¿Miedo a qué? Eso es lo de menos. Lo importante es fabricar una amenaza convincente, aunque las posibilidades de que algún día se materialice sean remotas. Si esa sensación de peligro inminente se presenta además como la consecuencia ineluctable del desarrollo capitalista, responsable máximo de todas las catástrofes planetarias –excepto el cine español (aquí no funciona la lógica de mercado sino la subvención, mucho más social, a la par que nutricia)–, los medios de masas se ocuparán de extender el mensaje sin reparar en gastos.
Últimamente se habla poco del calentamiento global por razones evidentes, al menos en la península ibérica, en cuya zona norte estaban quitando la nieve a paletadas hasta bien entrada la primavera. Por eso los calentólogos han dejado paso a los hipocondríacos, empeñados como los primeros en acojonar a la humanidad, en esta ocasión a cuenta de una mierdecilla de virus griposo que no tiene más remedio que mutar con frecuencia para mantenerse activo.
Cuando los medios se empeñan en extender el miedo entre la población es difícil contrarrestar el efecto, porque en esa materia son grandes virtuosos. Y eso que las cifras de muertos que puede provocar este virus metrosexual son mucho menores de las que ocasiona la gripe normal y corriente, bastante más viril, si es que a eso vamos.
Y en esta tesitura es cuando comienza a actuar la capacidad empresarial del ser humano, siempre en busca de aprovechar las oportunidades de negocio que se le presentan. Si con la chorrada de la Iglesia de la Calentología y los buenos oficios de Su Goricidad las empresas de energía renovable y los profesionales del ecologismo han hecho el negocio del siglo, con el virus mutado de la gripe porcina se disponen a hacerlo las farmacéuticas. Gore ha visto tal vez el primero la posibilidad de trincar una pastizara a cuenta del miedo a la gripe y ya le tenemos como inversor principal en fondos de inversión dedicados a este campo de la medicina. Lo suyo es salvar a la Humanidad, y lo cierto es que estaría muy feo que después de haber evitado la destrucción del planeta por el exceso de CO2 viniera un bichejo a acabar con todos nosotros sin la menor piedad.
La capacidad de convicción de esta generación de milenaristas absurdos es tan poderosa, que personas que no se han vacunado contra la gripe normal en su puñetera vida seguramente estarán encantadas de gastarse más de cien eurazos para evitar esta nueva modalidad infecciosa, a pesar de que los síntomas y los riesgos son bastante más leves que los del virus tradicional.
Estamos ya viendo situaciones de histeria: así, en los aeropuertos franceses los encargados del equipaje se niegan en muchos casos a tocar las maletas de los viajeros españoles por miedo a contagiarse, que ya hay que ser melón. Por no mencionar el desastre del turismo en Méjico, provocado precisamente por sus gobernantes, empeñados, como ocurre con todos los políticos, en aparecer como salvadores del personal y solucionadores del problema, al que hay que engordar para que el éxito final sea más rotundo y otorgue más réditos en términos de popularidad.
Y sin embargo la gripe es buena, amigos, es tal vez la mejor compañera del trabajador que no está liberado por un sindicato, puesto que le permite estar una semana al año en camita, tomando sopa, viendo la tele y leyendo todos los libros atrasados. Acabar con el protagonista de tan benigno suceso anual se me antoja una crueldad innecesaria. Aunque Al Gore y Trinidad Jiménez digan lo contrario.
Últimamente se habla poco del calentamiento global por razones evidentes, al menos en la península ibérica, en cuya zona norte estaban quitando la nieve a paletadas hasta bien entrada la primavera. Por eso los calentólogos han dejado paso a los hipocondríacos, empeñados como los primeros en acojonar a la humanidad, en esta ocasión a cuenta de una mierdecilla de virus griposo que no tiene más remedio que mutar con frecuencia para mantenerse activo.
Cuando los medios se empeñan en extender el miedo entre la población es difícil contrarrestar el efecto, porque en esa materia son grandes virtuosos. Y eso que las cifras de muertos que puede provocar este virus metrosexual son mucho menores de las que ocasiona la gripe normal y corriente, bastante más viril, si es que a eso vamos.
Y en esta tesitura es cuando comienza a actuar la capacidad empresarial del ser humano, siempre en busca de aprovechar las oportunidades de negocio que se le presentan. Si con la chorrada de la Iglesia de la Calentología y los buenos oficios de Su Goricidad las empresas de energía renovable y los profesionales del ecologismo han hecho el negocio del siglo, con el virus mutado de la gripe porcina se disponen a hacerlo las farmacéuticas. Gore ha visto tal vez el primero la posibilidad de trincar una pastizara a cuenta del miedo a la gripe y ya le tenemos como inversor principal en fondos de inversión dedicados a este campo de la medicina. Lo suyo es salvar a la Humanidad, y lo cierto es que estaría muy feo que después de haber evitado la destrucción del planeta por el exceso de CO2 viniera un bichejo a acabar con todos nosotros sin la menor piedad.
La capacidad de convicción de esta generación de milenaristas absurdos es tan poderosa, que personas que no se han vacunado contra la gripe normal en su puñetera vida seguramente estarán encantadas de gastarse más de cien eurazos para evitar esta nueva modalidad infecciosa, a pesar de que los síntomas y los riesgos son bastante más leves que los del virus tradicional.
Estamos ya viendo situaciones de histeria: así, en los aeropuertos franceses los encargados del equipaje se niegan en muchos casos a tocar las maletas de los viajeros españoles por miedo a contagiarse, que ya hay que ser melón. Por no mencionar el desastre del turismo en Méjico, provocado precisamente por sus gobernantes, empeñados, como ocurre con todos los políticos, en aparecer como salvadores del personal y solucionadores del problema, al que hay que engordar para que el éxito final sea más rotundo y otorgue más réditos en términos de popularidad.
Y sin embargo la gripe es buena, amigos, es tal vez la mejor compañera del trabajador que no está liberado por un sindicato, puesto que le permite estar una semana al año en camita, tomando sopa, viendo la tele y leyendo todos los libros atrasados. Acabar con el protagonista de tan benigno suceso anual se me antoja una crueldad innecesaria. Aunque Al Gore y Trinidad Jiménez digan lo contrario.