Uno de los problemas con el clítoris es su localización. Si hubiera estado en el interior de la vagina, quizá sintonizaría con el pene. Y si no, ya que estaba ahí fuera, podría haberse aprovechado, al menos, para hacer pipí y así hubiéramos sabido de una vez por todas de dónde rayos sale el chorrito. Pero no queda más remedio que rendirse a la perturbadora evidencia de que, aunque lo tiene hasta la reina de Inglaterra, no se le conoce una función honesta, pues sólo sirve para producir placer sexual sin disculpitas. Esto debe de ser duro de encajar para los creacionistas, digo yo, porque constituye una evidencia perturbadora de la disociación femenina entre la sexualidad y la reproducción. También lo es para los científicos, que tratan de explicarse qué loca presión evolutiva lo desarrolló con tanto esmero para luego dejarlo ahí, fuera de la trayectoria del pene.
Ocho mil terminaciones nerviosas, concentradas en un diminuto garbanzo, dan mucho que hablar. Por ejemplo, se puede exaltar el pene y decir que el clítoris es un legado evolutivo tomado prestado del aparato genital masculino, que la evolución, dando palos de ciego, abandonó allí y del que las mujeres se han beneficiado por azar.
Pero la existencia del clítoris no tiene, realmente, una explicación complicada. En el embrión humano, al principio no se puede distinguir el sexo. Los tejidos son iguales en los lugares donde más tarde aparecerán los genitales ya diferenciados en cada sexo. Al ir desarrollándose el feto, si va a ser varón, el tejido va prolongándose y dando forma al pene y al prepucio. Las partes laterales se funden a lo largo de la línea media y se extienden para formar el escroto y dar cabida a los testículos. Si el feto va a ser mujer, la punta da lugar al clítoris y los laterales no se funden, sino que quedan abiertos y forman los labios, rasgo femenino por antonomasia. Los cuerpos cavernosos permanecen internos.
Es imposible, por lo tanto, definir la estructura clitoridiana como un rasgo vestigial o un legado masculino, pues los tejidos están presentes en el embrión antes de la definición del sexo pero continúan desarrollándose, de forma distinta, después de la definición del sexo. Si el clítoris fuera un resto embriológico, sería un tejido atrofiado como los restos de tejido glandular prostático que se encuentran en la uretra femenina, equivalentes a los de un feto masculino de seis semanas, o como los pezones que retienen los hombres en sus pechos sin que tengan ninguna función. No tendría sentido que, durante la selección del pene, se hubiera producido, por un efecto no buscado, la correspondiente estructura femenina, que, a pesar de ser infértil, es sexualmente más potente que el órgano del que se supone es deudora. Porque, queridos copulantes, el clítoris no se comporta como un tejido inoperante. Además de ser el punto más sensible del cuerpo, puede prescindir del reposo poscoital y provocar orgasmos en cadena. Así que, cuando los pezones de los camioneros gallegos segreguen más leche que los de las nodrizas payesas, o el pene proporcione a sus dueños orgasmos múltiples sin practicar el sexo tántrico, reconsideraré la posibilidad de que el clítoris sea un órgano vestigial y me comeré mi faja reductora.
Llegados a este punto, debemos hacernos dos preguntas: ¿por qué un órgano que sirve exclusivamente para proporcionar placer sexual permanece, sin embargo, tan ajeno a la cópula, durante la cual sólo incidentalmente –o a propósito– puede ser excitado? ¿Por qué la evolución dio prioridad a una vagina casi insensible?
Si el clítoris es un rasgo adaptativo, su única utilidad básica parece haber sido la de facilitar la disponibilidad sexual de las hembras. Queridos, me duele recordároslo, pero ya sabéis que, a la naturaleza, con tal de que las hembras permitan la penetración, le trae sin cuidado que sólo quede satisfecho el macho.Eso explica, en parte, por qué el clítoris está en el exterior. Pero entonces, ¿por qué el clítoris es la mayor fuente de orgasmos en la hembra humana? Pues porque las mujeres son más listas que las hembras de otros animales, y al cambiar la postura del coito recibieron un doble premio: premio de estímulo: del clítoris, y premio de reconocimiento: del papá de sus hijos.
Por otra parte, fijaos qué conjetura tan ingeniosa se me ocurre, inspirada por el cirujano galo Gerard Zwang (Le sexe de la femme), que está convencido de que la vulva y el clítoris están hechos a la medida de la mano del hombre (dice del hombre, no de la mujer, ¡toma ya!). Y esto, queridos copulantes, si lo dice un francés hay que considerarlo muy en serio. Significaría que nuestros ancestros, mientras cazaban caracoles en la sabana, le iban dando forma a la vulva y fomentando la riqueza de la respuesta del clítoris como quien cría canarios; pero, además, eso debería de haber sido muy bueno para algo, por ejemplo, para la formación de la pareja humana. Tan bueno como para que la evolución presionara en su favor. Ahí queda, por fin, descubierta una armonía entre los sexos: la armonía manopélvica.
Ocho mil terminaciones nerviosas, concentradas en un diminuto garbanzo, dan mucho que hablar. Por ejemplo, se puede exaltar el pene y decir que el clítoris es un legado evolutivo tomado prestado del aparato genital masculino, que la evolución, dando palos de ciego, abandonó allí y del que las mujeres se han beneficiado por azar.
Pero la existencia del clítoris no tiene, realmente, una explicación complicada. En el embrión humano, al principio no se puede distinguir el sexo. Los tejidos son iguales en los lugares donde más tarde aparecerán los genitales ya diferenciados en cada sexo. Al ir desarrollándose el feto, si va a ser varón, el tejido va prolongándose y dando forma al pene y al prepucio. Las partes laterales se funden a lo largo de la línea media y se extienden para formar el escroto y dar cabida a los testículos. Si el feto va a ser mujer, la punta da lugar al clítoris y los laterales no se funden, sino que quedan abiertos y forman los labios, rasgo femenino por antonomasia. Los cuerpos cavernosos permanecen internos.
Es imposible, por lo tanto, definir la estructura clitoridiana como un rasgo vestigial o un legado masculino, pues los tejidos están presentes en el embrión antes de la definición del sexo pero continúan desarrollándose, de forma distinta, después de la definición del sexo. Si el clítoris fuera un resto embriológico, sería un tejido atrofiado como los restos de tejido glandular prostático que se encuentran en la uretra femenina, equivalentes a los de un feto masculino de seis semanas, o como los pezones que retienen los hombres en sus pechos sin que tengan ninguna función. No tendría sentido que, durante la selección del pene, se hubiera producido, por un efecto no buscado, la correspondiente estructura femenina, que, a pesar de ser infértil, es sexualmente más potente que el órgano del que se supone es deudora. Porque, queridos copulantes, el clítoris no se comporta como un tejido inoperante. Además de ser el punto más sensible del cuerpo, puede prescindir del reposo poscoital y provocar orgasmos en cadena. Así que, cuando los pezones de los camioneros gallegos segreguen más leche que los de las nodrizas payesas, o el pene proporcione a sus dueños orgasmos múltiples sin practicar el sexo tántrico, reconsideraré la posibilidad de que el clítoris sea un órgano vestigial y me comeré mi faja reductora.
Llegados a este punto, debemos hacernos dos preguntas: ¿por qué un órgano que sirve exclusivamente para proporcionar placer sexual permanece, sin embargo, tan ajeno a la cópula, durante la cual sólo incidentalmente –o a propósito– puede ser excitado? ¿Por qué la evolución dio prioridad a una vagina casi insensible?
Si el clítoris es un rasgo adaptativo, su única utilidad básica parece haber sido la de facilitar la disponibilidad sexual de las hembras. Queridos, me duele recordároslo, pero ya sabéis que, a la naturaleza, con tal de que las hembras permitan la penetración, le trae sin cuidado que sólo quede satisfecho el macho.Eso explica, en parte, por qué el clítoris está en el exterior. Pero entonces, ¿por qué el clítoris es la mayor fuente de orgasmos en la hembra humana? Pues porque las mujeres son más listas que las hembras de otros animales, y al cambiar la postura del coito recibieron un doble premio: premio de estímulo: del clítoris, y premio de reconocimiento: del papá de sus hijos.
Por otra parte, fijaos qué conjetura tan ingeniosa se me ocurre, inspirada por el cirujano galo Gerard Zwang (Le sexe de la femme), que está convencido de que la vulva y el clítoris están hechos a la medida de la mano del hombre (dice del hombre, no de la mujer, ¡toma ya!). Y esto, queridos copulantes, si lo dice un francés hay que considerarlo muy en serio. Significaría que nuestros ancestros, mientras cazaban caracoles en la sabana, le iban dando forma a la vulva y fomentando la riqueza de la respuesta del clítoris como quien cría canarios; pero, además, eso debería de haber sido muy bueno para algo, por ejemplo, para la formación de la pareja humana. Tan bueno como para que la evolución presionara en su favor. Ahí queda, por fin, descubierta una armonía entre los sexos: la armonía manopélvica.