No le falta razón a S. S. el Dalai Lama cuando señala que el ego es el mayor enemigo del hombre. En aras del espíritu ecuménico, habrá que decirle al sabio tibetano que los cristianos estamos de acuerdo: ahí están la soberbia y una de sus peores faltas menores, la vanagloria.
Menos mal que esta vez no fui a escuchar al Dalai, porque si llego a presenciar el numerito de Carod Rovira utilizando el dolor ajeno en aras de su proyecto nacional a lo peor se me acaba la paciencia y cometo alguna falta. Hace tres años, la revista de cultura creativa Metaphor[e], magnífica aventura estética liderada por Carlos Mundy y Yolanda Alba, lamentaba en su sección de Filosofía que ningún político se hubiera acercado a saludar al líder budista durante su visita a Madrid. Sí lo hicieron el nuncio de S. S. El Papa y la reina Margarita de Bulgaria –en representación del entonces primer ministro de Bulgaria, Simeón II para los monárquicos–. Gracias a la cortesía de Sandra y Fernando (full names and address withheld, como dicen los ingleses), puede asistir a su conferencia, titulada "Responsabilidad universal", cuya moderación y sentido común me marcaron para siempre, aunque a veces no lo parezca. De todos los mandatos budistas, los que más me cuesta seguir son el de no bailar, el de no usar perfume y el de no criticar (el orden de los factores no altera el producto: impiedad intolerable).
Pero en la vida nada es repetible. Ni la sección arcoiris de Metaphor[e],coordinada por la inimitable Alba ("transtextualizada", que diría Lucy Echevarría, en las páginas de El País)e ilustrada y redactada por Luis Martínez de Merlo y el atractivo Luis Cremades, ni aquella charla del Dalai. Para los nostálgicos de la revista, esta jocosa anécdota a propósito del macho mexicano, sin duda el más cómico de todos, a cargo de Andrux Mejías:
En último lugar está el más macho de todos los machos. El del gran sombrero, bigote y pistola al cinto. Por la Virgen de Guadalupe y por mi santa madrecita y las demás p…tas, excepto mi hermana, se entiende (…) Dos de ellos juegan una partida de póker con la condición de que el perdedor le hace de mujer al otro. En pleno reclamo de la apuesta, el ganador, al oír que el otro emite un constante Jm, Jm, Jm, le dice:– ¿Qué pasa, compadre, es que le duele?– Pues claro que me duele, mi cuate.– Y adentonces, ¿por qué no se queja?– Pues de lo mero macho que soy, compadre –le responde el otro.
Y para Pablito Molina y demás carpetovetónicos y miembros del sindicado del andamio, ahí va una portada protagonizada por el objeto de sus fantasías más lúbricas, la preciosa Natalia Verbeke.
Me cuentan que Metaphor[e] fue una bonita casa de chocolate plural en la que por un tiempo cupieron todos. "Aires de libertad", que dirían Ana y Víctor, barridos por el vendaval totalitario del comando neoprogre y sus socios del socialismo nacional. Ya lo dicen los hindúes, "todo es cíclico". ¡Pues qué pena!
Ante este panorama, un ingrávido y sutil espíritu como el mío no puede sino caer presa de algún trastorno febril y psicosomático, una vulgar gripe veraniega que aproveché para hojear las revistas del corazón de las últimas semanas. Ante mis ojos, la acongojadora visión de varios entierros y funerales –un deportista, un escritor, una actriz y un sinvergüenza– y el uso que de ellos hacen algunas para chupar cámara. Es la única explicación que encuentro al desproporcionado tamaño de las gafas de sol de ciertos asistentes. Más allá de cierto perímetro, la protección que las lentes oscuras proporcionan al afligido se transforma en el más vulgar exhibicionismo, una sobreactuación innecesaria y vulgar. El duelo es indirectamente proporcional al tamaño de la montura.
En otro orden de cosas, los anuncios de moda auguran otro invierno de negro riguroso. Me hacen recordar uno de los comentarios más cursis que conozco: "El negro es el color más elegante". Algunas veces ocurre justo lo contrario, ese color sólo es apto para elegantes. Lo saben bien Kyril de Bulgaria, uno de los hombres más gomosos del mundo –sobre Rosario Nadal sobran comentarios; son tal para cual–, y el príncipe Felipe, que suele evitar el luto siempre que puede. Ambos coincidieron en el cuadragésimo cumpleaños del príncipe Guillermo de Holanda, la versión masculina de Pippi Langström. Su mujer, la otrora estilosa Máxima, parece haberse marcado como meta parecerse cada vez más a su suegra. Lo está consiguiendo. Letizia, que ha "vuelto al trabajo" después de una temporada de lo que sea, sigue necesitando un buen plato de fabada y que alguien le diga que la raya de ojos verde botella es una auténtica chachada. Por lo demás, excelente elección de complementos.
En la cena de despedida de Marivent, Sofía lució uno de sus acostumbrados estampados abstractos made in Oriente y unos joyones que ni la odalisca de Las mil y una noches. Por desgracia, su estilo es demasiado personal e inimitable. Cualquier otra mujer vestida de esa guisa sería tomada por una madame o algo peor; ella parece una heroína de alguna ópera de Haendel. A su lado, el minivestido negro de Leti y la rebequita ni fu ni fa de Cristina parecen sacados de alguna charity shop del sur de Londres.
Hace pocos días leí en algún sitio un brillante artículo que concluía con algo sobre la trascendencia de la transmisión de genes y memes. Se nota que el autor no ha leído a Maquiavelo, quien ya dijo –y demostró– que miles de años de historia desmienten eso de que la inteligencia de los padres la heredan los hijos. Me parece que por ahora lo único que se transmite indefectiblemente es la alopecia. Para lo demás (ingenio, clase, distinción), mejor cultivarse un poco. No hay almuerzos gratis, ni siquiera genéticos.
Enquire within: chuecadilly@yahoo.es