En la descripción del personaje, el redactor asegura que el Lute ha cursado la carrera de Derecho y sido diputado del PSOE. Asombrado por tales precisiones peregrinas de la agencia nacional, con afán en otro tiempo de ser la primera en lengua castellana, casualmente presidida hoy por el autor del Libro de Estilo de El País, que indica a las claras cómo contrastar una noticia para certificar su veracidad, se imponen algunas aclaraciones. Para empezar, digamos que Eleuterio ni es abogado ni ha tenido todavía la oportunidad de ser diputado por el partido socialista.
En sus declaraciones, el ex convicto se acuerda tarde y mal de que, durante el consejo de guerra que se siguió contra él, su abogado defensor, que era un teniente que no había estudiado Derecho, se cuadró frente al fiscal, que era un general del Ejército. Tras consultar el relato de los hechos de Mayte Mancebo, entonces jefa de Sucesos del diario Informaciones, cabe aclarar que el fiscal era un coronel, lo cual casa más con un juicio contra atracadores como Raimundo Medrano y Eleuterio Sánchez. Parece un derroche impropio incluso de dictaduras el dedicar generales a juzgar chorizos.
Eleuterio no se acuerda para nada de la víctima de su asalto en Bravo Murillo, que se llamaba Tomás Ortiz Segres, tenía 66 años e iba desarmado. El Lute, con sus compinches, Medrano y Juan José Agudo Benítez, llegaron en una moto Montesa Impala, robada, y portando una pistola. Serían las dos y media de la tarde del 5 de mayo de 1965. Lute y Agudo tiraron unas piedras contra la luna de la joyería y se llevaron pulseras, anillos, gargantillas, relojes: según Macebo, 164.000 pesetas en oro y joyas.
Ortiz Segres salió a darles el alto mientras los tres quinquis huían, y aunque no pudo lanzarles otra cosa que sus gritos, recibió un disparo en el tórax que le costó la vida. Días más tarde, el Lute y Medrano fueron sometidos a juicio, lo mismo que Agudo cuando se dejó ver. Se les achacaron varios robos y sustracciones, y la participación en el homicidio que nos ocupa.
Eleuterio pide ahora que se declare "radicalmente nulo" su proceso, pero no puede ignorar que en todo momento fue un delincuente común, y que el procedimiento que se siguió contra él ya fue anulado por dos indultos sucesivos. Y es que el propio Franco le cambió la pena de muerte por la cadena perpetua; de no ser así, habría acabado como los ejecutados del 75: en este último caso, el componente político hizo que el dictador se mostrara inflexible. Más tarde, en el 81, otro indulto le dejó libre. Por aquellas fechas Eleuterio ya se había transformado en el Lute de la leyenda, con dos fugas antológicas –en una de ellas se arrojó de un tren en marcha– que le llevaron a acumular sobre su cabeza mil años de cárcel.
El Lute fue acogido por el viejo profesor, Tierno Galván, en su despacho y aprendió algo de Derecho; además, perfeccionó los conocimientos de escritura y gramática adquiridos tras las rejas.
Que se sepa, desde que fue puesto en libertad no ha vuelto a delinquir, por más que hace unos meses la Ley Integral de Violencia de Género casi se lo llevara por delante como un mihura, por una denuncia de su ex esposa que los jueces terminaron declarando falsa.
Quienes seguimos su trayectoria celebramos que esa ley no le devolviera al trullo. En la actualidad, Eleuterio Sánchez se desenvuelve con cortesía y educación. Considerado el más relevante de los quinquis, primer reinsertado de la democracia, muchos lo hubieran querido como su jefe o baranda. Un quinqui es un miembro de un grupo social marginado, entre el que hay delincuentes, sí, pero no todos sus integrantes lo son, como erróneamente señalaba el Larousse en 1963: "Quinqui. Delincuente contra la propiedad que opera en pequeñas bandas".
Nada más salir de prisión, el Lute empezó a disertar sobre la minoría social de los mercheros o caldereros, gentes de quincalla, quinquis, como un agente o un sociólogo de campo, pero se ve que aquello ya se agotó, porque la quincallería fue cediendo terreno al plástico y los quinquis se integraron, dejaron de formar agrupaciones en las afueras de las urbes. El Lute se quedó solo con la superación de su pasado, sus conferencias y sus libros. Algunos de la Guardia Civil, sin cortarse de saludarlo con un "¡Buenas, Eleuterio!", o incluso, creídos de que es abogado, "¡A las órdenes de usía!", se preguntan de qué vive ahora, dado que es sabido que de los libros no hay muchos que vivan, y conferencias no salen todos los días.
Eleuterio tiene 66 años, los que tenía la víctima de sus malos pasos en Bravo Murillo, y opina que a lo mejor merece una indemnización por no haber sido indultado más temprano, en el 77, cuando otros del bandidaje. Sería bueno que los de la Memoria Histórica preparasen también una indemnización sustanciosa para los familiares del vigilante de joyería Tomás Ortiz, asesinado bajo la misma ley franquista político-represiva y con tanto derecho a ser indemnizado como el que más.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.