La industria aeroespacial vuelve a fijar su atención en la energía nuclear –en realidad, siempre ha estado en su punto de mira– como combustible de las misiones, cada vez más complejas y con destinos más lejanos. Esto es lo que se desprende de lo dicho durante la conferencia "Espacio. Los próximos 50 años", que se acaba de celebrar en la ciudad californiana de Long Beach para conmemorar el quincuagésimo aniversario del lanzamiento del primer satélite artificial. Nos referimos al Sputnik 1, un artefacto de 83 kilos que fue puesto en órbita por la Unión Soviética el 4 de octubre de 195 desde el Cosmódromo de Baikonur (Kazajistán).
El éxito de la empresa hizo realidad la obra de ficción Sueños de la Tierra y el Cielo –en la que Konstantin Tsiolkovsky describía, en 1885, cómo podía ser lanzado un satélite dentro de una órbita de poca altitud– y supuso el pistoletazo de salida de la carrera espacial. Medio siglo después, los científicos debaten sobre los retos de la industria aeronáutica y las limitaciones –incluidas las económicas– que impiden o dificultan la puesta en práctica de los proyectos. Para los reunidos en Long Beach, el mayor de los escollos es la aprensión que la opinión pública tiene a la energía nuclear, pues de ésta depende que muchos de los proyectos espaciales puedan materializarse.
El pánico popular a una lluvia radioactiva y los recelos gubernamentales al manejo de material atómico (así como a posibles pérdidas del mismo) han impuesto unas condiciones leoninas a la utilización de material radioactivo en las pruebas espaciales, lo que se ha traducido en una paupérrima inversión en toda investigación que lleve el cartel de "propulsión atómica". Para los expertos, es urgente revertir esta situación de bloqueo, y que las misiones futuras, así como la construcción de bases en otros planetas y en la Luna, dependan de esa tecnología. "Debemos restablecer el desarrollo de la propulsión nuclear, un área a la que tenemos que destinar más recursos para facilitar la nueva era de la exploración espacial", ha manifestado Maureen Heath, vicepresidente de la división Northrup Grumman's Civil Space.
¿Necesita el espacio más potencia? Lo cierto es que tanto la NASA como la agencia espacial rusa disponen desde los años 60 de la tecnología necesaria para lanzar vehículos espaciales impulsados por materiales radioactivos. Muchos ingenios experimentales instalados en las diferentes misiones Apollo estaban alimentados por sistemas de energía nuclear, y no pocos satélites artificiales producen la electricidad que necesitan mediante isótopos radioactivos, como el plutonio o el uranio altamente enriquecido, cuando no pueden recurrir a otros métodos (por ejemplo, en ausencia de luz solar).
En 2003 la NASA presentó a bombo y platillo un proyecto para llevar misiones al espacio profundo en el transcurso de la presente década. Para ello, se contaría con con cohetes propulsados por energía nuclear. La nave en cuestión multiplicaría por tres la velocidad de propulsión que se puede alcanzar hoy, por lo que se podría llegar a Marte en sólo dos meses.
Tres años después, el ambicioso proyecto fue cancelado, pero la cúpula de la NASA no ceja en el empeño: recientemente, la agencia estadounidense ha firmado contratos millonarios con Boeing, Northrup Grumman y Lockheed Martin relacionados con el diseño de sistemas de propulsión basados en la energía atómica.
Los motores más conocidos son los cohetes termonucleares, que utilizan la energía atómica para calentar un cohete propulsor, y los de propulsión electronuclear, que emplean el generador para ionizar un propulsor. La ventaja de cualquiera de estos sistemas es que permiten construir naves espaciales –no se baraja la posibilidad de emplearlos en satélites geoestacionarios– con una enorme autonomía y más veloces que las impulsadas por los propulsores químicos convencionales.
Tal y como se escuchó de forma reiterada durante la reunión de Long Beach, la energía nuclear es, por el momento, la única solución viable para llegar a los planetas más lejanos de nuestro sistema, ya que la que nos puede facilitar el Sol se torna más problemática cuanto más nos alejamos de él.
En efecto, la energía nuclear permitiría realizar trabajos durante las noches planetarias y en ausencia total de luz. A principios de este mes, una tormenta de arena en Marte que duró varias semanas dejó "sin pilas" a los dos rovers que están explorando la superficie del planeta rojo: el Opportunity y el Spirit. Si estos vehículos hubieran contado con un sistema de propulsión atómica no habrían dejado de estar operativos debido a esa inclemencia.
Para muchos expertos, la conquista de Marte no puede basarse en la energía solar. La única opción, como asegura Scout Horowitz, es la atómica. Además, en una época de recortes presupuestarios en la investigación aeroespacial y en la que impera la filosofía de naves "buenas, bonitas y baratas", los expertos se aferran más que nunca a la energía de los átomos. Y ponen como ejemplo la última misión de la NASA, la Dawn, que tiene por objetivo los asteroides Vesta y Ceres y que se lanzará, si nada falla, el próximo día 26.
La Dawn emplea una tecnología innovadora, llamada propulsión por iones, que aprovecha la energía solar y que ya fue experimentada en la astronave Deep Space 1. Cuando la propulsión por iones es adecuada, puede empujar la astronave hasta diez veces más rápidamente que la propulsión química, pero, como detallan los expertos de la misión, hubiera sido mejor echar mano de la nuclear, ya que entonces la Dawn tardaría mucho menos tiempo en llegar a los asteroides y podría haber sido equipada con un instrumental científico más poderoso.
Los ingenieros insisten en que la misiones espaciales son cada vez más complejas, ya que visitan diferentes cuerpos celestes, como lunas, cometas y asteroides, se prolongan durante décadas y precisan de unos instrumentos que han de trabajar de forma eficiente para generar y enviar millones de datos. Y todo ello requiere de mucha energía.
Pero la gente de a pie no se fía de la nuclear: la posibilidad de que un accidente en un lanzamiento la exponga a una lluvia radiactiva la echa para atrás. Como muestra, un botón: en 1997 los ecologistas y una parte importante de la opinión pública pusieron el grito en el cielo por los 32 kilos de plutonio que alimentaban el reactor de la sonda Cassini, una misión que hoy nos está mandando datos científicos e imágenes espectaculares de Sarturno. La polémica también se hizo notar en 2006, con el lanzamiento de la misión New Horizons a Plutón y el cinturón de Kuiper, porque la nave utilizaba un generador termoeléctrico de radioisótopos para obtener electricidad. Sus 11 kilos de plutonio generaron también una agria diatriba y gran dosis de recelo popular.