que esto afirman se quedan tan tranquilos, considerando que han demostrado una objetividad ejemplar y una tolerancia supina, cuando sólo demuestran imbecilidad o cobardía, o ambas cosas.
Que la historia de la Iglesia Católica tenga sus periodos negros, y que se cometieron crímenes en nombre de la fe, eso lo ha reconocido, y se ha arrepentido públicamente, la propia Iglesia Católica. Las referencias históricas están muy bien, pero a condición de que no se utilicen para ocultar la realidad, y la realidad es que aún hoy la Iglesia Católica sigue siendo insultada y agredida, se incendian o dinamitan iglesias, se asesinan a curas, sin que el Vaticano exija venganza, ni siquiera recurra ante los tribunales. Han lamentado incluso las caricaturas danesas, en nombre del respeto a todas las religiones.
Pero no se trata ahora de una discusión teológica, se trata de la guerra contra el terrorismo. Desde principios del siglo XX hasta nuestros días, las democracias, que respetan todas las religiones, como los no creyentes, y se basan también en la libertad de expresión, han tenido que enfrentarse contra tres totalitarismos: el nazismo, el comunismo y, ahora, el Islam radical. Las democracias han vencido al nazismo y han prohibido su exaltación póstuma; han vencido al comunismo pero no han prohibido su exaltación póstuma; al revés: la leyenda mentirosa del "buen comunismo" y la "generosidad de los comunistas" perdura, no sólo en la socialburocracia europea, también en cierta prensa de derechas, las universidades, el Consejo de Europa y el New York Times.
El peligro mayor y la batalla esencial de las democracias se ciñe hoy en torno al Islam radical. Y Occidente, como ante el nazismo ayer, y mucho más ante el comunismo, claudica demasiadas veces ante el fanatismo musulmán, como lo demuestran las reacciones de aquelarre ante la publicación de las famosas viñetas, mientras que un imán barbudo ofrece cien kilos de oro a quien asesine a uno de los dibujantes.
Como no podía faltar, entre los que han demostrado la más portentosa cobardía necia están los líderes socialistas españoles, como Rodríguez Z. y Javier Solana, pero en este caso no están solos. Se nos dice y repite que el terrorismo nada tiene que ver con el Islam: son cosas de extraterrestres o de la CIA, porque el Islam es una religión pacífica y humanista. Cabe preguntarse entonces por qué los terroristas suicidas de Nueva York, Madrid, Londres, Bali, Tel Aviv, y un larguísimo etcétera, morían matando en nombre de Alá y de Mahoma, y porqué las manifestaciones que siguieron a dichos atentados, en los países arabo-musulmanes, fueron todas de alegría, apoyo a los terroristas y entusiasmo por sus fechorías.
¡No me vengáis con cuentos chinos! Las cosas están clarísimas, y si los avestruces que nos gobiernan hunden el pico en la arena, su ceguera voluntaria no les salvará la vida, porque para los imanes y ayatolás, Rodríguez Z. o Günter Grass son tan infieles como yo.
La nueva y pujante ofensiva islámica es perfectamente visible: Irán, convertida en potencia nuclear, pretende destruir, y niega la Shoá y comienza la "talibanización" de su cultura; Hamas cumple con la consigna de Mao: "El poder está a la punta del fusil", y sus fusiles ganan las elecciones; el pretexto de las caricaturas es utilizado por las dictaduras musulmanas, y las organizaciones islamistas, para atacar violentamente a Occidente: hasta en Sarajevo (ay, Sarajevo) hay musulmanes que se manifiestan y queman banderas danesas y noruegas, pero también croatas. ¿Por qué croatas? ¿Será porque en Croacia hay más católicos que musulmanes? ¿Ser católico se ha convertido en delito para el Islam tolerante? ¡Puerco mundo!
Leía el otro día un artículo de Laurent Murawiec, del Hudson Institute de Washington, del que traduzco estas líneas:
"Ahmadineyad cree, y no lo disimula en absoluto, que el Apocalipsis llegará dentro de dos años, que 'el imán oculto' desde hace siglos, el duodécimo imán del chiísmo, saldrá dentro de poco de su lugar secreto y que los creyentes pueden acelerar su llegada. El exterminio de Israel forma parte del proyecto. Existe, pues, una patología que tiene el dedo puesto en el gatillo nuclear".
Yo no sé hasta qué punto son creíbles estos delirios, pero Murawiec es persona seria e inteligente, y su artículo no se limita a indicar la locura peligrosa de Ahmadineyad: explica la necesidad urgente de una "estrategia coercitiva" contra Irán, y critica a la Casa Blanca por no ayudar suficientemente a la oposición iraní y por haberse hecho demasiadas ilusiones sobre la existencia de un Islam moderado en Irán, como los gobiernos europeos, por cierto.