Pequeño, inaprensible, veloz, cercano a la divinidad suprema, su cercanía al Astro Rey le ha convertido en uno de los objetos de deseo de la planetología. Eso, y la sucesión de rarezas que vienen a ocurrirle.
Mercurio tiene unos días casi tan largos como sus años. En concreto, el periodo de rotación del planeta es sólo 2/3 del periodo de traslación. Un día mercuriano equivale a 56 días y 16 horas terrestres. Un año allí transcurre en el mismo tiempo en que para nosotros pasan 88 días. Si viviéramos allí, celebraríamos la Nochevieja cada día y medio. Claro que sería difícil decidir cuándo empieza cada día.
En Mercurio ocurre otra rareza asombrosa: existen amaneceres dobles. El planeta realiza un extraño viaje alrededor del Sol. La velocidad de su movimiento orbital aumenta a medida que se acerca al astro. En una fase de su órbita, cuatro jornadas antes del perihelio, la velocidad angular de la órbita es igual que la velocidad angular de rotación. Como resultado, un observador que estuviera en algunas partes de la superficie del planeta vería al Sol salir, como de costumbre, por oriente, elevarse hacia el mediodía y, de repente, volver a desandar el camino para ocultarse de nuevo por donde se había mostrado. Luego, la estrella volverá a aparecer y continuará su marcha diaria por el cielo. En otros puntos de la corteza mercuriana, el efecto sería similar a si el Sol se detuviera un instante en el cielo antes de volver a desaparecer.
No acaban aquí las peculiaridades del mensajero de los dioses. Su atmósfera es extremadamente tenue. Está compuesta de moléculas de partículas como el helio, el potasio, el oxígeno o el sodio, pero en una cantidad tan pequeña que caen a la superficie antes de llegar a encontrarse entre sí. La debilidad de esta atmósfera ha permitido que la corteza mercuriana sea bombardeada por todo tipo de asteroides y cometas a lo largo de la historia planetaria. Ha ocurrido desde los orígenes mismos del sistema solar, y sigue ocurriendo. Por esa razón, en los cráteres de Mercurio está depositada buena parte de la historia de nuestro vecindario cósmico. Los fragmentos de meteoros que han impactado en su piel forman parte de la materia prima que formó los planetas que orbitan al Sol, incluida la Tierra. Los cráteres de Mercurio son la Biblioteca de Alejandría del cosmos cercano.
Misterioso, difícil de observar pero poseedor de una valiosísima información sobre nuestro pasado, Mercurio ha sido el centro de atención de la comunidad científica esta semana. Y es que la NASA ha desvelado las primeras fotos del planeta tomadas desde las cámaras cercanas de una sonda espacial que, como no podía ser menos, se llama Messenger. Esta nave llegó a las proximidades del extraño cuerpo el 23 de octubre, después de un largo viaje desde la Tierra. En concreto, ha viajado durante seis años y medio, dando 15 vueltas al Sol y rodeando dos veces a Venus. Es la primera vez que contamos con un aparato de cartografía dentro de la órbita mercuriana que permanezca suficiente tiempo como para hacer un análisis exhaustivo. Las anteriores fotografías de Mercurio, tomadas por sondas como la Mariner 10, fueron capturadas en un breve lapso orbital. Como si el planeta quisiera mantener su leyenda de cuerpo esquivo.
Las imágenes no son más que un primer paso en la larga tarea de captura de datos que queda por delante. Pero el éxito de esta primera fase de la misión tiene entusiasmados a los astrónomos. A partir de ahora, la nave Messenger se prepara para bombardearnos con análisis de la superficie del planeta extraño, con datos sobre su núcleo y con posibles explicaciones al comportamiento excéntrico de su campo magnético, generador de tormentas de partículas 50 veces más potentes que las que provocan las auroras boreales terrestres.