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PANORÁMICAS

El periodismo en el tiempo de los bloggers

Siento debilidad por las películas sobre periodismo. Sigo pensando que Ciudadano Kane es la mejor película de la historia del cine. Luna Nueva es mi comedia favorita. Y una de los factores que convierten a El hombre que mató a Liberty Valance en mi western más amado es el entrañable periodista –cobarde y borrachín, finalmente heroico– interpretado por Edmond O'Brien.  

Siento debilidad por las películas sobre periodismo. Sigo pensando que Ciudadano Kane es la mejor película de la historia del cine. Luna Nueva es mi comedia favorita. Y una de los factores que convierten a El hombre que mató a Liberty Valance en mi western más amado es el entrañable periodista –cobarde y borrachín, finalmente heroico– interpretado por Edmond O'Brien.  
De El gran carnaval de Billy Wilder hasta Zodiac,de David Fincher, pasando por la mítica Todos los hombres del presidente (Pakula) o la infravalorada El dilema (Michael Mann), el cine y el periodismo mantienen una vieja relación de amistad.  Al fin y al cabo, ambos medios han dado lo mejor de sí a la hora de registrar lo real.

Por eso no les voy a recomendar que vayan a ver La sombra del poder, una de las últimas que se harán sobre los periódicos impresos. Al menos, no inmediatamente. Les va a costar un poco más de esfuerzo que simplemente comprar una entrada y sentarse en una butaca a comer palomitas. Porque lo que les propongo es que compren por internet la serie británica State of Play, de la que ahora han hecho esta reducida (en todos los sentidos) versión para la gran pantalla.

La serie televisiva de la BBC, estrenada en 2003, consta de seis capítulos de una hora de duración. ¿Por qué conformarse con una copia jibarizada cuando se puede disfrutar del original en todo su esplendor? La idea que se le ocurrió a Paul Abott es vieja pero no por ello ha perdido un ápice de interés: la confrontación entre poderes, el periodístico a bofetada limpia contra el político y el económico.

Un cuarto de filósofo (la pasión por la verdad), un cuarto de magistrado (el poder de juzgar), un cuarto de prostituta (por un puñado de dólares) y un cuarto de vedette (el ansia de los focos), el periodista es el gran emblema del siglo XX, pero está por ver que también lo sea del XXI. "Esclavo del papel del día", lo llamaba despreciativo Nietzsche, que veía en su profesión, a la vez, la extensión y la reducción de la cultura. El periodismo sería, en opinión del filósofo alemán, un síntoma de la decadencia occidental, al aunar la superficialidad con la universalidad. El periodista, por tanto, como el amo del instante que reemplazó al genio de la cultura.

Abott nos presenta al periodista paradigmático: un tipo estructuralmente normal salvo porque lleva en la sangre la transmutación de la verdad en noticia, trabajador solitario a la vez que gregario, capaz de vender a su madre por una exclusiva aunque con remordimientos de conciencia (que le duran un segundo). Un pequeño David metomentodo contra los grandes Goliats de la política y la economía. Sin embargo, este aspecto de la pequeñez del periodista frente a la pomposidad del político o la prepotencia del potentado queda difuminado en la película de MacDonald por la contundencia actoral de Russell Crowe, que, aunque fondón, empequeñece a congresistas y millonarios.

La trama de thriller y suspense comienza con un par de fallecimientos violentos. Un pobre desgraciado, un camello de tres al cuarto, es tiroteado entre unos contenedores de basura. Una atractiva mujer muere atropellada en las vías del metro. El asesinato del traficante sólo parece importar a la policía, pero la muerte de la mujer llega a las portadas de los periódicos porque resulta ser la principal investigadora del congresista Stephen Collins (Ben Affleck), que preside una comisión que investiga a las principales empresas de mercenarios en Estados Unidos. Mientras, en el Washington Globe, un avezado periodista curtido en mil batallas, Cal Macffrey(Russell Crowe), y Della Frey (Rachel McAdams), una bloguera novata e ingenua, intentarán desentrañar si la relación en el tiempo entre las dos muertes ha sido casualidad o causalidad.

Lo que han hecho los reputados, y sobrevalorados, guionistas Carnahan, Gilroy y Morgan ha sido simplemente un corta y pega del original británico, trufándolo de frases sentenciosas acerca del oficio periodístico y el conflicto de poderes, subrayando el aspecto paranoico de la fagocitación de la democracia postmoderna por la industria militar (al parecer, un imaginario inconsciente en EEUU, porque también forma parte del paisaje conspiranoico de la séptima temporada de 24), reduciendo a su mínima expresión, pero sin atreverse a eliminarlas, las derivadas eróticas de la relación del protagonista con la mujer de su amigo congresista y, como un toque final de actualidad, la mutación del periodismo actual desde la página impresa al medio digital a través de la pizpireta escribiente del blog del periódico. En definitiva, las pseudotesis de advenediza política de Naomi Klein para intentar rellenar con visos de profundidad una historia por lo demás bastante endeble.

El aspecto más ridículo, por reaccionario, es precisamente el intento de reflexionar sobre la evolución del periodismo. Los guionistas adoptan un tono que pretende ser mordaz sobre el periodismo 2.0 a través de una galería de representantes de la vieja escuela, una pandilla de grasientos periodistas pegados a sus viejos hábitos (Crowe presume de escribir en el mismo ordenador desde hace quince años), enarbolando una moral de sacerdotes de la profesión ante los piratas del bloguerío emergente y el periodismo en web, pintados como una manada de niñatos más dados a la crítica barata que a fajarse con la dura, difícil y dolorosa verdad.  O sobre la, de nuevo el toque Klein, amenazada sacrosanta independencia periodística por la invasión de grupos económicos, con el gatillo de la censura fácil, como si no fuera precisamente la red virtual el mejor depositario de la autonomía periodística, por sus menores costes y su flexibilidad e inmediatez.

Lo que comienza como un poderoso thriller periodístico termina siendo, a medida que se aleja de la sobria fuente británica, una opereta bufa de malos de pacotilla, trascendencia de andar por casa, moralina en tinta impresa y nostalgia hipócrita por el periodismo obsoleto. Los periódicos 1.0 han muerto, ¡viva el periodismo 3.0!


LA SOMBRA DEL PODER (STATE OF PLAY) (2009, 127 minutos). Director: Kevin MacDonald. Guión: Michael Carnahan, Tony Gilroy, Peter Morgan, a partir del guión original para la serie de televisión de Paul Abott.  Intérpretes: Russell Crowe, Ben Affleck, Rachel McAdams, Robin Wright Penn, Jason Bateman, Helen Mirren, Jeff Daniels. Calificación: Anodina (6/10).

Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.
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