Es el último acto de la criminalidad que tiene por objetivo a los famosos, que tiene larga data y se extiende al mundo entero.
En 1993, la tenista Mónica Seles recibió una cuchillada por la espalda mientras disputaba un partido. El agresor fue Gunter Parge, un fan de Steffi Graff que la odiaba por haber arrebatado a ésta el número uno.
Mónica no volvió a ser la misma. Más allá de la herida, le quedó el miedo a ser de nuevo agredida, tal vez cierta paranoia postraumática. Tiempo después dejó el tenis.
En el caso de la actriz española, es muy posible que su belleza y profesionalidad no se vean afectadas por este ataque, perpetrado por un tal Ardnt Meyer, puesto que la flecha se desvió de su objetivo y acabó clavada en la manga de uno de sus compañeros de reparto. Sin embargo, seguro que seguirá sorprendiéndose de que alguien como Meyer pueda deambular libremente por las calles del centro de la capital con una mochila en la que llevaba dos ballestas, varias flechas con punta de quince centímetros, un spray de defensa, grilletes, un cúter, sogas y un bote de gasolina.
El material del incendiario malhechor debería haber sido detectado, mucho más si los contactos que se sabe había tenido con su víctima se hubieran contabilizado como lo que eran: intentos de amedrentarla o dañarla por parte de un perturbado.
Recientemente, en nuestro país dos famosos han sido agredidos por delincuentes que, además, les robaron. La diferencia con el caso que nos ocupa es que fueron atacados no por lo que son o representan, sino para aliviarles de sus pertenencias. El caso es que el síndrome del enajenado que busca ser alguien a costa de dañar a otro está ahí, no es nada nuevo. El caso más relevante acabó en el asesinato de John Lennon a las puertas de los apartamentos Dakota de Nueva York –escenario, por cierto, de la célebre película de Román Polanski La semilla del diablo–. Un individuo con tendencia a la obesidad, obsesionado con la música de los Beatles, confundido respecto a los grandes valores de la vida, estuvo esperándole camuflado entre los verdaderos seguidores de su inmediata víctima. Incluso logró que John le dedicara un ejemplar de su último álbum. Como suele suceder en estas ocasiones, el músico se limitó a garabatear con afecto algo así como "Para mi amigo". Y Mark David Chapman, casi un disminuido mental, estuvo dándole vueltas a la cosa, a esa dedicatoria maquinal, en la que no figuraba su nombre, frente a los Dakota. Hasta que John regresó a casa.
Mark, que llevaba un ejemplar de El guardián entre el centeno de Salinger en el bolsillo, se preguntaba qué pasaría si matara a Lennon. Alguien que escribe una dedicatoria sin mirar lo que hace no merece otra cosa. El admirador se había transformado en un asesino en potencia. Del amor al odio sólo hay una canción. Y si no, ¿por qué había ido a ver a su ídolo con una pistola oculta entre sus ropas?
Lennon recibió cuatro disparos por la espalda: uno por haber dicho que los Beatles eran más famosos que Jesucrito, otro por haber mirado hacia otro lado mientras firmaba distraído una copia de Imagine, otro por no haber reconocido en David Chapman un enemigo capaz de matarle y otro por haber generado un enorme odio con su talento y su éxito. Esto último era lo más imperdonable.
Cualquier experto en marketing sabe que las fotos insinuantes de las divas son para disfrute de los seguidores. En principio no hay nada de malo en que alguien capaz de comprarse un disco o ver una película trace fantasías con la sex-symbol del momento. El caso es que un reducido grupo de estos compradores compulsivos son susceptibles de padecer grandes frustraciones; por no poder alcanzar esa boca sensual, ese pelo de seda, ese ojos claros.
Lo peor es que hay famosos que son buena gente. Como Lennon. Que no desconfían y le dan la mano a cualquiera. Como Sara Casasnovas, que por su juventud, 23 años, no puede creer en la ingente maldad de un espectador. De modo que sale del teatro, confiada, dejando atrás la iguana. Los servicios de seguridad no detectaron al asesino, pero por fortuna Sara vive para contarlo.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
En 1993, la tenista Mónica Seles recibió una cuchillada por la espalda mientras disputaba un partido. El agresor fue Gunter Parge, un fan de Steffi Graff que la odiaba por haber arrebatado a ésta el número uno.
Mónica no volvió a ser la misma. Más allá de la herida, le quedó el miedo a ser de nuevo agredida, tal vez cierta paranoia postraumática. Tiempo después dejó el tenis.
En el caso de la actriz española, es muy posible que su belleza y profesionalidad no se vean afectadas por este ataque, perpetrado por un tal Ardnt Meyer, puesto que la flecha se desvió de su objetivo y acabó clavada en la manga de uno de sus compañeros de reparto. Sin embargo, seguro que seguirá sorprendiéndose de que alguien como Meyer pueda deambular libremente por las calles del centro de la capital con una mochila en la que llevaba dos ballestas, varias flechas con punta de quince centímetros, un spray de defensa, grilletes, un cúter, sogas y un bote de gasolina.
El material del incendiario malhechor debería haber sido detectado, mucho más si los contactos que se sabe había tenido con su víctima se hubieran contabilizado como lo que eran: intentos de amedrentarla o dañarla por parte de un perturbado.
Recientemente, en nuestro país dos famosos han sido agredidos por delincuentes que, además, les robaron. La diferencia con el caso que nos ocupa es que fueron atacados no por lo que son o representan, sino para aliviarles de sus pertenencias. El caso es que el síndrome del enajenado que busca ser alguien a costa de dañar a otro está ahí, no es nada nuevo. El caso más relevante acabó en el asesinato de John Lennon a las puertas de los apartamentos Dakota de Nueva York –escenario, por cierto, de la célebre película de Román Polanski La semilla del diablo–. Un individuo con tendencia a la obesidad, obsesionado con la música de los Beatles, confundido respecto a los grandes valores de la vida, estuvo esperándole camuflado entre los verdaderos seguidores de su inmediata víctima. Incluso logró que John le dedicara un ejemplar de su último álbum. Como suele suceder en estas ocasiones, el músico se limitó a garabatear con afecto algo así como "Para mi amigo". Y Mark David Chapman, casi un disminuido mental, estuvo dándole vueltas a la cosa, a esa dedicatoria maquinal, en la que no figuraba su nombre, frente a los Dakota. Hasta que John regresó a casa.
Mark, que llevaba un ejemplar de El guardián entre el centeno de Salinger en el bolsillo, se preguntaba qué pasaría si matara a Lennon. Alguien que escribe una dedicatoria sin mirar lo que hace no merece otra cosa. El admirador se había transformado en un asesino en potencia. Del amor al odio sólo hay una canción. Y si no, ¿por qué había ido a ver a su ídolo con una pistola oculta entre sus ropas?
Lennon recibió cuatro disparos por la espalda: uno por haber dicho que los Beatles eran más famosos que Jesucrito, otro por haber mirado hacia otro lado mientras firmaba distraído una copia de Imagine, otro por no haber reconocido en David Chapman un enemigo capaz de matarle y otro por haber generado un enorme odio con su talento y su éxito. Esto último era lo más imperdonable.
Cualquier experto en marketing sabe que las fotos insinuantes de las divas son para disfrute de los seguidores. En principio no hay nada de malo en que alguien capaz de comprarse un disco o ver una película trace fantasías con la sex-symbol del momento. El caso es que un reducido grupo de estos compradores compulsivos son susceptibles de padecer grandes frustraciones; por no poder alcanzar esa boca sensual, ese pelo de seda, ese ojos claros.
Lo peor es que hay famosos que son buena gente. Como Lennon. Que no desconfían y le dan la mano a cualquiera. Como Sara Casasnovas, que por su juventud, 23 años, no puede creer en la ingente maldad de un espectador. De modo que sale del teatro, confiada, dejando atrás la iguana. Los servicios de seguridad no detectaron al asesino, pero por fortuna Sara vive para contarlo.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.