Hace unos días la policía retiraba casi cien kilos de droga de un lote de plátanos macho en varios supermercados madrileños. En principio se dijo que era heroína, tal vez sin otra intención, aunque yo no me fiaría. Resultó que se trataba de cocaína, lo cual era mucho más probable.
Bueno, pues, dados los intereses de la sinergia del voto, lo primero es declarar rotundamente desde la ciencia que esconder droga en cajas de plátano macho no es violencia de género, aunque pueda parecerlo.
En segundo lugar, hay que decir que hemos empezado el año con la muerte de una mujer a manos de un hombre, y la de un hombre a manos de una mujer, aunque no está claro en este segundo caso que hubieran sido pareja. Además, hay un crimen misterioso en Pinto, con una chica degollada que podría tratarse de un asesinato sin adjetivo. Ya veremos.
En tercer lugar, conviene recordar aquí el relato corto de Edgar Allan Poe "La carta robada", en la que el ladrón, para ocultar lo robado, lo pone bien a la vista, donde nadie se lo espera. Explica Poe que es como en ese juego de acertijos en un mapa con muchas localidades y lugares pequeños: mientras los novatos procuran embrollar a sus adversarios eligiendo nombres escritos en letras diminutas, los jugadores experimentados procuran elegir alguno impreso en gruesos caracteres gruesos, tan a la vista, que quedan ocultos y pasan inadvertidos. Son cosas que escapan a la observación por el hecho mismo de que son excesivamente evidentes: los tenemos ahí, ante nuestras narices.
Así, nos preguntamos por qué motivo un cártel de traficantes de droga, más grande que una multinacional, puede trabucarse y perder cien kilos de polvo de ángel prensado en la parte de debajo de una caja de plátanos macho, de una forma grosera, descuidada y vulgar. Y no descartamos el error, aunque habría que pensar más en la fina estrategia: mientras los lectores de periódicos se asombran del gatillazo, otros centenares de kilos de mercancía cruzan el espacio aéreo sin que nadie eche cuentas. Cien kilos de coca hacen rico a cualquiera, pero no a los narcos que mueven muchos cientos de kilos, a la vista de todos y, precisamente por esto, inadvertidos.
Mientras los periodistas marean la perdiz con el divertido entretenimiento de recontar a la población hechizada cómo los narcos aguzan el ingenio y pasan coca disimulada en dobles fondos, vajillas de estilo, canastillas de bebé, figuritas de artesanía, escayolas falsas y trajes de torero, maravillándolos con su flexibilidad, variedad e ingenio, se desliza sin mayor comentario que la Policía Nacional interceptó el año pasado, hasta noviembre, 14.773 kilos de cocaína. ¿Y qué significa esto?, se preguntarán. Pues que podría ser algo así como el cinco por ciento de lo que circula anualmente, con lo que hagan números. Así que nos llama la atención y nos da para discutir el que una mujer esconda medio kilo de coca en los dodotis de su bebé, pero no nos escandaliza que estemos viviendo en el estado de mayor consumo de cocaína del mundo. Un hecho que debería haber provocado una reacción urgente y contundente, una política específica, un consenso entre partidos y una cerrada respuesta a la invasión del tráfico de droga, pero que pasa sin pena ni gloria, mientras el Gobierno, furibundo, arremete contra el tabaco y el alcohol. Es decir, que a los gobernantes no les debe parecer excesivamente importante que la cocaína sea la nueva adicción del personal, ni les deben asustar sus peligros, cada vez más evidentes.
La política, en este caso, como en el de los plátanos drogados, es la misma de la carta de Edgar Allan Poe: que quede bien a la vista. Todo el mundo sabe que España es el gran consumidor de cocaína. Algunos saben que ésta mata mucho más de prisa que el tabaco y el alcohol juntos. Saben que las urgencias hospitalarias registran entradas de individuos hartos de perico con la sangre haciendo espuma en el cayado de la aorta, que la adicción es cada vez mayor y el consumo más alto, pero las medidas que se aplican son las del libre mercado: dejar hacer, dejar pasar. Por otro lado, si hay demasiados varones que mueren a manos de sus ex parejas, no se difunde el dato. Se emascula el Anuario Estadístico de Interior. Y se deja así, con sus molestas carencias.
Que quede bien a la vista lo que interesa ocultar: es tan evidente que nadie lo ve. Excepto el detective de Poe, Augusto Dupin, especialista en cartas robadas.
Bueno, pues, dados los intereses de la sinergia del voto, lo primero es declarar rotundamente desde la ciencia que esconder droga en cajas de plátano macho no es violencia de género, aunque pueda parecerlo.
En segundo lugar, hay que decir que hemos empezado el año con la muerte de una mujer a manos de un hombre, y la de un hombre a manos de una mujer, aunque no está claro en este segundo caso que hubieran sido pareja. Además, hay un crimen misterioso en Pinto, con una chica degollada que podría tratarse de un asesinato sin adjetivo. Ya veremos.
En tercer lugar, conviene recordar aquí el relato corto de Edgar Allan Poe "La carta robada", en la que el ladrón, para ocultar lo robado, lo pone bien a la vista, donde nadie se lo espera. Explica Poe que es como en ese juego de acertijos en un mapa con muchas localidades y lugares pequeños: mientras los novatos procuran embrollar a sus adversarios eligiendo nombres escritos en letras diminutas, los jugadores experimentados procuran elegir alguno impreso en gruesos caracteres gruesos, tan a la vista, que quedan ocultos y pasan inadvertidos. Son cosas que escapan a la observación por el hecho mismo de que son excesivamente evidentes: los tenemos ahí, ante nuestras narices.
Así, nos preguntamos por qué motivo un cártel de traficantes de droga, más grande que una multinacional, puede trabucarse y perder cien kilos de polvo de ángel prensado en la parte de debajo de una caja de plátanos macho, de una forma grosera, descuidada y vulgar. Y no descartamos el error, aunque habría que pensar más en la fina estrategia: mientras los lectores de periódicos se asombran del gatillazo, otros centenares de kilos de mercancía cruzan el espacio aéreo sin que nadie eche cuentas. Cien kilos de coca hacen rico a cualquiera, pero no a los narcos que mueven muchos cientos de kilos, a la vista de todos y, precisamente por esto, inadvertidos.
Mientras los periodistas marean la perdiz con el divertido entretenimiento de recontar a la población hechizada cómo los narcos aguzan el ingenio y pasan coca disimulada en dobles fondos, vajillas de estilo, canastillas de bebé, figuritas de artesanía, escayolas falsas y trajes de torero, maravillándolos con su flexibilidad, variedad e ingenio, se desliza sin mayor comentario que la Policía Nacional interceptó el año pasado, hasta noviembre, 14.773 kilos de cocaína. ¿Y qué significa esto?, se preguntarán. Pues que podría ser algo así como el cinco por ciento de lo que circula anualmente, con lo que hagan números. Así que nos llama la atención y nos da para discutir el que una mujer esconda medio kilo de coca en los dodotis de su bebé, pero no nos escandaliza que estemos viviendo en el estado de mayor consumo de cocaína del mundo. Un hecho que debería haber provocado una reacción urgente y contundente, una política específica, un consenso entre partidos y una cerrada respuesta a la invasión del tráfico de droga, pero que pasa sin pena ni gloria, mientras el Gobierno, furibundo, arremete contra el tabaco y el alcohol. Es decir, que a los gobernantes no les debe parecer excesivamente importante que la cocaína sea la nueva adicción del personal, ni les deben asustar sus peligros, cada vez más evidentes.
La política, en este caso, como en el de los plátanos drogados, es la misma de la carta de Edgar Allan Poe: que quede bien a la vista. Todo el mundo sabe que España es el gran consumidor de cocaína. Algunos saben que ésta mata mucho más de prisa que el tabaco y el alcohol juntos. Saben que las urgencias hospitalarias registran entradas de individuos hartos de perico con la sangre haciendo espuma en el cayado de la aorta, que la adicción es cada vez mayor y el consumo más alto, pero las medidas que se aplican son las del libre mercado: dejar hacer, dejar pasar. Por otro lado, si hay demasiados varones que mueren a manos de sus ex parejas, no se difunde el dato. Se emascula el Anuario Estadístico de Interior. Y se deja así, con sus molestas carencias.
Que quede bien a la vista lo que interesa ocultar: es tan evidente que nadie lo ve. Excepto el detective de Poe, Augusto Dupin, especialista en cartas robadas.