La dictadura castrista ha ido cincelando durante cincuenta años una monumental mentira sobre la revolución cubana y sus ficticios logros educativos, sanitarios, deportivos, artísticos. Mitos omnipresentes en cada rincón del país: el yate Granma, Sierra Maestra, Playa Girón, Eliancito, los Cinco Héroes y, sobre todo, el Che Guevara, convertido en rentable fetiche por sus compañeros de armas. Orejeras de mulo para que nadie vea más de lo que tiene que ver. Todo queda bajo control: los medios de comunicación, la conexión a internet, las telecomunicaciones, las aduanas, las editoriales, el correo.
La represión está a la orden del día, así como el miedo al poder omnímodo de la nomenklatura castrista; y la delación: se obliga a la gente, desde que son niños, a delatar y repudiar a los "traidores de la patria". Palos, cárcel, paredón para quien no se someta al yugo del régimen, para los heroicos disidentes que sobreviven a la presión de la tiranía luchando por que la libertad y la democracia se instalen por fin y para siempre en Cuba.
Precisamente ellos fueron el motivo de mi viaje a Cuba, y son ahora mi mejor ejemplo de dignidad y coraje frente a los enemigos de la libertad. Con no pocas dificultades conseguí reunirme clandestinamente con Oswaldo Payá, líder del Movimiento Cristiano Liberación, con Elizardo Sánchez, dirigente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, y con Vladimiro Roca, presidente del Partido Socialdemócrata Cubano. Los tres viven confinados en sus propias casas, vigilados día y noche por las patrullas del Ministerio del Interior. Los tres han pasado en algún momento de su vida por los temibles presidios cubanos, tristemente célebres por estar infestados de insectos y sádicos carceleros.
Los encontronazos de Oswaldo con la dictadura castrista vienen de lejos. Empezó a ser repudiado a los 10 años, a causa de sus convicciones religiosas. A los 17 fue condenado a trabajos forzados: hubo de cortar caña de azúcar en Camagüey por no comulgar en la escuela con la rueda de molino comunista. A los 20 se le mandó a picar piedra en la Isla de Pinos, tras ser acusado de ejercer "liderazgo" entre estudiantes, mientras estudiaba Física, carrera a la que luego añadiría una ingeniería en Telecomunicaciones.
Cada cierto tiempo, a Oswaldo le apedrean la casa o sufre actos de repudio. La juerga corre por cuenta del Partido Comunista y sus hampones. Su supervisor laboral (y buena parte del vecindario) lo designan los servicios de espionaje. Sus hijos han de sufrir en la escuela el adoctrinamiento normal y el que tiene por objetivo a su propio padre. En definitiva: Oswaldo vive en un estado de sitio tan sólo soportable por su amor a la libertad y a Cuba.
Le llevé ropa y comida de parte de uno de sus hermanos, y unos libros prohibidos en la Isla, que tuve que llevar escondidos en el doble fondo de la maleta para que no me los quitaran en la aduana. Es insólito comprobar el poder de los libros en ausencia de libertad. Recuerdo su alegría al ver el Alegato por la democracia de Natan Sharansky, lo que me hizo pensar en las similitudes entre los padecimientos de ambos luchadores por la libertad.
Estuvimos hablando durante horas del pasado, del presente y, sobre todo, del futuro de Cuba. Un futuro sin fusilados, sin presos, sin repudiados. En definitiva, un futuro en libertad. Desde que Castro está enfermo, la represión se ha agravado, y la incertidumbre se ha apoderado aun más de los 11 millones de cubanos que viven en la Isla, muy en especial de los opositores.
Yo mismo sufrí la presión de los servicios de seguridad castristas. Fui interrogado, registrado y seguido por tener la ocurrencia de entrar en casas de disidentes, y me imagino que por ser representante del Partido Popular, una bestia negra para Fidel y sus acólitos.
La atmósfera en La Habana, sobre todo lejos del circuito turístico, se hace irrespirable. Tras el velo decrépito que envuelve todo se puede vislumbrar el esplendor de un pasado no tan lejano, demolido minuciosamente por el socialismo en acción de Fidel y sus muchachos. Ni rastro del sempiterno optimismo cubano que publicitan las empresas turísticas. Del ideal revolucionario que pregona la doctrina dictatorial. Sólo se ve tristeza y resignación. Miseria y desconfianza.
Tuve la sensación de estar en la Varsovia ultrajada por los nazis: las casas derruidas, la ubicua propaganda oficial; los vecinos que señalan con aversión a hombres valientes y buenos, sitiados en sus propias casas y tratados como apestados por el mero hecho de pensar distinto de lo que manda el tirano.
Después de conocer a los disidentes cubanos valoras como se debe la exhortación de Don Quijote a Sancho: por la libertad se puede y aun se debe aventurar la vida. Te das cuenta de la grandeza de las sociedades abiertas, y de la sinrazón del comunismo y de cualquier otro totalitarismo fanático, valga la redundancia.
Pese a quien pese, Castro se muere; y con él debe morir el castrismo. Ahora más que nunca, la verdad absoluta encarnada en un sátrapa agonizante debe dar paso a la Libertad. La necesita más Cuba que el tirano médicos madrileños, lo que ya es decir...