Rodeado de representantes de las iglesias evangélicas estadounidenses, que con gran fervor se reúnen una vez al año para orar a Dios por su patria, Zapatero no tuvo otra ocurrencia que volver a enmendarle la plana al mismísimo Jesucristo, casualmente hijo del destinatario de la súplica comunitaria. "La libertad nos hará verdaderos", es el pensamiento central de Zapatero, expresado como tal en su alocución estadounidense, en contraposición al mandato evangélico recogido en San Juan 8-32, donde Jesús afirma lo contrario. Menos mal que el Nazareno era progresista, según las teorías actuales de la izquierda, porque lo de ordenar su vida en función de principios contrarios a los que preconiza ahora Zapatero podría situarle en la "derecha extrema", que es donde estamos todos los que no opinamos exactamente igual que la ilustre pensadora Leyre Pajín.
Pero esa expresión de Zapatero, situando a la verdad como la natural consecuencia de la libertad, y no como su causa, que es lo que ha sostenido siempre la filosofía cristiana, encierra la clave que explica la visión del mundo del personaje y su forma de conducirse en los terrenos privado y público. En efecto, para Zapatero, el hecho de que una decisión haya sido adoptada libremente le confiere el carácter de ajustada a la verdad. Según ese argumento, cualquier acción de Zapatero es buena, justa y verdadera, en tanto la haya realizado en uso de su libertad; por lo que a los demás no nos queda más que aceptarlas, a menos que queramos ser partícipes de la mentira.
Desde ese punto de vista, las grandes masacres de la historia perpetradas por los líderes marxistas han de ser también alabadas como buenas y justas, no en vano fueron fruto de decisiones libres de los susodichos. Lo mismo cabe decir de cualquier mandato que haya sido decidido libremente por los políticos en el poder, aunque su esencia sea contraria a la moral humana o suponga un grave perjuicio para la sociedad.
El sentido de la responsabilidad para con las consecuencias de las acciones propias desaparece también en esta cosmovisión zapateril; porque, siendo verdad todo lo que alguien piensa o realiza libremente, no cabe exigir a ese alguien reparación alguna ante un hipotético daño: en todo caso, éste debería ser soportado con resignación, en aras de un bien mayor.
Sin embargo, la esencia del ser humano implica una búsqueda permanente de la verdad, distinguiendo entre lo falso y lo verdadero, lo malo y lo bueno, y sometiendo permanentemente las ideas y deseos al contraste con la realidad.
La libertad no es, como pretende Zapatero, el elemento proteico que justifica cualquier acción, sino la capacidad del hombre de elegir responsablemente en función de una moral objetiva. Si se prescinde de este aspecto, uno puede llegar a creer realmente cosas como las que Zapatero endilgó a los pobres norteamericanos que acudieron a Washington a escucharle junto a Obama. Por ejemplo, que España fue en la Edad Media un ejemplo de convivencia entre musulmanes y cristianos, o que los españoles andamos entusiasmados con su alianza de civilizaciones. ¿Hay prueba más irrefutable de que la libertad, sobre todo si es para decir chorradas, no implica necesariamente que lo afirmado sea verdadero?
Pero esa expresión de Zapatero, situando a la verdad como la natural consecuencia de la libertad, y no como su causa, que es lo que ha sostenido siempre la filosofía cristiana, encierra la clave que explica la visión del mundo del personaje y su forma de conducirse en los terrenos privado y público. En efecto, para Zapatero, el hecho de que una decisión haya sido adoptada libremente le confiere el carácter de ajustada a la verdad. Según ese argumento, cualquier acción de Zapatero es buena, justa y verdadera, en tanto la haya realizado en uso de su libertad; por lo que a los demás no nos queda más que aceptarlas, a menos que queramos ser partícipes de la mentira.
Desde ese punto de vista, las grandes masacres de la historia perpetradas por los líderes marxistas han de ser también alabadas como buenas y justas, no en vano fueron fruto de decisiones libres de los susodichos. Lo mismo cabe decir de cualquier mandato que haya sido decidido libremente por los políticos en el poder, aunque su esencia sea contraria a la moral humana o suponga un grave perjuicio para la sociedad.
El sentido de la responsabilidad para con las consecuencias de las acciones propias desaparece también en esta cosmovisión zapateril; porque, siendo verdad todo lo que alguien piensa o realiza libremente, no cabe exigir a ese alguien reparación alguna ante un hipotético daño: en todo caso, éste debería ser soportado con resignación, en aras de un bien mayor.
Sin embargo, la esencia del ser humano implica una búsqueda permanente de la verdad, distinguiendo entre lo falso y lo verdadero, lo malo y lo bueno, y sometiendo permanentemente las ideas y deseos al contraste con la realidad.
La libertad no es, como pretende Zapatero, el elemento proteico que justifica cualquier acción, sino la capacidad del hombre de elegir responsablemente en función de una moral objetiva. Si se prescinde de este aspecto, uno puede llegar a creer realmente cosas como las que Zapatero endilgó a los pobres norteamericanos que acudieron a Washington a escucharle junto a Obama. Por ejemplo, que España fue en la Edad Media un ejemplo de convivencia entre musulmanes y cristianos, o que los españoles andamos entusiasmados con su alianza de civilizaciones. ¿Hay prueba más irrefutable de que la libertad, sobre todo si es para decir chorradas, no implica necesariamente que lo afirmado sea verdadero?