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CIENCIA

Huevoterapia, bisontes y otros desmanes científicos

A la ciencia se le puede hacer caso o no. Podemos empeñarnos en mantener la esperanza en el anónimo trabajo de nuestros investigadores o preferir tenerles miedo. Somos libres de elegir la visión del mundo propuesta por la razón, las leyes naturales y la matemática o, por el contrario, creer en la magia, la fe y el misterio.

A la ciencia se le puede hacer caso o no. Podemos empeñarnos en mantener la esperanza en el anónimo trabajo de nuestros investigadores o preferir tenerles miedo. Somos libres de elegir la visión del mundo propuesta por la razón, las leyes naturales y la matemática o, por el contrario, creer en la magia, la fe y el misterio.
Al contrario de lo que ocurre con ciertas religiones e ideologías, la ciencia no impone criterios. Se limita a exponer su versión de los hechos, que no es otra cosa que el conjunto de explicaciones sobre los fenómenos que más aplauso reciben entre la propia comunidad de explicadores. Nunca es bueno el consenso, y casi nunca existe unanimidad, De manera que todos somos libres de estar o de no estar con la ciencia. Lo que no podemos es estar y no estar a la vez.

Hace unos días, uno de los programas más vistos de Telemadrid me sorprendía con un largo reportaje sobre la huevoterapia mística (sic). Es ésta una técnica de lo más innovador que propone la sanación del espíritu mediante el contacto con huevos sin partir, que supuestamente devuelven el equilibrio energético al organismo. Así, sin más. Sin azúcar, sin aperitivo y sin complejos. Uno se deja pasar un huevo por la espalda y empieza a ver el mundo mucho mejor.

No seré yo quien le niegue a nadie su inalienable libertad para gastarse el dinero en lo que quiera. Es más, la necesidad de sentirse bien y el poderoso influjo del efecto placebo son variables que, dentro de los márgenes de seguridad que toda terapia debe respetar, no me parecen en absoluto censurables. Ni siquiera entraré a juzgar el derecho que una televisión pública tiene a decidir sobre sus contenidos, siempre que se someta al escrutinio inapelable de los ciudadanos que la pagamos.

Lo que descoloca es la incoherencia.

No hace mucho, la propia Esperanza Aguirre, rodeada de un economista (Pedro Schwartz) y un físico (Juan Pérez Mercader), anunció la puesta en marcha del programa "Madrid, Comunidad del Conocimiento". Allí anunció su convicción de que la que ella preside es "la comunidad mejor preparada para convertirse en la región del conocimiento y la ciencia". Ignoro si el programa incluirá sesiones de huevoterapia con Pérez Mercader, lo que me consta es que los espacios destinados al saber científico en la cadena madrileña brillan por su escasez, mientras las terapias alternativas, las ferias de astrólogos y demás mancias de moda siempre encuentran su hueco en la programación. O se está con la ciencia o no se está.

Más al norte, las cosas no andan mejor. El Patronato de las Cuevas de Altamira, presidido por el presidente de Cantabria (Miguel Ángel Revilla) y la ministra de Cultura, acaba de anunciar su interés en reabrir la denominada Capilla Sixtina del Arte Rupestre. Víctima de una invasión de hongos, algas y cianobacterias producidas por la presencia humana, fue cerrada por segunda vez en 2002; desde entonces, los científicos no han dejado de alertar sobre los efectos perniciosos de las visitas sobre el microclima del lugar. Las esporas que transportamos los seres humanos anidan en las paredes rocosas. Los cambios de temperatura derivados del tráfago de personas favorecen la evaporación del agua y la expansión de los microorganismos. El anhídrido carbónico que exhalan nuestros pulmones es, precisamente, un alimento ideal para el crecimiento de estos bichitos. A corto plazo se aprecian acumulaciones de bacterias y algas, que provocan manchas verdes en los policromados dibujos de hace más de 12.000 años. A largo plazo, estas colonias pueden generar nuevos tipos bacterianos que atacan directamente a la piedra y la destruyen.

La ciencia lo sabe, y el Patronato ha pedido informes exhaustivos al Consejo Superior de Investigaciones Científicas... para pasárselos por el arco del triunfo; porque la realidad es que la cueva será reabierta (con ciertas limitaciones) en breve. Uno de los expertos consultados llegó a asegurar: "Los que temen dicha decisión pasarán a la historia como los responsables de la destrucción de una de las mejores joyas del arte rupestre del mundo". Pues tienen nombre: Miguel Ángel Revilla y Ángeles González-Sinde. O se está con la ciencia o no se está.

España tiene una inveterada costumbre de perder trenes. La biotecnología, la astronomía, la física de partículas, la informática... han pasado por nosotros sin hacernos cosquillas. Aun así, seguimos teniendo uno de los patrimonios científicos más codiciados, las neuronas de nuestros investigadores que siguen empeñados en no cortarse las venas a pesar del recorte de presupuestos, el deterioro de la educación universitaria y la falta de apoyo a la innovación. La crisis y las decisiones conscientes del Gobierno se están cargando de un plumazo el último plan para lograr que una universidad española se encuentre entre las mejores del mundo allá por el 2015. A cambio del esfuerzo de nuestros científicos, los gobiernos les devuelven desprecio (no tenemos telescopio supergigante en Canarias, pasó de largo el ITER, las instalaciones del sincrotrón ALBA van a ser aprovechadas en su mayoría por empresas extranjeras, carecemos de una ley nacional contra la contaminación lumínica que defienda la observación astronómica, etc.).

¿En esto es en lo que consiste la apuesta española por la ciencia? Voy a regalarme una sesión de huevoterapia mística, a ver si me recupero.


JORGE ALCALDE también tuitea: twitter.com/joralcalde
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