El otro día María del Mar fue a la puerta del correccional a esperar la puesta en libertad de uno de los homicidas de su hija, el Pumuki, que tenía 14 años cuando acompañó a los otros a torturar, atropellar y quemar viva a Sandra (con una botella de gasolina que les costó un euro). El condenado no salió, tal vez por el enfado de la opinión pública.
El homicida de 14 años se diferencia del de 16 y también del de sólo 10. Es un agresor con carácter propio, diferenciado de los otros. Una chica o un joven de esa edad, en la sociedad actual, está muy preparado: puede conducir un coche, pero no le dejan; podría trabajar, pero tampoco le dejan; podría ahorrar, pero no puede abrir una cuenta corriente. Sin embargo, sí puede mantener relaciones sexuales consentidas –desde los 12–, y puede dar a luz, porque el legislador no puede evitarlo, incluso testificar en un juicio. De hecho, el Pumuki lo hizo. También puede redactar su testamento, con valor legal.
El chico de 14 años despega de la infancia y ya es un muchacho que pide responsabilidades que la sociedad, estúpida, le niega. Un chico que puede descifrar un teléfono móvil mejor que un adulto, que navega por internet con mayor soltura que gran parte de la población, que sabe de informática y de motores de coches, pero que se encuentra limitado en la vida civil. Tiene que ser un niño porque lo dictamina la ley; una ley de otro tiempo, que no tiene en cuenta ni la preparación ni la formación. Una ley que ha creado un "niño jurídico" que no existe.
Al otro lado, las bandas de delincuentes mayores, como el Malaguita, asesino adulto de Sandra, condenado a 64 años de prisión, saben que en los chicos de 14 hay una cantera de gran calidad. Reclutas para el crimen organizado: fuertes, inteligentes, avispados y deseosos de participar. Mientras la sociedad le niega el derecho al carné de conducir, la banda le pone un vehículo robado para que haga de las suyas; mientras la sociedad no le permite ahorrar, la banda le empuja a llevarse lo ahorrado por otros; mientras la sociedad no le da juego, la banda le da confianza.
Un menor sirve para transportar explosivos, robar un bolso, sujetar a una niña mientras la violan otros, practicar un butrón o un alunizaje. La noche que mataron a Sandra iban tres menores en el vehículo. El más pequeño tenía 14 años, y recuerda todo. Naturalmente, su propio relato trata de exculparle, aunque las pruebas de la investigación lo ponen en su sitio.
En realidad no importa, porque el Pumuki, a cambio de ser un "niño jurídico", paga poco por su delito: cuatro años de encierro y otros tantos de libertad condicional. En realidad, queda libre al acabar la primera tanda, sin garantía alguna de que su paso por los centros de menores le haya mejorado. La madre de Sandra dice que el chico no está reinsertado, y que lo único que ha pasado aquí es el tiempo.
María de Mar es la madre de todos nuestros hijos, el espejo en que debemos mirarnos. Una persona que nos alumbra mientras se quema: miren lo que le han hecho a ella. Es lo mismo que lo de los padres de la pequeña muerta por las niñas homicidas de Cádiz, y lo de tantos otros. Es lo mismo que pueden hacernos a nosotros. Por una vez, que sea mentira eso de que nadie cambiará esta ley hasta que no le pase algo al hijo de un político relevante, de un potentado de relumbrón, de un famoso del famoseo. Por una vez, que los votantes lo piensen bien antes y elijan a quienes les garanticen la actualización de las leyes y la lucha por la seguridad. Que no puedan tratarnos como si fuéramos todos menores de edad.
Los menores se saben los beneficios de la Ley del Menor mucho mejor que los abogados. Las niñas de Cádiz felicitan al de la catana por haber burlado a la justicia. "Ése sabe lo que se hace", dicen. Y acto seguido apuñalan a su antigua compañera. En Orihuela, Alicante, tu tierra y la mía, Miguel, un menor de 14 años, planeó el asesinato de otra pequeña cuando iba al colegio. La sorprendió camino del autobús, abusó sexualmente de ella y la mató. Ya estará en la calle o a punto de salir, porque han pasado unos años.
Aquel crimen fue frío, planificado, mortal de necesidad. Un crimen de adulto, aunque, según la ley, los niños tienen en España 14, 16 y 18 años… Pretendían hasta que pudiera hablarse de "niños jurídicos" de 21, pero entonces empezaron los de 17 a dar hachazos con la catana, a degollar a otros menores o matar a toda la familia… Y la cosa se quedó como está: de los 14 para abajo, los menores que cometan delitos son impunes. A partir de los 14, y hasta los 18, pagan poco por grandes tragedias. Y a partir de los 18, ya veremos, porque la sociedad políticamente correcta que pretende tener entretenidos a los chicos porque no encuentran empleo hasta muy tarde, no se pueden comprar un piso y no pueden asumir grandes responsabilidades, insiste en tratarlos como chaveas, lo que exige congelar su crecimiento y retrasar la mayoría de edad. Muchos se aguantan, pero otros matan de un tirón de bolso.
Ahora bien, que nadie nos venga con la falacia de que están protegiendo a la infancia.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.