No obstante, voy a narrarlos punto por punto, pues así como algunos escritores muy prolíficos y atareados deben recurrir con todo dolor de su corazón a manos mercenarias, injustamente llamadas "negros", yo, siempre que hay dos actos simultáneos que me interesan, utilizo para aquel al que no puedo asistir (seré inicua pero no ubicua) una suerte de exploradores o, si prefieren, antenas, en las que delego mi capacidad perceptiva.
Son personas de toda mi confianza, que conocen mis gustos y disgustos, y por eso me atrevo a referir lo que me dicen, absteniéndome, en esos casos, de avanzar ningún juicio. El lunes, una larga reunión de trabajo sobre futuros proyectos editoriales dio al traste con mis buenos propósitos y desistí de pasarme por el Ateneo de Madrid, a ver si Andrés Sorel me sacaba del lado oscuro de la Fuerza para arrojarme en los resplandecientes y bondadosos brazos de Fidel Castro y me hacía, así, una mujer decente.
En la "docta institución" Sorel presentaba su libro Mañana, Cuba, acompañado del director de RD Editores y de Julio Rodríguez Puértolas; "un libro sincero, apasionado, provocador. Retrato vehemente y crítico sobre Fidel Castro y el futuro de la Revolución Cubana. Diatriba feroz contra sus enemigos", según rezaba en la invitación. Como esa iba a ser mi personal tarea, me quedé sin saber en qué quedó tanta amenaza, pero no creo que haya que hacer un gran esfuerzo para imaginárselo.
A todas esas, yo había mandado un propio al Círculo de Lectores, donde, el mismo día y a la misma hora, se presentaba un librito bien simpático y agradable, Don Quijote alrededor del mundo, fruto de una iniciativa conjunta del Instituto Cervantes y Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. En él, prologado por Harold Bloom –el del canon–, nueve autores foráneos, pero contemporáneos, nos hablan del juicio que les merece Don Quijote, de cuyo autor decía Milan Kundera que es el único al que todo novelista debe rendir cuentas.
Sin embargo a él, Kundera, no se las han solicitado, de modo que la nómina consiste en los siguientes autores, además del prologuista: Margaret Atwood, Tahar Ben Jelloun, Peter Esterházy, Ismail Kadaré, J. M. G. Le Clézio, Claudio Magris, Nélida Piñon, Michel Tournier y Abraham B. Yehoshúa. Como ven, pura alianza de civilizaciones, pues ahí hay, felizmente, de todo.
Había tanto público que, para serles sincera, mi informante no encontró sitio y decidió marcharse, no sin percatarse de que, en contra de lo que estaba programado, César Antonio Molina, director del IC y uno de los presentadores del acto, destacó por su ausencia, siendo sustituido por el director del área académica, el poeta Jorge Urrutia. El pobre (me refiero a mi antena) no sabía si ese dato podía ser significativo de algo, y, francamente, yo tampoco.
A lo que sí asistí fue a la cena con que la Fundación Germán Sánchez Ruipérez hace entrega de su premio periodístico sobre la lectura. Esta era la sexta edición, y es uno de esos acontecimientos a los que no puedes mandar a nadie en tu lugar por razones obvias. En contra de mi costumbre, esta vez no puedo trasladarles el menú, porque me lo dejé en el hotel Palace, aunque me creerán si les digo que fue estupendo y que hubo cava catalán, por supuesto. Catalán era asimismo el ganador de esta edición, Emili Teixidor, y catalán el periódico donde se publicó, La Vanguardia, que también para ellos hay recompensa.
Las palabras que se dijeron fueron muy emotivas y, en el caso del responsable del suplemento cultural del periódico, alusivas al momento político actual, ya que destacó el hecho de que una familia castellana (de Peñaranda de Bracamonte, por más señas) le diera un premio a una familia catalana (ignoro de dónde). Con esos y otros propósitos más generales y literarios, el periodista respondía a la carta que se leyó de don Germán, ausente porque estaba recuperándose de una operación cardiológica en EEUU.
En cuanto a Teixidor, casi me gustó más el discurso de aceptación que el artículo galardonado, el cual, sin ser ni mucho menos malo, me pareció demasiado técnico, o al menos así sonaba en la voz del actor Pepe Martín, que todos los años procede a su lectura. Las palabras de Teixidor, esta vez más apasionadas, con mayores resonancias literarias, remitían a un sentir muy profundo del hecho literario y de la actitud lectora, que tiene su origen, para él, y a mi entender para todos, en la infancia.
Los asistentes a la cena pertenecíamos a eso que se suele llamar "mundo de la cultura y del libro", y a mí me tocó, por segundo año consecutivo, compartir mesa y mantel con un grupo de editores y libreros, es decir, con la parte más práctica de esa larga cadena que va del escritor y del traductor, pasando por los agentes literarios, editores, distribuidores, libreros y críticos literarios, para llegar finalmente al lector; si llega, que a tenor de lo dicho en aquella mesa, a veces, y a pesar del esfuerzo desarrollado por todas las partes antes detalladas, es puro milagro.
Para acceder al blog de Julia Escobar, pinche aquí.