Nos cuentan que hay investigaciones imposibles debido a la falta de traductores árabes, nos hablan de miles de cintas de escuchas sin verter al español, nos cuentan y no paran, de cómo gritaban los presuntos suicidas de Leganés cuando el 11-M sin que nadie entendiera sus gritos. Los investigadores se ven impotentes mientras que el terrorista musulmán se mueve en España como un Rey moro.
A día de hoy desconocemos por qué un grupo de misteriosos desconocidos sacó de su tumba al geo muerto en el asalto y quemó su cadáver, tras tomarse la molestia de poner la placa en el nicho para intentar que no se supiera de dónde había salido el ataúd. De modo que aquí pasan cosas en árabe de radicales islámicos y ni siquiera nos enteramos. Los yihadistas saben bien que camarón que se duerme se lo lleva la corriente.
Desde el 11-M venimos escuchando que de entre aquellos que señala la fuerza pública como imputados aparecen quienes se declaran bebedores de alcohol, visitadores de putiferios y comedores de jalufo: es decir, malos musulmanes que no podrían pertenecer a la tribu de los calzoncillos inmaculados para entrar en el paraíso en caso de inmolación. Y sin embargo nos consta que España es territorio de misiones para la yihad islámica vinculada a Al Qaeda. Aquí vienen a por militantes radicales y se los llevan para ser entrenados en el desierto. Mientras tanto, una legión de extremistas de la sharia, ley islámica, dizque salafistas, se expande por Tarragona. Desde marzo, los policías catalanes persiguen a un grupo de atrevidos que se han constituido supuestamente en un tribunal islámico capaz de aplicar la pena de muerte a una mujer embarazada de unos treinta años, quizá por presunto adulterio.
Un grupo de unos veinte salafistas con turbante montaron un tribunal popular y secuestraron a su víctima para someterla a juicio. La pena que fue dictada, según la hipótesis de la investigación, es la muerte por lapidación. La mujer, supuestamente especie protegida en la España de las libertades, resulta que es fácil presa para un grupo de ultras con turbante. Un grupo que ya habría dado muestras de su existencia atacando a otra joven semanas antes de haber declinado vestir el velo islámico, ese que dicen los liberales musulmanes que es optativo y que se viste por elección. En España si eres musulmana estás a tiro de piedra de los salfistas, los talibanes y los musulmanes radicales de todas las tendencias. Porque están aquí, han creado una red de lugares de reunión, reclutan extremistas y se pasan la ley por los bajos del turbante.
La señora islámica que salió huyendo del tribunal popular –porque una cosa afortunadamente es su desvergüenza y otra su eficacia– logró escapar al castigo gracias a diferencias entre los miembros de la célula, en diferentes estados de integración: los verdaderamente integrados, los disfrazados de hinchas del Barça y los que se hacen pasar por apóstatas con una cañas y una tapas de jamón del bueno.
La política policial española no dedica los suficientes recursos a desmontar la red islámica radical que se extiende por todo el país, con especial incidencia en Tarragona y ahora también en Lérida y Gerona. Ni siquiera disponen de agentes entrenados que hablen árabe en suficiente número. El problema se agranda mientras la política permanece cegata y paleta. El 11-M nos sorprendió con el carrito del helado: los agentes del CNI aprendiendo ruso, los de la brigada antiterrorista en un embrollo, chino y los policías de a pie, desanimados por sus bajos sueldos y la cortedad del presupuesto para luchar contra el crimen.
El ultra salafista no parece tener un especial temor a la ley del Estado laico español. Más bien la sustituye sin empacho y si no llega a fallarle la infraestructura, a estas horas habría una embarazada muerta a cantazos en algún territorio de Valls, Tarragona, sin protestas de feministas concienciadas ni asociaciones contra el maltrato. Los presuntos musulmanes yihadistas denunciados lo están también por malos tratos, además de presunción de detención ilegal, tentativa de homicidio y asociación ilícita.
En España, tradicionalmente, judía, mora y cristiana, el partidario extremista de la sharia se mueve libremente. Incluso con Franco iba de un lado a otro reivindicando Al Andalus, aunque como puede verse ahora se han subido hasta Cataluña, para ellos más mora que cristiana. El terrorista en la España de las autonomías es un ser críptico, que habla un lenguaje indescriptible que antes nos fue familiar, que no ha variado sustancialmente sus objetivos, pero que sí ha visto como cada día están más a su alcance. En este territorio que no es suyo, se atreven a desafiar la ley, el Estado y las costumbres de los ciudadanos. Como un Rey moro rodeado de servidores adoptan sus costumbres y tradiciones, atreviéndose a dictar la ley, y si se pone a tiro, imponer la dominación por la fuerza. Cuando el ministerio de Rub-Al-Caba abra los ojos, será otra vez tarde. Y se oirán lamentos en árabe y blasfemias en español.