En aquella cinta se nos hablaba del dueño de un restaurante en crisis que tiene una madre ingresada en una residencia con alzheimer (impagable Norma Aleandro), un padre arrepentido de sus intransigencias matrimoniales (Héctor Alterio) y un amigo de la infancia reaparecido de la nada que revelaba a un actor excepcional: Eduardo Blanco.
Campanella y Darín repiten ahora asociación en El secreto de sus ojos, a varios años de El hijo de la novia. Ambos han ganado en experiencia y sabiduría cinematográfica. Sobre todo Darín, que ha pasado en este tiempo por la experiencia de la dirección con la exquisita La señal, que pasó, sin embargo, sin pena ni gloria por los cines españoles. La señal es una película negra de los años cincuenta filmada en color, con dos detectives tradicionales (Darín y Diego Peretti, el protagonista de la estupenda comedia No sos vos, soy yo), cuya acción transcurre íntegramente en el Buenos Aires de los días de la enfermedad de Evita, cuando se levantaban altares en las esquinas para rogar por la salud de la mujer, y acaba exactamente con su muerte: en ese momento excepcional, estos dos investigadores siguen con su vida y su trabajo como si nada pasara. Como uno es peronista y el otro no, jamás hablan de tema, que sin embargo va apareciendo constantemente. Aprendió mucho Darín haciendo eso, y aquí se nota.
El secreto de sus ojos es una historia relacionada con la dictadura o, mejor dicho, con la predictadura de Isabel Perón y López Rega; una historia con desaparecido e intento de asesinato por la Triple A, en la que Soledad Villamil encarna a una jueza de familia intocable y Darín a un secretario de su juzgado, un funcionario de bajo nivel. Condenan a un hombre por la violación y el asesinato brutal de una mujer. Pasados unos días, cuando todos tienen la convicción de que está en la cárcel, Darín lo ve en la televisión, junto a la presidenta, como guardaespaldas. Y no cuento más porque contar películas es lo único que jamás debe hacer un crítico (tampoco debe contar libros, cosa harto frecuente).
Hay un necesario exilio, apenas expuesto, y al cabo de los años, tal vez una década, Darín vuelve. Los argentinos siempre –y en esto me incluyo– están volviendo a alguna parte. Y decide escribir una novela sobre aquel viejo asunto que le cambió la vida. La novela es, en esencia, una nueva investigación del caso. Hay un clásico cinematográfico que es la síntesis perfecta de cualquier regreso, y el regreso es invariablemente el momento en que el pasado cambia: Érase una vez en América, de Sergio Leone, que deja sus marcas, leves, en el film de Campanella. Tengo para mí que la escena de la muerte del personaje de Francella es un homenaje, no sé si voluntario, a Leone. Sospecho que también de Leone han aprendido Campanella y Darín a dar los pasos de tiempo, una de las cosas más difíciles de conseguir con limpieza en el cine.
Unas notas sobre actores: a propósito de Darín, poco hay que añadir. Esta vez, el público conocerá a un actor nuevo en España, enormemente popular en Argentina: Guillermo Francella, por lo general desaprovechado en comedias de segunda línea, que aquí explota una vena dramática de primer nivel. A Pablo Rago lo conocerán los que siguieron, o se tomaron el trabajo de comprar los DVD, la interrumpida Vientos de agua: Pablo Rago, el ruso de la serie. Soledad Villamil, rasgos maravillosos, es la única que está al borde del fracaso, y no es su culpa: mientras los demás envejecen, ella se mantiene inalterada. Y no es que les faltaran medios: en la película colabora un maquillador magnífico (cuyo nombre no figura en la ficha técnica, pero que aparece en los créditos finales, a los que hay que estar atento) que le pone a cada uno los años que les corresponden, pero con ella se abstiene; pasa el tiempo por todos los rostros, menos por el de ella. Lástima. Es lo más reprochable de un trabajo que roza lo impecable.
Hay que ir al cine, que se está muriendo. Yo vi El secreto de sus ojos en la fila cuatro de una salita con doce, en un centro comercial. Una tortura. Nada que ver con la fiesta tradicional del fin de semana. Por supuesto, muchas veces uno prefiere esperar al DVD antes de sufrir todo el proceso que implica acudir a uno de esos centros con una decena o más de incómodos panales, en los que a veces la salida, de noche y en un descampado con edificios a medio construir, se hace temible.
En cualquier caso, hay que ver El secreto de sus ojos.
vazquezrial@gmail.com
www.vazquezrial.com
Campanella y Darín repiten ahora asociación en El secreto de sus ojos, a varios años de El hijo de la novia. Ambos han ganado en experiencia y sabiduría cinematográfica. Sobre todo Darín, que ha pasado en este tiempo por la experiencia de la dirección con la exquisita La señal, que pasó, sin embargo, sin pena ni gloria por los cines españoles. La señal es una película negra de los años cincuenta filmada en color, con dos detectives tradicionales (Darín y Diego Peretti, el protagonista de la estupenda comedia No sos vos, soy yo), cuya acción transcurre íntegramente en el Buenos Aires de los días de la enfermedad de Evita, cuando se levantaban altares en las esquinas para rogar por la salud de la mujer, y acaba exactamente con su muerte: en ese momento excepcional, estos dos investigadores siguen con su vida y su trabajo como si nada pasara. Como uno es peronista y el otro no, jamás hablan de tema, que sin embargo va apareciendo constantemente. Aprendió mucho Darín haciendo eso, y aquí se nota.
El secreto de sus ojos es una historia relacionada con la dictadura o, mejor dicho, con la predictadura de Isabel Perón y López Rega; una historia con desaparecido e intento de asesinato por la Triple A, en la que Soledad Villamil encarna a una jueza de familia intocable y Darín a un secretario de su juzgado, un funcionario de bajo nivel. Condenan a un hombre por la violación y el asesinato brutal de una mujer. Pasados unos días, cuando todos tienen la convicción de que está en la cárcel, Darín lo ve en la televisión, junto a la presidenta, como guardaespaldas. Y no cuento más porque contar películas es lo único que jamás debe hacer un crítico (tampoco debe contar libros, cosa harto frecuente).
Hay un necesario exilio, apenas expuesto, y al cabo de los años, tal vez una década, Darín vuelve. Los argentinos siempre –y en esto me incluyo– están volviendo a alguna parte. Y decide escribir una novela sobre aquel viejo asunto que le cambió la vida. La novela es, en esencia, una nueva investigación del caso. Hay un clásico cinematográfico que es la síntesis perfecta de cualquier regreso, y el regreso es invariablemente el momento en que el pasado cambia: Érase una vez en América, de Sergio Leone, que deja sus marcas, leves, en el film de Campanella. Tengo para mí que la escena de la muerte del personaje de Francella es un homenaje, no sé si voluntario, a Leone. Sospecho que también de Leone han aprendido Campanella y Darín a dar los pasos de tiempo, una de las cosas más difíciles de conseguir con limpieza en el cine.
Unas notas sobre actores: a propósito de Darín, poco hay que añadir. Esta vez, el público conocerá a un actor nuevo en España, enormemente popular en Argentina: Guillermo Francella, por lo general desaprovechado en comedias de segunda línea, que aquí explota una vena dramática de primer nivel. A Pablo Rago lo conocerán los que siguieron, o se tomaron el trabajo de comprar los DVD, la interrumpida Vientos de agua: Pablo Rago, el ruso de la serie. Soledad Villamil, rasgos maravillosos, es la única que está al borde del fracaso, y no es su culpa: mientras los demás envejecen, ella se mantiene inalterada. Y no es que les faltaran medios: en la película colabora un maquillador magnífico (cuyo nombre no figura en la ficha técnica, pero que aparece en los créditos finales, a los que hay que estar atento) que le pone a cada uno los años que les corresponden, pero con ella se abstiene; pasa el tiempo por todos los rostros, menos por el de ella. Lástima. Es lo más reprochable de un trabajo que roza lo impecable.
Hay que ir al cine, que se está muriendo. Yo vi El secreto de sus ojos en la fila cuatro de una salita con doce, en un centro comercial. Una tortura. Nada que ver con la fiesta tradicional del fin de semana. Por supuesto, muchas veces uno prefiere esperar al DVD antes de sufrir todo el proceso que implica acudir a uno de esos centros con una decena o más de incómodos panales, en los que a veces la salida, de noche y en un descampado con edificios a medio construir, se hace temible.
En cualquier caso, hay que ver El secreto de sus ojos.
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