Las tristes baladas folclóricas de irlandeses y escoceses, las rubias doncellas noruegas cantando en inglés a los dioses vikingos, los italianos desgarrando la voz al interpretar esos dramones de amores imposibles, los alemanes cantando al unísono como un metrónomo prusiano y, en fin, los españoles, que tradicionalmente hemos oscilado entre mostrar a Europa las glorias de la grasia andalusa y emular a los grandes grupos de pop con cantantes metrosexuales, han dado lustre durante muchas décadas a un certamen de música ligera (antes se llamaba así al pop) que se resiste a desaparecer.
Hace cinco o seis años, Eurovisión estaba prácticamente en la UVI, sobreviviendo con respiración asistida. Pero entonces la televisión se reinventó a sí misma y comenzaron a surgir como hongos concursos nacionales (Mercedes Milá no tendría inconveniente en denominarlos "experimentos sociológicos", como a su Gran Hermano) cuyo primer premio consistía en tener el privilegio de acudir al festival de ese año para avergonzar al paisanaje con todos los gastos pagados. El fenómeno Rosa (Roza de Ep-paña), surgido de nuestra Operación Triunfo, fue un revulsivo interesante para un certamen en horas bajísimas: millones de patriotas apoyaron desde sus casas a la simpática gordita y a sus compis, algunos de los cuales demostraron en la puesta en escena de la coreografía que lo suyo era seguir de reponedores en el Carrefour.
En la época de los triunfitos, el proceso de selección era popular sólo en el tramo final, pues a lo largo de la temporada se había producido un filtraje de candidatos que dejaba al populacho con sólo una terna de candidatos. Sin embargo, la elección del simpático cantante del tupé que nos representará en la edición de este año se ha producido a través de un proceso mucho más democrático –los espectadores escogían, a través del móvil, de entre una horda de candidatos sin desbastar–, salvo por el hecho de que la gente que dedica varias horas de su vida a ver en televisión determinada clase de programas quizás no sea representativa del corpus nacional. En todo caso, el pueblo ha hablado, vox populi, vox Dei, y Chikilicuatre tendrá el privilegio de defender el honor patrio en tierras extrañas con su temazo "El baile del chiki-chiki".
No hay que ofenderse por que España ofrezca una chorrada de esas dimensiones como el más acabado producto de su genio musical. En realidad, el estrambote es muy apropiado para definir el nivel de las manifestaciones musicales contemporáneas.
Hombre, nunca hemos sido una potencia en el campo de la música pop (los grupos españoles de los años 60, que pasan por ser nuestra edad de oro, basaron toda su carrera en tres acordes: Mi-Re-La), pero algo más decentito que el chiki-chiki sí que estamos en disposición de ofrecer. Mas, insisto, lo coherente con la España de Zapatero es mostrar al resto de Europa que lo nuestro es el ritmillo sub-normal, un friki con tupé y dos bailarinas bizarras, sacadas de las más acreditadas discotecas del Polígono, dándose morrazos por el suelo por tratar de seguir la complicada coreografía.
La cultura española actual, en sus manifestaciones populares, envejecerá mucho peor que la precedente. Si nos ruborizamos al ver vídeos con actuaciones musicales en la TVE del blanco y negro, no vean lo que sentirán nuestros hijos cuando dentro de treinta años alguna televisión recupere el chiki-chiki. Sumen a eso el tono actual del cine, mezcla de comedietas insustanciales con dramones marginales y revisiones de la Guerra Civil con sal gorda ideológica, y aterrorícense pensando en cómo van a explicar a sus nietos que eso es lo que dio de sí nuestra cultura a primeros de siglo.
En cuanto a Eurovisión, sólo falta que Chikilicuatre gane el certamen para que definitivamente la burricie, el hedonismo ridículo y lo intencionadamente grotesco se enseñoreen definitivamente de la sociedad española contemporánea.
De todo esto, Zapatero, la culpa la tienes tú. Sí, sí, tú. Porque en lugar de mandar a Fernández Bermejo a pegarse el hostión electoral del siglo a Murcia, debías haberle encargado la composición de nuestra canción de Eurovisión. Incluso la coreografía, que en la campaña estuvo bailando con su señora y la verdad es que se le veía muy suelto, señal de que lo de mover el esqueleto se le da casi tan bien como reparar bajantes.
Pero en unas semanas tendrás tu castigo, Zapatero. A ver si con suerte gana el chiki-chiki y te vemos recibiendo al triunfador en las escalinatas de La Moncloa marcándote con él el bailecito del breikindán. Por cierto, éste no estaba entre los que hacían con los deditos la "c" de Canon rodeándose la ceja. Tenlo en cuenta, presidente. Sólo faltaba que nos ganara el festival un pedazo de facha, como la progre de Massiel en tiempos de La Ominosa.
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