Poco más de medio siglo separa a Belén Esteban de Evita, fenómeno tan pretelevisivo como Roosevelt: murió el mismo año en que la tele llegó a Argentina. Cabe pensar que Evita hubiera llevado mal el proceso: no era una mujer de cuerpo notable, detestaba sus propios tobillos, demasiado gruesos, y se sometía mal al maquillaje y el peinado. Pero eso habría sucedido entonces: ahora ya no importa y Belén Esteban es decididamente una mujer sin gracia, con unas piernas aún más feas que las de Evita, y ello no impide que la cadena para la cual se exhibe la haya bautizado "princesa del pueblo", como a Lady Di, sin ningún Perón que la respalde en su aventura.
Yo no llevo cuentas de la programación, habrá quien lo haga, pero no me hace falta la calculadora para saber que los espacios dedicados a series y películas en horarios factibles para quien trabaja se han reducido en los canales generalistas. Por supuesto, se me dirá que ahora hay una variedad de opciones de las que antes se carecía, y que la TDT ha ampliado el panorama, pero la televisión más digna está en las cadenas de pago y éstas no son mayoritarias. La gente ve lo que le ofrecen, por ejemplo, en el periódico. Y, elija o no, termina viendo algo que no le interesa y que se cuela en su salón subrepticiamente, como una suerte de okupa, hasta que uno se habitúa a su presencia.
El reality es la clave de esos criterios invasivos de programación, y va de los programas del corazón a las exhibiciones obscenas de Gran Hermano. El reality consiste en mostrar la vida en tiempo real, por un lado, y la vida como conflicto de intereses, por el otro. Es decir, va de la cama de Indira –sazonada con la obsesiva diatriba antitabaco de la al parecer incombustible Mercedes Milá– a los diarios de prisión de Julián Muñoz.
La Primera es una cadena misteriosa, que no tiene publicidad pero tiene intermedios publicitarios en los que se hace propaganda a sí misma: no sé qué es peor. A las 14.30 pasa Corazón, un mini Hola, y a las ocho de la noche Gente, una especie de reality en fino, o reality de la ceja, donde se habla de cultura durante hora y media. Y si a usted le apetece ver Ley y orden, tiene que esperar un par de películas con actores desconocidos, o conocidos tipo Steven Seagal, porque la serie va a la 1.30.
De La Dos no hay nada que decir: fiel a su propia imagen, aburre hasta cuando se lo propone, aunque permite en ocasiones refugiarse en la reproducción de los gasterópodos para eludir la reproducción de los famosos, que también es un tema, y si no que se lo pregunten a Jesulín.
Antena 3 y Telecinco suelen llevarse el gato al agua (con perdón de los amigos de Intereconomía) con lo esencial, lo definitivo, lo actual, aquello de lo que se habla (que no es de lo que habla uno): los realities. Hay que decir que Antena 3 va perdiendo porque todavía no se ha atrevido a dar el salto mortal, que consiste en mostrar varias veces, en los cortes, aspectos de la vida sexual de Dinio y diversas señoras que lo acompañan cuando al cubano le entra la urgencia hormonal en la Puerta de Alcalá. Entre DEC (Dónde Estás Corazón) y Salvamé (así, con acento en la e), en su versión De luxe, no hay color: Jorge Javier Vázquez es mucho más descarnado que Jaime Cantizano, quien aspira a preservar un look de tipo serio que no se corresponde con los repugnantes contenidos de su show. Entre los dos se llevan la noche de los viernes, pero Salvamé tiene una versión diaria de casi cinco horas. Ahora, DEC inaugura su versión de sobremesa con especiales sobre la Operación Malaya, ¡otra vez!
Los sábados también son de Telecinco con La Noria, una cosa que oscila entre el reality con pretensiones de seriedad y el agit prop, éste a cargo de Enric Sopena, porque los demás no cuentan cuando está este tipo, maleducado, prepotente, ególatra hasta la náusea, que hace años estuvo ligado al Opus Dei y vio la luz con Felipe González. Su capacidad para interrumpir quedó en evidencia cuando, en 1986, siendo director de los Servicios Informativos de TVE, interrumpió a Butragueño sobreimprimiendo, en la repetición de sus goles en el partido España-Dinamarca, las siglas del PSOE. Lo mismo que hace ahora: sobreimprime sus opiniones encima de las de los otros. Y marca la línea del programa, tan popular que los políticos acuden a él para ganar espacio electoral: el último, Tomás Gómez, precedido por Pepiño, personajes a los que no les duelen prendas en aparecer mezclados con los conflictos de las Ordóñez, los Muñoz y otras figuras del folclore patrio.
Claro que la cumbre del reality no está en Salvamé, sino en Gran Hermano y Operación Triunfo. Del primero han salido personajes mediáticos que ahora pululan por las pantallas (Tatiana, ex gran hermana, ahora en el bochornoso Las Joyas de la Corona, teóricamente una escuela de elegancia a cargo de Carmen Lomana, para el que se ha hecho un anticásting en busca de los más burros y peor educados de España, para enseñarles desde maneras de mesa elementales hasta métodos de contención para no emitir gases por orificio alguno: Telecinco). Del segundo, cantantes que superaron en una temporada los escollos que a otros les llevaron toda una vida. Su producto más popular y promocionado es David Bisbal, un impresentable berreante muy necesitado de champú, al que curiosamente rinden pleitesía hasta colegas tan consagrados como Raphael: a lo mejor ven en él algo que yo no veo.
Mientras el reality gana espacio con toda esa porquería de bidet, los directivos de Telecinco (que se iniciaron con la teta de Sabrina) adelantan el porvenir en dos espacios terribles, que recomiendo como prueba de la decadencia nacional a quienes no los hayan visto: se llaman Mujeres y hombres y viceversa (Telecinco, presentado por Emma García por las mañanas, de 12.45 a 14.30) y El juego de tu vida (Telecinco, presentado por Emma García por las noches. ¿Emma García? Sí, ella de nuevo). El primero es la prueba más flagrante de la inutilidad del ministerio de la Aído, un auténtico manifiesto acerca de la superioridad jerárquica de los varones y de la mezquina astucia de las hembras de esta pobre especie. El segundo, que consiste en decir la verdad respecto de todo aquello que nadie confiesa jamás (preguntas del tipo: ¿has deseado alguna vez a la mujer de tu hermano? o ¿te has acostado alguna vez con el sobrino de tu marido?), que acaba, cuando acaba y el concursante no se espanta, con un premio de 100.000 euros y varias familias destrozadas.
La Cuatro, con toda su corrección política, heredada de El País, ha cedido a la realidad del reality y ha dejado caer a Ana García Siñeriz y Boris Izaguirre, y ahora llena las tardes con Florentino Fernández y Fama Revolution, y las noches con Callejeros, Reporteros Cuatro, El Campamento y After Hours, versiones más o menos parecidas de lo mismo. Perla de Reporteros Cuatro: "Irak sin yanquis". Anuncio de El Campamento: "El espacio mostrará la experiencia de un grupo de chicos conflictivos que se enfrentan en la montaña al último intento de reconducir sus vidas". O sea, GH pero en peor. A las dos de la mañana se pueden ver episodios gastados de Crossing Jordan.
La Sexta, portavoz oficioso del zapaterismo, no está a salvo del reality, pese a que su objetivo primordial es el deporte, de todo tipo y a toda hora, y cubre el resto de su tiempo con viejísimos capítulos de Navy, Investigación Criminal, Caso Abierto y The Unit, además de abrir y cerrar en el verano con Escudo Humano (en el original, Human Target, es decir, Blanco Humano). Pero emitieron Mujeres Ricas, por ejemplo, reality puro y duro con formato de reportaje, del que soporté un programa entero, en el que se mostraban unas cuantas señoras de la jet, madrileña y marbellí: no sé si el dinero trae la felicidad, pero sí sé que no lava la cutrez.
Se ve que lo que se lleva es la ostentación de miserias, reales o fingidas para la venta (sospecho que ése es el caso de la nieta del Caudillo y José Campos, con sus supuestas infidelidades). Ése es el núcleo duro del reality: cuanto peor, mejor. Una vida trágica se paga bien. Y una vida corriente de una persona corriente, como es Belén Esteban, la venerada deidad de todo el asunto, se puede convertir en trágica si se la decora lo bastante.
El resumen es: una chica de barrio, del montón, monina a los veinte, tiene un desliz con un torero y queda embarazada; decide tener a la criatura y se hace alguna tentativa, fallida, de convivencia en la casa de la familia de él, una familia difícil (pero ¿cuál no lo es?); la niña nace; él se casa con otra y atiende como puede a su hija. Ocurre lo mismo todos los días en todas partes, salvo por un detalle: la condición de matador del padre. Con un torero, aunque no sea Belmonte ni Ordóñez, ni se trate con Hemingway, siempre hay de dónde cogerse para ocupar pantalla. Y para darse cuenta de eso está Telecinco, y para comprar están los miles de muchachas, y madres y padres de muchachas, que han pasado por trances paralelos, que se identifican con la moza y la convierten en musa. Y tira millas. Parece inagotable, pero eso mismo creían del oro los que se iban a Alaska. Funciona un tiempo (que ya va siendo largo) porque se mezcla la historia con las apariciones del dotado Dinio, de sus novias y de las de Pipi Estrada, del propio Pipi dándose de ostias con Giménez-Arnau, etc.. De la teta de Sabrina a Sopena, de Marbella a Madrid ida y vuelta, de las mujeres ricas a las pobrísimas, de las mansiones a las chabolas, diciendo todos "este país" y "por mi hija, mato" (no te jode, yo también), de la sexualidad de la Pantoja al nombre de Paquirri, siempre el tinglado de la antigua farsa.