Desde que apareció en la comunidad gay de Los Ángeles, en 1981, el sida ha campado a sus anchas por todo el mundo. Ha matado a más de 25 millones de personas. El año pasado contrajeron el virus 4,1 millones de personas, y cerca de 2,8 millones de hombres, mujeres y niños perdieron la vida por su culpa. La cifra de personas que llevan el agente viral en su cuerpo asciende a la friolera de 38,6 millones, casi tanta gente como hay en España. El futuro de estos últimos es desesperanzador: la mayoría fallecerá sin remedio en la próxima década, si no intercede un milagro médico.
La que puede ser considerada la plaga del siglo XX es también una historia de esfuerzo científico y de solidaridad, poro también de injusticias, fraudes y mentiras. Al manifestarse los primeros casos entre homosexuales, hubo voces que no tardaron en proclamar que los infectados eran víctimas de un castigo divino, debido a su conducta promiscua y sus mentes enfermas. El desconocimiento de los mecanismos de transmisión del virus y las imágenes en los medios de comunicación de jóvenes homosexuales de San Francisco y Nueva York con terribles tumores, manchas en la piel y destrozados por la neumonía desató la fobia hacia los gays. Empezaron a ser contemplados como apestados, con los que había que evitar todo contacto. El "cancer gay": así fue llamado el nuevo azote por el Centro de Control de Enfermedades (CDC) estadounidense, aunque pronto lo rebautizaron como GRID (Gay Related Immune Deficiency).
Mientras en la calle se señalaba a los culpables de la expansión de la infección, que se cebaba exclusivamente en la comunidad homosexual, los laboratorios más punteros del mundo buscaban al verdadero responsable. Los científicos habían concentrado su esfuerzo en los retrovirus, virus de ARN que pueden permanecer durante años e incluso décadas "hibernando" en el organismo antes de manifestarse, para hallar claves que condujeran a cómo se originaba el sida. Dos de estos retrovirus recientemente aislados: el HTLV-1 y el HTLV-II, eran los únicos que se supiera capaces de infectar los linfocitos T, las células del sistema inmunológico que descienden peligrosamente en los pacientes con sida, que quedan así al albur de los microbios. Además, las pautas de transmisión de esta pareja vírica resultó ser similar a las observadas en los primeros enfermos: en efecto, el HTLV se transmitía por contacto sexual, de la madre infectada al bebé en gestación o por exposición a sangre contaminada.
Corría el año 1982 cuando los expertos del CDC anunciaron que el cáncer gay no sólo se contraía por las relaciones eróticas, sino por el contacto con hemoderivados y sangre infectada. Los heterosexuales aún contaban con que estaban libres del mal, que por primera vez empezó a ser nombrado como "sida".
En mayo de 1983 se publicó el primer informe científico que suministraba evidencias experimentales de una asociación entre un retrovirus y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Después de haber detectado anticuerpos contra el HTLV-1 en un paciente homosexual con lifoadenopatías, un equipo dirigido por el doctor Luc Montaigner, del Instituto Pasteur, aisló un virus previamente no reconocido. El agente en cuestión fue luego denominado Virus Asociado a Linfoadenopatías (LAV). Poco después se vio que este agente viral no era otro que el virus de la inmunodeficienca humana, el VIH. El prestigio de Montagner se vio seriamente amenazado un año más tarde, cuando el doctor Robert Gallo, de EEUU, alegó ante la prensa haber sido él el auténtico descubridor del VIH, y no el galo. Esto sucedía cuando en su país se contabilizaban ya 3.498 muertos.
El sida avanzaba casi al mismo ritmo que la confusión pública. La noticia de que el sida estaba causado por un virus no tranquilizó a la opinión pública, tampoco el hecho de que se señalara que los heteros también estaban en el punto de mira del VIH. En 1985 las muertes por sida en EEUU ascendían a 6.972, incluyendo la del actor Rock Hudson. Por primera vez se asociaba un rostro conocido a la enfermedad; hasta entonces los afectados eran gente anónima. El fallecimiento del protagonista de Gigante convulsionó la élite social, sobre todo al lobby gay, que empezó a donar importantes sumas de dinero para la investigación de la enfermedad.
La puesta a punto de la primera prueba del sida, el llamado "test de Elissa", disparó las alarmas. La prensa, en un tono sensacionalista, puso de relieve sus deficiencias, con sus falsos positivos, y advirtió del peligro de que se obligara a la población en general a pasar por él. Es un método de discriminación social, aventuraron los más visionarios, que luego se demostró que más bien eran miopes o ciegos. Pero su actitud hizo que muchos se negaran a hacerse la prueba, y que siguieran con sus prácticas sexuales sin saber si eran portadores del sida.
También hizo un daño terrible la doble polémica que se avecinaba. En 1987 la FDA aprobó el uso del AZT, o zidovudina, de los laboratorios Glaxo Wellcome para el tratamiento del VIH. La dosis recomendada era de una cápsula de 100 miligramos cada 4 horas, sin suspender ninguna dosis. Sus efectos secundarios, realmente importantes, levantaron una agria polémica, de la que salió un solo perdedor: el paciente que se negaba a medicarse. Por si esto fuera poco, un puñado de científicos empezó a difundir la hipótesis alternativa de que el sida no estaba provocado por el virus VIH. No lo decía cualquier mindundi, sino el profesor Dr. Peter Duesberg, virólogo de reputación mundial y descubridor del primer gen del cáncer.
Él y otros, como Kary Mullis, Premio Nobel de Química, sostienen que el VIH es un virus inofensivo, y que la causa del sida hay que buscarla en el consumo de drogas, principalmente poppers, en los efectos secundarios de los medicamentos utilizados para combatir el sida, caso del AZT, en un estilo de vida "promiscuo", en la malnutrición o en los contaminantes de las sociedades industriales. Sus proclamas encontraron un amplificador perfecto en la pseudociencia y en las medicinas alternativas, que animaban a los enfermos a abandonar las terapias antivirales. Aún hoy persisten en la inocencia del VIH, a pesar de la demoledora documentación científica que demuestra la conexión entre el VIH y el sida, a los tratamientos que han conseguido intervenir en el ciclo de vida del agente viral para mejorar la calidad de vida de los pacientes y convertir, como ya se ha mencionado, el sida en una enfermedad crónica.
Hoy, el gran problema del sida, aparte de la obtención de una vacuna y fármacos más selectivos y potentes, está en su control en el mundo subdesarrollado. Es la otra cara del sida. En África, concretamente en la región subsahariana, que incluye algunos de los países más pobres del planeta, el impacto del VIH es salvaje. A finales de 2005, en 10 países africanos había más de un infectado por cada 10 habitantes de entre 15 y 49 años. En cuatro países, todos ellos del cono sur del continente, uno de cada cinco adultos vive con el virus en el cuerpo. En Botsuana, por ejemplo, el 24,1% de los adultos es portador del sida; y en Sudáfrica el 18,8%. Con un total 5,5 millones de afectados, este país es el que registra el mayor número de casos en todo el mundo, después de la India, que le gana por dos millones.
Las previsiones que realizan los expertos no auguran ninguna mejora para esta parte del planeta, sino todo lo contrario. Lejos de frenarse, la incidencia del sida está creciendo en muchos países subsaharianos, donde en 2005 se contabilizaron 2,7 millones de nuevos casos. Esto significa, según los especialistas, que en esta región viven 24,5 millones de infectados por VIH.
La prostitución y las conductas sexuales promiscuas y sin medios protectores ponen en un mayor riesgo de infección a las mujeres. El sida está dejando a cientos de miles de niños huérfanos, sin futuro. Sin programas de prevención eficaces, sin asistencia médica adecuada y sin acceso a los fármacos antivirales, el futuro de esta zona del continente resulta desesperanzador. Basta asistir a los congresos científicos para comprobar que la situación en África es imposible de sostener: el virus ha hallado allí el paraíso. Menos de 1 de cada 5 africanos recibe el tratamiento antiviral. Off the record, los investigadores cuentan que el VIH está matando a un África ya agonizante por la hambruna, la miseria y los conflictos sociopolíticos.
El sida es el tapón de una situación asfixiante. "No hay futuro", me comentaba hace poco un prestigioso virólogo. "Si no actuamos ya, la situación amenaza tornarse irreversible. Estamos en un punto de no retorno". El sida mata a la gente, pero también la esperanza.
En Asia la situación es distinta, pero también preocupante. En este continente la epidemia apareció más tarde que en África, y muchos países asiáticos carecen de los sistemas para seguir la propagación del virus. La mitad de la población mundial vive en Asia, lo que significa que una pequeña variación al alza en el porcentaje de casos de sida significa un incremento brutal del número de infectados. Aproximadamente 8,3 millones de chinos tienen el sida, casi un millón desde el año pasado.
También está haciendo estragos el VIH en muchos países de Latinoamérica y el Caribe. La pobreza, la promiscuidad sexual, principalmente entre heterosexuales, y la emigración sirven de combustible para el avance del sida. El sexo sin protección es el principal problema de Haití; la inmigración a las plantaciones de caña de azúcar, el de la República Dominicana; y las drogas intravenosas, el de Puerto Rico.
Ha pasado pues un cuarto de siglo, y la situación en que se halla la enfermedad divide al mundo en dos mitades: la de los países ricos y la de los países pobres. En el mundo occidental, gracias a la aparición y disposición de nuevos fármacos, la infección ha pasado de ser mortal de necesidad a enfermedad crónica, esto es, que puede ser tratada. Hoy, los médicos de los países ricos disponen de una quincena de antirretrovirales que, combinados de maneras distintas, consiguen mantener a raya el VIH. Por otro lado, las campañas de concienciación han conseguido frenar el avance de la infección en la población occidental, aunque todavía queda mucho camino por recorrer, sobre todo en países como el nuestro.
El número de nuevos casos de sida diagnosticados en España el pasado año ascendió a 1.873, lo que supone un descenso del 11,5% respecto a 2004, cuando se produjeron 2.116 infecciones, según el Ministerio de Sanidad y Consumo. Casi la mitad de los afectados, el 46%, contrajo el sida por vía sexual (30,6% en relaciones heterosexuales y 15,4% en relaciones homosexuales), y la mayor parte del resto lo adquirió por el uso de drogas intravenosas, sobre todo al compartir jeringuillas.
A pesar de esta bajada, que ha sido discreta pero constante en los últimos tiempos, nuestro país presenta las cifras más altas de casos de sida en el grupo UE-15, no superadas tampoco por los países de la ampliación, según destaca el informe Mujeres y Hombres en España 2006, presentado en marzo por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en colaboración con el Instituto de la Mujer. Para nuestra vergüenza sanitaria, España representa el 27% del total de casos acumulados en la UE-15, con 71.636 personas infectadas. Tendremos que hacer algo.