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CRÍMENES MISTERIOSOS

La asesina de Hildegart

¿Puede matarse por soberbia intelectual? Desde luego; ése es tan buen motivo como cualquier otro. Una joven que había sufrido grandes traumas en la infancia y que vivió una adolescencia y juventud apartada voluntariamente de los hombres concibió un proyecto mesiánico: redimir a la mujer mediante el nacimiento de una hija que dedicaría cada minuto de su vida a la lucha por la liberación del, por entonces, todavía llamado "sexo débil".

¿Puede matarse por soberbia intelectual? Desde luego; ése es tan buen motivo como cualquier otro. Una joven que había sufrido grandes traumas en la infancia y que vivió una adolescencia y juventud apartada voluntariamente de los hombres concibió un proyecto mesiánico: redimir a la mujer mediante el nacimiento de una hija que dedicaría cada minuto de su vida a la lucha por la liberación del, por entonces, todavía llamado "sexo débil".
En 1977 se rodó esta película inspirada en el caso Hildegart.
Así nació Carmen Rodríguez, llamada Hildegart ("jardín de sabiduría"), una niña que accedería a muchos y profundos saberes desde muy pequeña, que sorprendió al mundo con 15 años, que alcanzaría notoriedad internacional por sus estudios sobre sexología y por sus actividades políticas y que tendría una vida corta: fue asesinada a los 18 años por su propia madre.
 
La madrugada del 9 de junio de 1933 Aurora Rodríguez Carballeira empuñaba un revólver en la habitación donde yacía, dormida, su hija. Pasó un buen rato en el dormitorio, sumida en sus cavilaciones, y cuando finalmente irrumpió el día y la habitación empezó a llenarse de ruidos comprendió que había llegado el momento de cumplir su propósito.
 
Con la frialdad de un cirujano, Aurora comprobó el funcionamiento del arma. Acto seguido, disparó a Hildegart en la sien izquierda. Y luego otra vez, en el mismo sitio. Después le buscó el corazón, y volvió a disparar. La cuarta vez lo hizo casi a bulto, y el proyectil se alojó en el pecho de la chica. Sólo entonces consideró cumplida su misión.
 
Había engendrado a Hildegart como instrumento para una revolución; cuando consideró que se había apartado de su objetivo, decidió eliminarla.
 
Una vez descubierto el crimen, Aurora fue tachada de loca, pero ella replicó afirmando que actuó con plena consciencia. Única testigo de lo que pasó en la habitación, dio en asegurar que la muerte se produjo de común acuerdo. Esta posibilidad tan increíble dota a toda la historia de aura de leyenda. En cualquier caso, lo sucedido fue el colofón de una existencia singular.
 
Aurora nació en El Ferrol en 1890. Era la tercera hija de un matrimonio acomodado. Su padre era abogado, y de él guardaba buenos recuerdos. Por el contrario, creía que su madre, ama de casa, era frívola y egoísta, a pesar de que apenas la había conocido, porque murió muy joven.
 
Charles Fourier.La imagen de infancia que se le quedó grabada con más fuerza tenía por protagonista a la infelicidad de sus padres, de lo cual culpaba a su madre. Por lo que hace a sus hermanos, nunca mantuvo buenas relaciones con ellos: a Pepina la consideraba perversa, y al varón, cobarde y abúlico. Así las cosas, se fue convirtiendo en una persona introvertida y reflexiva que disfrazaba su carácter con una máscara de violencia y rebeldía: llegó a alardear de no haber sido nunca doblegada por nadie, ni con halagos ni con castigos.
 
En el colegio recibió una educación básica e incompleta: aprendió a leer, un poco de aritmética, algo de geografía e historia y la parte inevitable para toda jovencita de aquel tiempo: coser, bordar y tocar el piano. Pero a los catorce años, sola en casa por la muerte de su madre y la ausencia de sus hermanos, pudo disfrutar a sus anchas de la biblioteca del padre. Allí se servía de ideas políticas y filosóficas como quien sacia un hambre atroz. Entre las obras que cayeron en sus manos se contaban las de los socialistas utópicos: Saint Simon, Owen, Fourier, que devoró sin preparación previa alguna. Uno de sus sueños de infancia fue crear un "falansterio" del tipo que proponía Fourier.
 
Aurora quedó marcada para siempre por uno de los múltiples casos de los que, como abogado, se ocupaba su padre. Se trataba de la disputa entre una pareja mal avenida que tenía una hija. Querían separarse, y ambos pretendían mantener a la niña consigo. La ley favorecía al marido, y la mujer, para no perder a la chica, decidió quedarse a su lado, aunque sentía una viva repulsión por él. Aquello influyó en Aurora de tal forma que decidió no casarse nunca.
 
Pero más importante para su futuro, si cabe, fue un suceso extraordinario que hubo de protagonizar. Su hermana tuvo un hijo de soltera, al que dejó en la casa familiar antes de marcharse a Madrid para rehacer su vida. Aurora se hizo cargo del niño con fervor; entre otras cosas que hacía para divertirle y enseñarle, le sentaba a su lado cuando tocaba el piano.
 
A los pocos meses el sobrino tocaba con soltura, incluso llegó a superar a su tía y maestra. Andando el tiempo llegaría a ser el "Mozart español", el célebre Pepito Arriola, niño prodigio que entusiasmó al mundo a principios de siglo.
 
La aparición, con su ayuda, de aquel genio le hizo albergar la idea de tener un hijo propio; un hijo al que preparar para una gran tarea preconcebida. El proyecto devino imparable cuando apartaron a Pepito de su lado: Aurora tendría una niña cuya misión sería cambiar el papel de la mujer en el mundo, así como la idea que aquélla tenía de las mujeres en general, que no era nada buena:
 
"Odio la mentira con todas mis fuerzas –decía Aurora–. La considero como una de las grandes causas de los males de la humanidad. Dudo que el mundo se redima mientras las gentes no se decidan a decir lo que sienten, aunque la confesión ponga en peligro su vida. Acaso por ello tenga tan mal concepto de las mujeres en general. Es difícil descubrir en muchas un solo pensamiento noble, porque no discurren con la cabeza, sino con el sexo".
 
Se impuso, pues, tener una hija; una hija de su carne y de su espíritu. Quería concebirla sin amor, pasión ni placer, con la colaboración necesaria de un hombre que se aviniera a sus reglas. De esta forma pasó varios años en busca de un candidato que se ajustara al patrón: sano, inteligente, sin prejuicios y que comprendiera la importancia del proyecto.
 
Creyó encontrarlo en un supuesto marino de 35 años, alto y fuerte, que había regresado de un largo periplo por Suramérica. Aparentemente reunía las características exigidas, y gozaba de un verbo envolvente que la convenció. El elegido se hacía pasar por sacerdote, y se mostró abierto, simpático y culto. Asimismo, daba la impresión de estar seducido por la "gran idea" de dar vida a un ser superior. Años después, Aurora descubriría que aquel hombre era sólo un embaucador y le haría responsable de su tragedia.
 
Hildegart.Pero por entonces éste y la hermosa y seductora Aurora tuvieron una serie de encuentros en una casita a las afueras de El Ferrol, que ella relataría sin el menor romanticismo y con su gran frialdad. "Se encontraron" más de veinte tardes. Cuando estuvo segura de haber quedado embarazada se separó del supuesto marino y de sus parientes y viajó sola a Madrid. Era la primavera de 1914, y se estableció en la calle del Pilar del barrio de La Guindalera.
 
Aurora dio a luz sin complicaciones, y tuvo la suerte de que, como deseaba, la criatura fuese niña. Desde el primer momento se volcó en su desarrollo físico y mental. A los dos años Hildegart –la llamó así desde el día en que nació– estaba más alta y desarrollada que todos los niños de su edad. El cultivo de su mente se convierte para Aurora en una obsesión.
 
A los tres años saber leer, a los diez habla alemán, inglés y francés. Concebida como experiencia científica, la niña carece de infancia. Se dedica al estudio constante, con dos temas prioritarios: la filosofía racionalista y todo lo relacionado con el sexo. Su madre piensa que es la única forma de que no caiga en la trampa que esteriliza el talento de muchas mujeres.
 
A los 13 años acaba el Bachillerato, a los 17 se licencia en Derecho y comienza la carrera de Medicina. Lee las obras de Carlos Marx y se siente atraída por el movimiento socialista, del que finalmente se desengañaría –sería, además, expulsada del partido–. Alcanza prestigio internacional en el campo de la sexología y siente ansias de independencia y libertad, por lo que se enfrenta a su madre. Asimismo, prepara un viaje a Londres, alentada por Havelock Ellis –máximo exponente de la sexología del momento– y por el escritor H. G. Wells, admirador de su inteligencia.
 
Es entonces cuando Aurora cree que su proyecto está en peligro, por lo que, sin importarle los sentimientos de su hija ni sus éxitos –su prestigio internacional, su brillante carrera política, que prosigue en el Partido Federal...–, decide matarla.
 
¿Logró convencer a Hildegart de que estaría mejor muerta y la ejecutó con su aquiescencia? Es difícil de creer, pero en esta disparatada historia todo es posible.
 
Aurora Rodríguez fue condenada a 26 años, ocho meses y un día de prisión. Pero no cumplió su castigo: la mañana del 18 de julio de 1936 desapareció de la cárcel (se ignora si se fugó o la liberaron), y no volvió a saberse nada más de ella.
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