Su preocupación por un organismo de 200 células –es decir, por el embrión temprano, sobre el que Bush dijo que no debería ser destruido para producir un cultivo de células madre– fue rotundamente rechazada como contraria a la ciencia y reaccionaria. Y crudelísima. Y es que, decían los críticos del presidente, no se estaba sino impidiendo la recuperación de miles de personas con dolencias incurables o terribles, como la diabetes o las lesiones medulares. En 2004, en plena campaña electoral, John Edwards llegó a proclamar, bien alto y claro: "Si John Kerry se convierte en presidente, Christopher Reeve volverá a andar".
Semejante defensa de la investigación con células madre no sólo hinchó sin vergüenza alguna el globo de las expectativas, sino que tendió a tergiversar las razones para la imposición de restricciones a la investigación con embriones. Así, se insistió en que no se trataba más que de la traslación al terreno político de la creencia de los fundamentalistas religiosos de que la vida comienza en el momento de la concepción.
Lo anterior no pasa de ser una caracterización tendenciosa de los argumentos favorables a la restricción de la investigación con células madre basada en la destrucción de embriones. Por lo que a mí respecta, vengo apoyando desde hace mucho tiempo el derecho al aborto, y no creo que la vida –entendida como los atributos de la personalidad– comience en el momento de la concepción. No obstante, somos muchos los laicos inquietos por los peligros inherentes a la manipulación arbitraria e irrestricta de embriones humanos.
No necesitas recurrir a la religión para echarte a temblar ante la idea de la investigación irrestricta con embriones: basta con que tengas en cuenta la capacidad del hombre para hacer el mal cuando persigue el bien. Una vez hayamos adoptado la postura de esos defensores de la investigación con células madre que consideran los embriones un mero tejido desechable sin más valor que el que tiene un panadizo, entonces todas las barreras se habrán venido abajo. ¿Qué nos impedirá producir no sólo tejidos u órganos, sino organismos similares al del ser humano que nos sirvan de taller de recambio de las distintas partes del cuerpo?
Corea del Sur apoyó entusiásticamente la investigación con stem cells. Pero el paso del tiempo ha evidenciado que los tan aireados logros conseguidos –que venían acompañados de lamentos por que América se estuviera quedando atrás en este campo– no eran sino un cenagal de engaños, fraudes y coacciones.
Se trata de un terreno muy resbaladizo. De ahí que, aunque no estuviera de acuerdo con el presidente en el punto en que trazó la línea –yo habría permitido el uso de los embriones desechados por las clínicas de fertilidad, ya que de todas formas van a morir–, aplaudí su insistencia en que se trazara una línea, en decir que los embriones no son una nadería y en sostener que, a la hora de determinar qué hacer con ellos, se tengan en cuenta no sólo los imperativos de la ciencia, también los valores de la sociedad.
El Congreso acaba de votar por que se borre la línea trazada por Bush. Sin embargo, puede que las generaciones futuras agradezcan al presidente haberse interpuesto en la marcha de la historia, aunque sólo fuera por unos pocos años, pues ha dado a la tecnología el tiempo suficiente para avanzar y librarnos de los dilemas morales relacionados con la destrucción de embriones. Y es que acaba de demostrarse que se pueden cultivar células madre de gran potencial en el líquido amniótico.
Se trata de un hallazgo revolucionario. Es muy común la extracción del líquido amniótico, que rodea al feto en la placenta, mediante amniocentesis. Se trata de un procedimiento que conlleva pocos riesgos y que se utiliza para fines médicos perfectamente legítimos y que nada tienen que ver con las stem cells. Si el líquido amniótico produce cultivos de células madre, acabamos de dar con una fuente inagotable de suministros.
Una fuente inagotable y, además, por completo ajena a controversias, pues no se destruye embrión alguno. Simplemente, las células están ahí, flotando, como a la espera de que la ciencia repare en ellas.
Todavía mejor: el líquido amniótico podría portar la célula madre ideal, ni tan simple como las embrionarias –y, por tanto, mucho menos propensa a crecer descontroladamente hasta convertirse en un tumor– ni tan desarrollada como las adultas –y, por tanto, más "pluripotencial" en cuanto al tipo de tejidos que puede constituir.
Si se demuestra que las del líquido amniótico son las reinas de las stem cells, la historia registrará este hallazgo como el punto de inflexión en la investigación con células madre, que pasaría de ser una empresa pequeña, ardua, delicada y moralmente cuestionable a otra de primer nivel que trabaja con una materia prima ajena a controversia alguna y producida a diario sin ningún problema.
Así pues, la impopular política de Bush de mantener las posiciones, aunque arbitraria y momentáneamente, contra el empleo indiscriminado de embriones humanos ha dado resultado, pues ha durado lo suficiente como para que emergiera una alternativa moralmente neutral. Y ha obligado al país a cuestionarse, al menos, el precio moral de convertir a un potencial ser humano en un montón de piezas de repuesto para otro.
¿Quién mantendrá las posiciones la próxima vez, cuando otro Fausto prometa dar con la panacea si se le permite saltarse una, sólo una, barrera moral?