El conflicto lésbico se veía venir. Lo había pronosticado el sociólogo Amando de Miguel en marzo del pasado año, cuando escribió: "No me parece justo en atención de los habitantes de Lesbos o Mitilene. En realidad, la tal Safo nació en el pueblo de Eresus, al sur de la isla, donde también vio la luz Teofrasto, el discípulo de Aristóteles. No creo que, por esa razón, los sucesores de Aristóteles deban ser llamados lesbianos. Las discípulas de Safo bien podrían llamarse safistas". O quizá sáficas, como los versos de la misma autora. En todo caso, la afrenta al colectivo me parece un asunto de tal gravedad que no comprendo cómo las miembras del Ejecutivo español no se han puesto en pie de guerra. A estas horas Bibiana Aído, sus compañeras y el consejero de Cultura de Madrid, Santi Fisas, generoso mecenas de los fastos del Orgullo 2008, deberían estar volando rumbo a Lesbos para poner fin al desaguisado y restablecer la concordia y la igualdad. Para eso pagamos impuestos, digo yo.
Propongo que sean los poetas, y no los políticos, quienes zanjen la cuestión. Mi César Antonio Molina, ministro del ramo y hombre lesbiano (dícese del heterorro dandy con pintilla de gay que recurre a la languidez para ligarse a la más guapa), haría bien tomando cartas en el asunto y creando una comisión ad hoc presidida por el no menos lésbico e igual de afortunado en amores Iñaki Ezkerra. Méritos le sobran a mi vizcaíno favorito, que hace unos días presentó en Madrid el libro de poemas A tu lado en Islandia, un opúsculo maravilloso con fantasías juveniles (ese "Primer amor" dedicado a una monja es simplemente delicioso), amores tardíos (porque quiero tu cuerpo envejeciendo en el día y la tarde... Y acostarme contigo es recorrer con fascinante vértigo todas tus edades) y noctambulismos impenitentes:
Quizá el alcoholo la onírica lógica de la madrugada,la oscuridad maligna de aquel pub mitológicoque todos frecuentábamos,la neurosis que allí imponía el jazz.No sé quién o qué le otorgaría ese papelde obsceno Vigilante presto a fiscalizarlos besos, las caricias, la sonrisa aleladaque ella me dedicaba o le dedicaba yo...
Menos lírica y más cotilleo, pensarán ustedes; así que les cuento que la presentación corrió a cargo de Jesús Ferrero, cuyas palabras acarician como el olor de la madera de sándalo. A mi juicio, Jesús posee la segunda voz masculina más sexy de España (otro día les contaré quién es mi medallista de oro) y un look arrebatador, aunque su gesto de pocos amigos disuade cualquier aproximación. Mucho más afable se mostró el gran Montoro, de La Razón, el cartunista –que dirían en espanglish– más talentoso del país y el único que no es antisemita. Además, tiene unos ojos verdes peligrosísimos, eficaz arma de seducción masiva que, para regocijo de su esposa, sólo le vale con los hombres, a quienes parece ser gusta mucho. No me extraña.
Contaba Montoro que una noche fue a un disco-pub medio gay y que allí conoció a un chico que le cayó muy bien y a quien repetía constantemente: "Yo te conozco de algo". Se pueden figurar la reacción del rapaz, rendido a sus pies mientras el bueno de Borja pensaba: "¡Qué simpático!". La candidez del artista resulta absolutamente conmovedora, sobre todo si tenemos en cuenta que trabajó en Hollywood, donde tuvo la oportunidad de frotarse los hombros, que dicen ellos, con lo más granado de la mariprogresía internacional. Borja también es lesbiano, aunque ni él ni sus cinco retoños lo sepan. Ahí reside el éxito de su matrimonio, aunque su mujer no se lo haya dicho nunca (para eso estoy yo). Es la única explicación que le encuentro a su extraña afición a la serie Mujeres desesperadas (Amas de casa desesperadas, en la versión original en inglés).
Como todo el mundo sabe, los guionistas de las series de mujeres son casi todos hombres, y sus personajes, trasuntos machos sobre los cuales vuelcan anhelos insatisfechos y placeres prohibidos. En el caso de Sexo en Nueva York, las tendencias perrunas de las protagonistas desvelan una libido retrosexual a punto de estallar en cualquier callejón oscuro. Mujeres desesperadas representa todo lo contrario. Es el hombre de las cavernas que, harto de pasar frío, regresa a la cueva y le espeta a la parienta: "Mira, guapa, el próximo mamut lo cazas tú. Yo me quedo aquí cuidando a los niños, y si me aburro me dedico a pintar la pared". Desengáñense, amigos míos: el metrosexual fue un invento de cuatro maricas malas con deseos de revancha. El futuro pertenece al hombre lesbiano, reducto salvífico de un Occidente a la deriva. Dios los crea, las mujeres los persiguen y ellos se juntan en eventos parnasianos como el de Iñaki, reservados para una selecta minoría y no aptos para barbies aldeanas, aunque sean de Frúniz.
No pocas veces mis amigas libero-feministas me han achacado el exceso de estrógenos de Chuecadilly ("Deja el rollo femino-cursi para el presidente"), así que por una vez obviaré a las chicas y seguiré con los lesbi-boys de la reunión ezkerrista. Por ejemplo Pablo y José, dos veinteañeros que trabajan como voluntarios en Foro Ermua y de quienes ya les hablé en otra ocasión. En ésta, José lucía una enternecedora imagen pop, que no poppy, inspirada por los chicos del grupo Saint Etienne, que, como su nombre indica, son un pandilla de pijos londinenses con rubia incorporada que practican una irónica mezcla de dance gentil y nostalgia tongue-in-cheek por los felices años de las presidencias de Eisenhower y John K. Kennedy.
Por desgracia, la ola de neofranquismo cutre disfrazado de progresismo que nos invade (el sublime Abel Arana lo denuncia en su blog en términos distintos, aunque la idea es la misma) hace que bandas como La Casa Azul, lo más cool del momento, sean derrotadas en sus aspiraciones eurovisivas por alguna aberración monclovita diseñada por Miguel Barroso –otro lesbiano de pro, aunque de estirpe diferente– para hacernos olvidar la crisis.
Como les decía al principio, temo que en las próximas fechas asistamos a una proliferación de cortinas de humo made in Ferraz y aledaños más espesas que la neblina de las discotecas de los 80 y más tóxicas que la cicuta. Si Dios no lo remedia, de aquí a poco terminaremos usando máscaras de gas de diseño. ¡Qué subidón!
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