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CÓMO ESTÁ EL PATIO

España, el país del que los listos huyen

El ciudadano postmoderno tiene cierta propensión a elaborar sus razonamientos económicos simplemente con las consecuencias inmediatas que le entran por los ojos. Así pues, ante una crisis como la actual, el espectador medio de Telecinco, o sea, el grueso del Cuerpo Místico Electoral, observa sólo los daños que padecen él y los de su entorno, ya sean empresarios, trabajadores, desempleados o pensionistas en ejercicio.


	El ciudadano postmoderno tiene cierta propensión a elaborar sus razonamientos económicos simplemente con las consecuencias inmediatas que le entran por los ojos. Así pues, ante una crisis como la actual, el espectador medio de Telecinco, o sea, el grueso del Cuerpo Místico Electoral, observa sólo los daños que padecen él y los de su entorno, ya sean empresarios, trabajadores, desempleados o pensionistas en ejercicio.

Las cosas son así, sí. Sin embargo, las consecuencias de la devastación que se cierne sobre las escasas fuentes de riqueza existentes en España van mucho más allá de la tragedia cotidiana con que tenemos que lidiar los que pagamos impuestos.

Desde hace unos meses estamos siendo testigos de una de las consecuencias más penosas de la crisis; una consecuencia con perversos efectos a largo plazo. Me refiero, obviamente, a la huida de nuestros profesionales mejor preparados hacia otros países, remedo de las migraciones de los sesenta; sólo que, en lugar de una maleta de cartón atada con cuerdas, los que se marchan ahora llevan una Samsonite con neceser a juego.

Esto es lo que ocurre en la España de ZP, así que den las gracias a los votantes del personaje, si es que conocen a alguno. Porque esta crisis económica la han padecido todos los países, desde Estados Unidos a Nueva Zelanda, pasando por toda Europa y el Este asiático, pero en ningún otro sitio los mejores cerebros han salido disparados en busca de mejores –o sólo alguna– posibilidades laborales.

En lugar de convertirnos en un país que pone el foco en el valor añadido de lo que produce, con una masa laboral conformada principalmente por directivos, economistas, abogados, ingenieros, médicos, científicos, investigadores, Zapatero nos ha transformado en una bolsa de mano de obra barata en la que nuestros jóvenes mejor preparados carecen de futuro. Entre quedarte en España a poner copas a los turistas de Centroeuropa y emigrar para encontrar un buen puesto de trabajo y volver aquí sólo para ponerte al otro lado de la barra, la elección es bien sencilla.

Los alemanes no han desaprovechado la oportunidad que les brinda esta crisis y ya han solicitado 800.000 titulados superiores del este y el sur de Europa; les interesan especialmente los ingenieros. No serán pocos los españoles que finalmente decidan coger la maleta y hacer las Alemanias para ejercer allí las profesiones que más valor añadido y competitividad aportan a una economía. No creo que exista una prueba mayor de la tremenda ruina que este gobierno de adolescentes sectarios está infligiéndonos.

Cualquier nación que obliga a marcharse a la elite de su juventud para siempre jamás –salvo visitas en plan turista– es una nación sin futuro, porque es esa aristocracia de la ciencia y el pensamiento el motor del progreso. Cuando ellos pueden prosperar, el país entero sale beneficiado. Se convierten entonces en grandes benefactores; y no por solidaridad ni falso altruismo alguno, que es lo que la izquierda exige siempre a los demás, sino por ese sano egoísmo que les lleva a triunfar y ganar mucho dinero, lo que redunda en el bienestar general por obra y gracia de la generación de empleo y el pago de impuestos.

Zapatero no sólo ha arrasado con fuego y azufre nuestra riqueza presente, también la que debería generar la siguiente generación. Ha arrasado con todo, y las consecuencias de su legado tardarán años en difuminarse. Le reclamará la historia muchas cosas, pero, aunque pase inadvertido entre el fárrago cotidiano, su mayor delito habrá sido acabar con los sueños de la élite de una generación que, estoy seguro, no se lo perdonará jamás. Y sus papás tampoco.

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