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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Estas Navidades, siente un empresario a su mesa

Las fiestas navideñas, tan entrañables en general como odiosas para una minoría de excéntricos, van a resultar este año más tradicionales que nunca porque nos van a permitir recuperar una vieja costumbre española, como es la de sentar un pobre a la mesa.

Las fiestas navideñas, tan entrañables en general como odiosas para una minoría de excéntricos, van a resultar este año más tradicionales que nunca porque nos van a permitir recuperar una vieja costumbre española, como es la de sentar un pobre a la mesa.
La única diferencia es que, en lugar del mendigo que pedía limosna a las puertas de la parroquia del barrio –la pieza más cotizada por las familias bien en las Navidades de los años cincuenta del siglo pasado–, este año el abanico de candidatos es mucho más amplio, a causa de la crisis que nunca existió (hasta que Solbes se recuperó momentáneamente de la narcolepsia que le aqueja y dijo aquello de que crisis, crisis, lo que se dice crisis, haberla hayla).
 
Muchas personas que crearon sus propios puestos de trabajo y algunos más montando un negocio no podrán celebrar las fiestas como se merecen. Cuando uno se ha quedado sin trabajo o está a punto de cerrar su empresa, las ganas de juerga son perfectamente descriptibles.
 
Los que van a poder pasar estas fechas como siempre son los funcionarios, los únicos que tienen garantizado el puesto de trabajo y las habichuelas en la España de Zapatero (por cierto, como el propio Presidente, que vive del presupuesto desde que cambió los dientes de leche). Los dueños de las academias que preparan oposiciones también van a tener una agradable cuesta de enero, porque desde el 93 no habían visto semejante riada de gente demandando sus servicios. "¡Zapatero, colócanos a tós!", podría ser el lema de la España actual.
 
Ya ni siquiera la izquierda montaraz ofrece propuestas sugestivas para solucionar tanto desastre. Como denunciaba Anguita esta semana en una entrevista, el anticapitalismo actual es una pose enarbolada por progres millonarios, ante la que el obrero reacciona con escepticismo.
 
Julio Anguita.El propio Anguita vaticinó hace años que esto del libre mercado y la libertad individual no podía traer nada bueno, y elaboró unos cuantos documentos que sus sucesores han despreciado olímpicamente, comenzando por la reforma del sistema energético, tal vez el estudio más importante de todos los que legó.
 
El plan energético elaborado por los dirigentes comunistas en los tiempos de Anguita destaca por su sencillez. Se trata de todo un plan quinquenal en el que incluso se establece ¡cómo deben ser todas y cada una de las bombillas utilizadas en España!, idea que algún infiltrado le facilitó al ministro Sebastián, con el éxito rutilante por todos conocido. Tras la marcha del cordobés, el poder fue tomado de mala manera por una caterva de burócratas que olvidaron los principios para jugar al corto plazo, es decir, a intentar colocarse en un buen puesto de las listas electorales del PSOE, que hoy por hoy es lo máximo a que puede aspirar un marxista de viejo cuño.
 
Ya no queda en la izquierda bizarra nadie capaz mantener la serenidad en tiempos convulsos y alumbrar un ramillete de ideas que devuelvan la esperanza a una ciudadanía huérfana de líderes. El famoso plan energético de Anguita descansa olvidado en unos anaqueles de la abigarrada sede de IU, que milagrosamente se salvaron del embargo, aunque a costa de soliviantar a una parte de los trabajadores contratados, que tuvo que liar el petate y marcharse a hacer la revolución a la empresa privada. A otra empresa privada, quiero decir, porque, por desgracia, la organización comunista no es todavía una corporación de carácter público, como ocurre en las democracias avanzadas tipo cubano.
 
La izquierda no tiene ideas y la derecha sólo quiere apoyar, para que los votantes vean que hay consenso. Pero con eso no se compran langostinos del Mar Menor, ni gamba de Águilas ni percebe de las rías, y eso que estos días el género está mucho más barato que otros años.
 
El país de Zapatero, el más avanzado en términos sociales si hemos de creer a sus mariachis, nos retrotrae a la España que retrató Berlanga, con su acidez característica, en Plácido. Pero el Plácido de hoy no corre con la camioneta de oficina en oficina para pagar una letra el día de su vencimiento, porque el vehículo se lo quedó el banco y ninguna entidad le facilita el dinero para restablecer el negocio. A cambio, el gobierno quita los crucifijos de las escuelas, reescribe la historia de la Guerra Civil, crea un ministerio de igualdad y lucha contra el cambio climático.
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