El género de los superhéroes es uno de los más relevantes dentro del actual cine de masas. Aunque hubo series de televisión en los años 60 y 70, fue con el Superman de Richard Donner (1978) cuando el trasvase de los tipos con poderes sobrehumanos desde los cómics hasta la gran pantalla se hizo efectivo. El siguiente eslabón importante fue el Batman de Tim Burton, ya en 1989, y con una secuela en 1992 que sentó las fuentes estéticas de las que iban a beber posteriormente Sam Raimi (Darkman, 1990), Bryan Singer (X-Men, 2000) o Ang Lee (The Hulk, 2003).
Un caso aparte, sin duda la película más completa y compleja que se ha hecho sobre esta temática, es El protegido (2000), de Night Shyamalan. En los próximos meses tendremos a Los Cuatro Fantásticos, además de la variante sui generis del superhéroe que han realizado Robert Rodríguez y Frank Miller: Sin City.
En las dos primeras entregas de Batman el director, Tim Burton, se centraba en los enemigos del Señor de la Noche. Recordamos mejor al Joker, al Pingüino, incluso a Catwoman, que al hierático protagonista interpretado por Michael Keaton. No es de extrañar que un tipo con la atracción de Burton por la rareza psicológica prestara más atención al perfil de los villanos. La diferencia entre Batman y el Pingüino, por ejemplo, consiste en que el segundo ha terminado por asumir su psicosis, mientras que el conflicto entre Bruce Wayne y su alter ego Batman se mantiene en un equilibrio inestable.
El gran mérito de la nueva entrega: Batman begins, firmada por Chrisopher Nolan (responsable de dos películas con ínfulas de autor, como Memento e Insomnia), es que éste se da cuenta de que el Hombre-Murciélago es el personaje de cómic que mejor integra en su torturada personalidad las tareas del santo y el malvado. Como una modernización del conflicto entre el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, Nolan acentúa la pulsión negativa de Bruce Wayne, que se debate entre sus ansias de venganza y su deseo de armonizar la paz y la justicia. Muy semejante a la elaboración que hace George Lucas con Darth Vader, sólo que ahora los resultados son mejores.
Nolan nos lleva al origen del drama de Bruce Wayne. Nacido en una de las familias más ricas de Gotham City, su vida transcurre feliz, atendido por una guapa madre y un padre perfecto. Quizás demasiado perfecto. Es un millonario empresario que sin embargo trabaja como médico, y dedica su gran fortuna a luchar contra la pobreza y la desigualdad al tiempo que, acompañado por su mujer y su hijo, va a la ópera en metro.
En poco tiempo ocurren dos sucesos que marcan al niño: cae en un pozo infestado de murciélagos que lo aterrorizan (del que lo rescata su progenitor, cómo no), y sus padres son asesinados en un sucio callejón a la salida de la ópera (por cierto, ¿por qué diablos salen del teatro por una especie de puerta de servicio?). A partir de este momento Bruce se sentirá completamente perdido. En cierto modo se considera culpable de lo ocurrido, ya que fue su miedo lo que ocasionó la salida a destiempo del espectáculo y posteriormente no hizo nada para que sus padres no fueran asesinados.
Por todo ello huye, años más tarde, de Gotham. Lo encontramos preso en una cárcel en Asia, convertido en un joven atlético, combativo... y torturado por pesadillas de alas revoloteantes. Allí lo encontrará quien se convertirá en una especie de padre adoptivo: Ra's al Gul, que le enseñará la técnica de la lucha ninja en una especie de templo situado en unas montañas heladas en las que crece una rara, hermosa y mortal flor azul. Además, intentará captarlo para su misión: salvar al mundo del Mal.
Lo que sucede es que el idealista Ra's al Gul sostiene que al hierro se le combate con hierro y al fuego con más fuego. El maquiavélico plan de Ra's encuentra cierto eco en las ansias de venganza de Wayne. El símbolo del joven Mesías ante las tentaciones del poder vuelve a repetirse. Pero el próximo objetivo por destruir es precisamente la ciudad natal de Bruce: Gotham City, carcomida por el crimen organizado, corrompida moralmente hasta el tuétano. Una versión contemporánea de Sodoma y Gomorra o de la decadencia final del Imperio Romano. El conflicto entre dos diferentes modos de luchar contra el Mal, por cualquier medio o sometiéndose a las reglas instituidas, será el meollo político del film.
Esta primera parte de la película está bien diseñada, es dinámica y, aunque ciertamente tópica, Nolan la sabe articular de una manera novedosa, con una estructura que no es lineal sino construida a través de flash-backs, técnica en la que es un consumado experto, como mostró radicalmente en Memento. Y empieza a destacar Christian Bale como un Bruce Wayne elegante, con gran presencia física y una apostura moral que va a ser trascendente en el desarrollo de la historia.
De vuelta a Gotham, Bruce Wayne, con el entrenamiento en artes marciales recibido y la ayuda de un ingeniero de su imperio empresarial que le provee de todo tipo de gadgets tecnológicos, hará nacer a Batman. La dualidad entre Wayne/Batman pivota sobre el impulso vengativo de Wayne y el escrupuloso sentido del deber que tiene Batman (¿o es al revés?). En estas circunstancias será un mujer, Rachel Dawes, su amiga de la infancia –ahora fiscal, el azote continuo para el mafioso Carmine Falcone y el psicopatólogo loco Jonathan Crane (jefe del manicomio de Gotham, el Arkhan Asylum, una metáfora del caos de la ciudad)–, la que intente hacerle llegar a un centro de gravedad (que no será permanente): "La justicia no se puede reducir a un sentimiento de satisfacción, sino que es la búsqueda de la armonía".
Nolan maneja con acierto los pasajes más espectaculares, con la indagación psicológica de los personajes, para construir una película animada, entretenida, con una ambición moral y política que va más allá de la típica fanfarria para adolescentes sedientos de explosiones y tiros. Las secuencias de lucha están rodadas con una gran proximidad, lo que dificulta el seguimiento específico de la pelea, porque Nolan prefiere impactar de una manera impresionista. Se llega a sentir, más que a ver, la confusión interna de cada batalla. Lo que tiene su razón de ser en que resulta cansino reproducir por enésima vez las típicas cabriolas karatekas, en las que no se ha realizado ninguna innovación significativa desde Matrix o Tigre y Dragón.
Tampoco es que haya que buscar en Batman begins un tratado de filosofía política. No es Ricardo III o El Rey Lear. Pero merece la pena ver este espectáculo con aleteos de buen cine y un añadido psicopatológico y moral que es lo más atractivo de este superhéroe sin superpoderes. Precisamente por eso es uno de los más interesantes de toda la constelación de tipos enfundados en pijamas y cubiertos por máscaras.
Hacia el final de la película (y aquí debe dejar de leer si no quiere saber parte del desenlace) hay un par de chispazos de buena construcción de guión, en los que se muestra el carácter potencialmente siniestro de Batman. En primer lugar, cuando le perdona la vida a Ra's al Gul para a continuación dejarlo morir (Superman no lo habría hecho). Por último, Rachel Dowes, a la que le une una indudable química (lástima que Katie Holmes, la última novia de Tom Cruise, no esté a la altura), le echa en cara que el Bruce Wayne que ella conocía haya desaparecido, y espera que algún día vuelva a aparecer. Creo que los seguidores acérrimos de Batman esperan que no.