Para favorecer la sentencia de conformidad, el joven de 34 años pidió perdón y prometió solicitar ayuda para hacerse mejor persona. Es decir, el lobo se puso la piel de cordero. Se mostró arrepentido. ¿Es posible que estemos ante un milagroso caso de reinserción de un violador en serie? ¿Vamos a enseñar al mundo lo bien que se hace en este país confuso y agraviado? Graves dudas nos asaltan. La mayor de todas es el hecho de que se presentara ante el tribunal encapuchado, cubierto por una caperuza roja –¿otro guiño del lobo?– y densas gafas negras. Apenas se podían distinguir sus rasgos. Es decir, que no afrontó los hechos a cara descubierta. En lenguaje corporal indica, en todos los idiomas, doblez y segunda intención. Tal vez se reserva para el futuro.
Utilizó un lenguaje meloso y dulce, siempre cubierto. Cosa que es posible porque el juez que lo juzga se lo ha permitido. Presentarse ante el tribunal como lo ha hecho el Violador de Pozuelo, y, antes, el primer agresor sexual del ranking en Madrid, el Violador de Pirámides, resulta no sólo inadecuado, sino impropio, y hasta supone una burla a las víctimas.
El caso es que eso de ir tapado y aparentar lo que no se es, por ejemplo un arrepentido, es lo que mejor encaja con el modus operandi de Juvenilson, que sorprendía a sus víctimas, mujeres de entre 16 y 34 años, las amenazaba con arma blanca y, tras agredirlas sexualmente, hacía que se desnudaran por completo y permanecieran así, llenas de miedo e incertidumbre, mientras escapaba. Muchas de ellas presentan graves secuelas psíquicas, por ejemplo, estrés postraumático. Un trastorno mental que se produce, por ejemplo, entre soldados que vuelven de la guerra. Y no es de extrañar.
Este violador de capucha roja practica una variante delictiva que incluye el secuestro en toda regla. Se parece en todo a su predecesor, quien estuvo actuando en completa impunidad durante ocho años. Son dos delincuentes blancos, sin antecedentes. El segundo logró escapar de la Justicia durante sólo tres años. Algo hemos ganado. Lo capturaron dos agentes tras tenderle una trampa en la Ciudad de la Imagen.
Ahora que tratan de convencernos de que promete ser bueno se dice que ha ayudado a la policía, pero no es verdad. En un principio negó que tuviera nada que ver, como todo tipo capaz de fingir, en lo que es un maestro. Como el de Pirámides, el de Pozuelo vivía aparentemente como un tipo normal, con un trabajo rutinario, lacador en una empresa, que le permitía salir a violar a horas fijas; en concreto, sus preferidas eran entre las dos y la cuatro de la tarde, o después de la ocho de la noche. No le costaba ningún esfuerzo dedicarse a ello también los fines de semana. Nadie sospechaba de él: tenía pinta de buen muchacho.
Entendemos la violación como un acto conducente a la satisfacción de la libido perversa, sin respetar la libertad sexual y atendiendo al propio impulso, despreciando los daños que supone para la víctima. Pero es que, además, en los casos que comentamos se añade el agravante del "la detención ilegal", durante la cual la víctima teme por su integridad y por su vida. Es otro crimen añadido. Frente a ello, la sociedad supuestamente civilizada y tolerante de la España del siglo XXI permite a los encausados representar el papel de que no saben lo que hacen, pese a planearlo con gran cuidado, y la promesa evanescente de que no lo harán más, mientras piden suplicantes ayuda para curarse.
Ojalá fuera posible que alguno de los violadores compulsivos, autores de numerosas agresiones, pudiera reinsertarse algún día. De momento, las asociaciones de mujeres, como la de Asistencia a Violadas, no creen posible la reinserción en estos casos. Por lo tanto, convendría tener en cuenta su opinión, porque saben de lo que hablan.
Todavía hay en su contra más datos de la realidad. El primero es que el juzgado por conformidad, es decir, el reo que ha admitido su castigo, y ahorrado así trámites y dinero, es, en este caso, un verdadero "violador en serie", figura delictiva que, lejos de mejorar, con mucha frecuencia acaba transformándose en "asesino en serie". En especial cuando cae en la cuenta de que va a la cárcel al ser acusado por las víctimas. Entonces se propone no dejar testigos, mientras le crece el morbo de hacer daño a personas que para él son simple objeto de placer. Con esto pasan a ser un juguete roto que se abandona al romperlo.
En segundo lugar, Juvenilson lleva tres años entre rejas, y nadie puede ser tan angélico como para no pensar que allí se ha dado cuenta, convenientemente asesorado, de que se trata de salir cuanto antes, en especial porque el objeto de su obsesión no lo va a encontrar en la celda. Así que es probable que no se haya reblandecido sino, simplemente, adaptado. Es un tipo cruel, salvaje, que lo mismo ataca niñas que mujeres enfermas, que, como todo agresor del tipo serial, deja un tiempo entre una y otra actuación, mientras mejora la técnica. Cuando fue capturado no mostró signo de arrepentimiento ni indicio de cesar en sus actividades.
¿Podemos seguir creyendo en la posibilidad de una milagrosa reinserción? Su grotesco disfraz ante el juez y su ominoso pasado nos indican que se trata de un individuo ladino, fabulador y extremadamente peligroso. Si añadimos los antecedentes del fundador de la saga, se presenta la necesidad de estudiarlos, para evitar en el futuro un "tercera serie" que podría actuar, en lógico cuarto menguante, al menos durante dos años de impunidad.