Joan, de 51 años, era un hombre tranquilo, pacífico, de carácter retraído y austero. Se encontraba solo en su casa, un bonito chalet de dos plantas junto a un campo de golf. Su esposa, con la hija pequeña, había marchado a Colombia, de donde es natural, para visitar a la familia. Él prefirió quedarse para ordenar unos papeles y disfrutar de la soledad. Además, según el entorno, no se sentía seguro viajando a según qué países. Pero en San Cugat no temía nada, por lo que su casa destaca en la urbanización por no tener la exageradas medidas de otras, que, entre cámaras de vigilancia y cerrojos, aparecen prácticamente blindadas.
Al parecer, la hija mayor le encontró en medio de un charco de sangre. El interior del chalet estaba desordenado, y aparentemente habían entrado por una ventana que daba al jardín. Para la familia, no puede haber otra hipótesis que la del robo. A algunos incluso les irrita que la policía investigue otras posibilidades. En efecto, podría tratarse de un robo con violencia y resultado de muerte.
Desde hace muchos meses menudean en Cataluña los atracos en viviendas con gente dentro. Los protagonizan dos clases de bandas: unas forman en la compañía de los silenciosos, que penetran en los domicilios mientras la gente duerme, roban y huyen sin hacer daño físico a nadie; y las otras encuadran a los violentos, que primero golpean, actúan con extrema violencia y luego roban, porque piensan que, cuanto más acobardadas estén las víctimas, mejor provecho han de sacar. Una de estas bandas ha podido dar muerte al empresario; y esto, políticamente, no interesa.
La casa de Joan estaba menos protegida que otras, y él estaba solo. Se trataba sin duda de la mansión de un empresario que, aunque llevaba una vida austera, no podía ocultar su posición desahogada. Incluso se piensa que los delincuentes pudieron entrar el día 30 creyendo que no habría nadie y, al encontrarse con Joan (en pijama), le atacaron, dándole muerte.
Hay una larga serie de hechos desgraciados que complicaron el descubrimiento de lo sucedido. Parece que Joan había apalabrado con dos grupos diferentes pasar la Nochevieja, sin decirse por ninguno. Amigos y familiares. Unos y otros pensaron que apostó por la otra opción, mientras su cuerpo yacía sin vida al pie de la escalera.
Aunque es posible que se trate de un crimen perpetrado por unos ladrones sin respeto por la integridad ni por la vida de la gente, los investigadores policiales creen ver en la escena algo muy preparado: los vidrios rotos de la ventana, como para despistar; los cajones revueltos, como para hacer pensar que se llevaron algo... Estudian otras posibilidades: un móvil de venganza, tal vez un crimen por encargo. Están en su derecho de sospechar cualquier cosa.
Por su parte, la familia espera que presenten sus informes para saber qué es lo que les permite valorar que hay suficientes "indicios y contradicciones" como para imaginar que se trata de algo distinto de un robo.
Sólo unos días antes, el 18 de diciembre, en Yuncos, un pueblo de Toledo, fue hallado el cadáver del también empresario Javier Parla, de 36 años, que tenía una empresa de alquiler de furgonetas. Su cuerpo, quemado, estaba entre unas zarzas, junto a un arroyo, con la ropa puesta pero sin documentación.
Según un examen posterior, le habían disparado dos veces por la espalda con una escopeta. La investigación descubrió que, aunque Javier residía en Pinto, había ido a cobrar una deuda, que le habían pagado, por lo que es posible que llevara encima una cantidad importante de dinero. El hecho es que se trata de un empresario, como el de San Cugat, tratado con violencia y muerto.
Los empresarios, por su propia actividad y naturaleza, han pasado a ser objetivo de bandas de delincuentes. En Cataluña favorece poco que Joan fuera víctima de una de esas bandas de rapiña, porque aumentaría la preocupación de los muchos propietarios de casas unifamiliares. Tal vez por eso se insiste en destacar que se trata de un hecho aislado, diferente de otros con allanamiento de morada y violencia.
Sin embargo, y tal vez por precipitación, los estamentos oficiales evitan dar detalles sobre la muerte de Alsina (copropietario de una importante empresa de encofrados con proyección internacional) y se refugian en la supuesta orden de secreto dictada por el juez que instruye la causa. Que este argumento era, esta vez, sólo político quedó en evidencia cuando los informadores llamaron al juzgado y supieron que no se había dictado secreto sumarial alguno, porque las partes no lo habían pedido. Aunque concedamos que pudo tratarse de un error, el caso es que se detectan muy pocas ganas de informar sobre la tragedia. Y el caso es que debe saberse toda la verdad.
Los sindicatos policiales denuncian falta de medios en Cataluña, como en otras regiones españolas. Se habla de un esfuerzo de cooperación entre guardias civiles, policías nacionales y mossos para hacer frente a las dimensiones de lo que sucede. El crimen cambia... y se reacciona tarde y mal.
Los empresarios, tanto los modestos, como Javier, como los potentados, como Joan, deben tomar conciencia de que su actividad y su nivel de vida atraen las miradas de los buitres. Sus casas, por muy apartadas que estén, y sus desplazamientos pueden ser sometidos a vigilancia y ser objeto de asaltos. En esas condiciones, la inversión en seguridad se hace imprescindible. No basta con creer, como al parecer creía Alsina, que se vive en un lugar seguro, porque ya no es el caso.