El martes negro, el supermartes de la muerte se veía venir, ante la incapacidad en materia de prevención, el derroche económico en instituciones que no funcionan y la falta de enfoque de la lucha contra la violencia por parte de quienes nos gobiernan. Todo el mundo parecía mirar para otro lado.
Es una política común, la de obviar lo que pasa; heredera directa de la dictadura, que no permitía que se publicara más de un crimen de sangre a la semana. Como todos deben de saber, cuando había semanas con más de un asesinato el periódico El Caso tenía que elegir sólo uno, porque no le permitían publicar más. Ahora se procede con más disimulo: los espacios de sucesos se ningunean dentro de magazines con nada dentro que los despachan con esta frase funesta de la presentadora: "Y ahora vamos a cosas más agradables". Y así quedan atrás los asaltos a casas con gente dentro, las desapariciones culposas de cuatro niños y el batallón de mujeres asesinadas.
Llega, pues, el supermartes con falsa sorpresa para todos. "Hay que ver, dos apuñaladas y dos tiroteadas". "Era una familia normal". "Apenas si teníamos trato". "Pasó por aquí con la pistola en la mano como si nada". Unos echan la culpa a los inmigrantes; otros, directamente, a las mujeres, que no denuncian. Sin embargo, en cuanto se hace el más mínimo análisis de la situación, todos los diagnósticos fáciles se desmoronan.
De las últimas muertas, sólo una era inmigrante. El único denunciado había sido condenado a una pena inexistente, por lo que vagaba por la calle, eso sí, desposeído de todo y medio pirado. Triste balance para una pequeña ojeada: apenas sabemos nada sobre los crímenes contra las mujeres, que no son todos iguales. Eso sí, ya sabemos que la Ley de Violencia de Género de este Gobierno no funciona. El ministro Caldera diría que es "insuficiente". La presidenta del Observatorio de Consejo General del Poder Judicial, Montserrat Comas, dice que "no se puede hablar de fracaso de la ley contra el maltrato". Pues usted me dirá, señora. Por su parte, la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, afirma que estos cuatro crímenes son "execrables", como si no lo fueran todos los demás, empezando por el del niño de 14 años, presunto culpable del homicidio de su madre.
Se les ve que no pisan terreno firme. No saben lo que está pasando. ¿Cuántos estudios tiene el Gobierno sobre la violencia real contra la mujer? ¿Uno, ninguno? Porque no parecen capaces de explicar qué es lo que sucede. ¿Por qué aumenta y no disminuye el terrorismo doméstico, dadas las grandes inversiones, absolutamente ineficaces, dedicadas a combatirlo?
Prácticamente cada ayuntamiento tiene un concejal o concejala de la mujer. Hay un Instituto de la Mujer, varios observatorios inanes que no justifican su existencia, una delegada especial del Gobierno contra la violencia sobre la mujer. Incluso un Ministerio del Interior, que en este punto no da un paso adelante. El secreto del teatrillo es que no saben contra qué luchan. El forense Miguel Lorente nos informa, ahora, de que los agresores suelen acabar con la vida de sus víctimas a sangre fría, premeditadamente. Ignoramos si trabaja por cuenta de algún estamento oficial que le haya permitido el estudio de varios casos para sacar esas conclusiones, que se pueden encontrar desde el principio del problema.
Desde luego, los maltratadores son delincuentes. Desde luego, los maltratadores homicidas son asesinos. ¿Y por qué no tienen miedo a nada? ¿Por qué no les para la política del Gobierno?
Sencillamente, no existe política del Gobierno. Son sólo actos teatrales, dramáticos: un minuto de concentración, las manos blancas, caretas; una ley contra los que no respetan el mandamiento de no matar, papel mojado que se pasan por la entrepierna. La delegada especial destaca que sólo una de las víctimas de este año había denunciado a su agresor; es decir, que las otras son culpables de falta de colaboración en su propia seguridad.
Pero hay más autoridades que no consiguen detener la hemorragia, precisamente porque viajan en dirección contraria. La fiscal contra la violencia de género, otro pomposo cargo, pide que se denuncien siempre los malos tratos. Para este consejo de Perogrullo no hace falta una fiscal especial.
Ya hemos vivido el supermartes de la muerte. Cuatro mujeres asesinadas a manos de sus ex compañeros. Dos se valieron para ello de cuchillos, hasta cierto punto fáciles de obtener, pero los otros dos las mataron con armas de fuego, que se procuraron sin mayores agobios. Los gobernantes deben controlar las armas, a los individuos agresivos, y también dictar normas disuasorias, que aquí no existen. Pero están demasiado ocupados intentando ganar las elecciones.
Las mujeres están en peligro porque los delincuentes maltratadotes no han sido especialmente señalados, ni segregados. Una experiencia de maltrato comienza siempre con un ojo morado, o "a la virulé", que detecta el círculo de la víctima, y el del verdugo, así como vecinos y transeúntes. La violencia crece dentro de una relación de dominio, proceso que puede ser interrumpido. Basta con no ocultar los datos, no solapar los hechos tras las noticias amables, en especial con las elecciones a la vuelta de la esquina: a fin de cuentas, si se ha hecho tan mal, igual los miles de mujeres amenazadas deciden no votar a los que no las protegen. Ni a los que no hablan de ello.
La seguridad ciudadana, en fin, se deteriora, como muestra el supermartes de la calavera, que fue abordado en los medios con una ronda especial "para todos los especialistas en violencia de género" entre dos separaciones, un cambio de sexo y el llanto por el desamor de un stripper polaco...
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.