Puedes copiar una joya, fabricar una bomba o robar un coche. Los que visitan estas páginas se supone que quieren aprender a hurtar ropa, clonar tarjetas, copiar información sobre sistemas de seguridad, conocer los vericuetos del Código Penal. Hay una página muy graciosa, pongamos que se llama lomango.com, en la que te invitan a adentrarte en un mundo lleno de adrenalina, de dar palos en centros comerciales o tiendas franquiciadas. Estas páginas a veces son manejadas por auténticos criminales, que se esconden tras alias o nicks y se dedican adiestrar a otros, a los que llegan a facilitar datos de lugares concretos y objetivos reales. La Red, sí, es un patio de Monipodio virtual.
Al parecer, Lomango ha organizado un concurso para saber quién es el que más rápido asimila las enseñanzas fundamentales para ser un gran ladrón. El premio son dos ganzúas y una alarma, de esas de ropa, para practicar en casa.
La Guardia Civil tiene un buen caudal de información sobre las actividades lectivas de estas academias. En la UCO dicen que el legislador no tiene una visión clara sobre el problema. Te enseñan a hacer el puente de un vehículo o el punto ciego para acceder a una nave, pero para condenar al webmaster ha de establecerse firmemente la relación entre una visita a su página y un robo. Los jueces tienen autoridad para cerrar estas páginas, pero al parecer no encuentran la argumentación necesaria. ¿Bastaría con incitación al robo?
Cualquiera que entre en estas webs llenas de trucos para abrir un coche o la cerradura de una puerta se da cuenta de que enseñar eso no es nada bueno, y que quien quiere aprenderlo no lleva buenas intenciones. A partir de aquí, el garantismo de nuestras leyes se somete a una dura prueba.
En el caso de la anorexia pasa lo mismo: el legislador se muestra indeciso. Si encuentran páginas que enseñan a vomitar la comida sin más, no pueden dictar la retirada de ese funesto consejo. Podría haber ahí cooperación necesaria, por difundir información sensible que ayuda a los malos. Pero hay que desengañarse: vivimos en una sociedad estupefacta en la que el delincuente siempre encuentra un resquicio. Un profesor de Penal dice en ABC que facilitar datos sobre la vulnerabilidad de la seguridad de un comercio se asemeja al caso de la persona que proporciona los planos de un banco a los ladrones. Desde luego, es el ABC de la responsabilidad. Olé su buen juicio.
No hay una decidida política para acabar con estas escuelas de adiestramiento: los portales que se dedican a esto pueden convertirse fácilmente en emporios audiovisuales, patios de Monipodio donde los cacos experimentados pueden transmitir sus experiencias. ¿De qué palo son ustedes, señores murcios? ¿Por virtud desean aprender a dar el santo o vender gato por liebre? No se retiren, que el show va a comenzar...
No hace falta salir de casa, porque la ciberpolicía no puede molestarle. Todo lo más, le conviene cambiar los nombres reales de los comercios y facilitar otros supuestos, que aunque adivinen de qué se trata tienen las manos atadas y la cabeza en otra parte. Vivimos un tiempo en el que lo más vivamente dañino es lo más difícil de combatir.